Shtrum encogía los hombros, se levantaba, paseaba por la habitación, hacía movimientos con la mano como si quisiera apartar a alguien. Después se sentó a la mesa y siguió respondiendo a las preguntas.
29. ¿Ha sido usted o alguno de sus parientes objeto de una investigación judicial o de un juicio: ¿Ha sido arrestado? ¿Se le ha impuesto una condena penal o administrativa? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? En caso de que haya sido indultado, ¿cuándo…?
Luego, la misma pregunta referida a su esposa. Se estremeció. No tenían piedad. Varios nombres se le pasaron por la mente…
«Estoy seguro de que él es inocente… Simplemente no es de este mundo… ella fue arrestada por no haber denunciado a su marido. Le cayeron ocho años; no estoy seguro, no le escribí; tal vez fue enviada a Tiomniki, me enteré por casualidad, me encontré con su hija en la calle… No lo recuerdo muy bien… Me parece que a él lo arrestaron a principios de 1938; sí, diez años, sin derecho a correspondencia…
«El hermano de mi mujer era miembro del Partido, nos vimos pocas veces; ni yo ni mi mujer hemos mantenido contacto con él; la madre de mi mujer me parece que fue a verle, sí, sí, mucho antes de la guerra; su segunda mujer fue enviada a un campo por no denunciar al marido; murió durante la guerra, su hijo participa en la defensa de Stalingrado como voluntario… Mi mujer está separada de su primer marido; el hijo de su primer matrimonio, mi hijastro, murió en el frente, en la defensa de Stalingrado… El primer marido fue arrestado y desde el momento del divorcio mi mujer no ha tenido noticias suyas… No sé por qué fue condenado, oí vagamente que pertenecía a la oposición trotskista, pero no estoy seguro, el asunto no me interesaba…»
A Shtrum le invadió un sentimiento de culpabilidad, de suciedad. Se acordó de aquel miembro del Partido que había confesado en una reunión: «¡Camaradas, no soy de los vuestros!».
De repente se sublevó; «Yo no pertenezco a la categoría de los sometidos y los sumisos. Sadko no me ama, y que así sea. Estoy solo, mi mujer ha dejado de interesarse por mí. Bueno, ¿y qué? No renegaré de los infelices, de los muertos, de aquellos que eran inocentes.
«¡Deberíais