Mostovskói se tambaleaba, la cabeza le daba vueltas. Apuntando con el dedo en dirección a Keize, dijo a Yershov:
– ¡Ay qué individuo!
– Un magnífico ejemplar ario -respondió Yershov. Y para que Chernetsov no le oyera murmuró al oído de Mostovskói-: Pero algunos de nuestros muchachos no se quedan cortos.
Chernetsov se entrometió en la conversación que no había oído y dijo:
– Cada pueblo tiene el derecho sagrado de poseer sus héroes, sus santos y sus villanos.
Mostovskói se volvió hacia Yershov, pero lo que dijo también iba para Chernetsov.
– Por supuesto, nosotros también tenemos a nuestros canallas, pero en el asesino alemán hay algo irrepetible.
El registro concluyó. Dieron la orden de echarse a dormir. Los prisioneros se encaramaron a sus literas.
Mostovskói se acostó y estiró las piernas. Luego recordó que no había comprobado si todas sus cosas seguían en orden. Se levantó con un gemido y empezó a examinar sus pertenencias. Parecía que no había desaparecido la bufanda, ni tampoco los trozos de tela que utilizaba como calcetines, pero la sensación de ansiedad no remitió.
Yershov se le aproximó y le dijo en voz baja:
– El kapo Nedzelski va diciendo por ahí que nuestro bloque se disolverá. Algunos de los hombres serán retenidos para ser sometidos a más interrogatorios y la mayor parte irá a parar a campos comunes.
– Qué más da -respondió Mostovskói.
Yershov se sentó en el catre y dijo, con una voz baja y sin embargo clara:
– ¡Mijaíl Sídorovich!
Mostovskói se incorporó sobre el codo y le miró.
– Mijaíl Sídorovich, he estado pensando en algo importante y necesito hablar con usted. Si vamos a morir quiero que sea haciendo ruido.
Hablaba en un susurro y Mostovskói, escuchando a Yershov, comenzó a sentirse embargado por la emoción. Era como si una brisa mágica soplara sobre él.
– El tiempo es oro -dijo Yershov-. Si los alemanes consiguen tomar ese diabólico Stalingrado, todo el mundo se instalará en la apatía. Sólo tiene que echar un vistazo a tipos como Kiríllov para convencerse.
El plan de Yershov consistía en formar una alianza militar entre los prisioneros de guerra. Repasó el plan punto por punto de memoria, como si estuviera leyendo un documento.
– … instauración de la disciplina y de la solidaridad entre todos los ciudadanos soviéticos presentes en el campo; expulsión de los traidores del propio círculo; sabotaje al enemigo; creación de comités de lucha entre prisioneros polacos, franceses, yugoslavos y checos…
Mirando sobre las literas la confusa penumbra del barracón, dijo:
– Algunos de los hombres de la fábrica militar confían en mí: reuniremos armas. Haremos las cosas a lo grande. Disponemos de enlaces con decenas de otros campos. Terror contra los traidores. Nuestro objetivo final: una sublevación general, una Europa libre y unida.
– ¡Una Europa libre y unida! Ay, Yershov, Yershov…
– No estoy hablando por hablar. Nuestra conversación es sólo el inicio de la lucha.
– Me alisto en su ejército -dijo Mostovskói y, moviendo la cabeza, repitió-: Una Europa libre… Aquí, en nuestro campo, habrá una sección de la Internacional Comunista, compuesta sólo por dos personas, una de las cuales ni siquiera está afiliada al Partido.
– Usted tiene conocimientos de alemán, inglés y francés, conseguiremos miles de contactos -afirmó Yershov-. ¿Qué Komintern necesita? Prisioneros de todos los países, ¡uníos!
Mostovskói, mirando a Yershov, pronunció unas palabras que creía haber olvidado hacía mucho tiempo:
– ¡La voluntad del pueblo! -Y se sorprendió de haber recordado justamente esas palabras.
– Tenemos que hablar con Ósipov y el coronel Zlatokrilets -prosiguió Yershov-. Ósipov tiene una gran energía. Pero no le gusto, es mejor que hable usted con él. Y yo hablaré con el coronel hoy mismo. Con ellos seremos cuatro.
73
El cerebro del mayor Yershov trabajaba sin tregua, día y noche, elaborando un plan para articular un movimiento clandestino que abarcara todos los campos alemanes. Pensaba en los medios de enlace entre ellos, reteniendo los nombres de los campos de trabajo, los campos de concentración y las estaciones ferroviarias. Pensaba en la creación de un código secreto, en la posibilidad de incluir en las listas de transporte, con ayuda de los detenidos que trabajaban en la administración, a los miembros de la organización secreta que tendrían que desplazarse de campo en campo.
¡Su alma acariciaba un sueño! La obra de miles de agitadores clandestinos y heroicos saboteadores culminaría con una insurrección armada en los campos. Quienes se involucraran en el alzamiento deberían hacerse con la artillería antiaérea, utilizada para la defensa del campo, para transformarla en medios antitanque y antiinfantería. Era preciso identificar a los artilleros reclusos y afrontar los cálculos relativos a las piezas incautadas por los grupos de asalto.
El mayor Yershov conocía bien la vida del campo; sabía valorar la potencia de la corrupción, del miedo, de la necesidad de llenar el estómago. Había visto a muchos hombres cambiar sus honestas guerreras por los capotes azul claro con hombreras de los voluntarios de Vlásov.
Presenciaba el abatimiento, el servilismo, la deslealtad y la sumisión. Constataba el horror ante el horror. Veía a hombres petrificados de miedo ante los aterradores oficiales de las SS.
Al mismo tiempo, en los pensamientos del harapiento mayor hecho prisionero no había fantasías.
Durante los tiempos oscuros del implacable avance alemán hacia el frente oriental, él sostenía a sus compañeros con palabras alegres y valientes, convencía a aquellos que estaban hinchados por el hambre a luchar por su salud. En él habitaba un desprecio inextinguible, provocador e indestructible por la violencia.
Los hombres captaban el fuego vivo que Yershov emanaba; un fuego sencillo y necesario a todos, igual al de la estufa rusa donde arde la leña de abedul.
Debía de ser aquella calidez, unida a la fuerza de su mente y coraje, la que había erigido a Yershov como líder indiscutible de los oficiales soviéticos en el campo. Yershov había comprendido hacía tiempo que Mijaíl Sídorovich sería el primer hombre al que confiaría sus pensamientos.
Tendido en el catre miraba fijamente las tablas rugosas del techo como si observara la tapa de su ataúd con el corazón aún latiéndole.
Aquí, en el campo, como nunca antes en sus treinta y tres años de vida, era consciente de su propia fortaleza. Su vida no había sido fácil antes de la guerra. Su padre, un campesino de Vorónezh, había sido deskulakizado en 1930. En aquella época, Yershov servía en el ejército. No rompió la relación con su padre. No fue admitido en la Academia Militar, aunque había pasado el examen de ingreso con calificación de sobresaliente. Después de conseguir con no pocas dificultades graduarse en la Escuela Militar fue destinado a una oficina de reclutamiento de distrito.
Su padre y el resto de la familia fueron confinados al norte de los Urales. Yershov pidió un permiso y fue a visitarle. Desde Sverdlovsk recorrió doscientos kilómetros por una vía estrecha. A lo largo de ambos lados de la vía se extendían vastas extensiones de bosques y pantanos, pilas de leña, el alambre espinoso del campo, las barracas y los refugios cavados en la tierra. Las altas torres de vigilancia se erguían como hongos venenosos con piernas gigantes. El convoy fue detenido dos veces: un pelotón de guardias buscaba a un prisionero fugado. Por la noche el tren se detuvo en un apartadero y esperó el paso de otro convoy en dirección opuesta. Yershov no lograba conciliar el sueño, oía los ladridos de los perros de la OGPU [70], los silbidos de los centinelas de un enorme campo penitenciario que se encontraba en las inmediaciones.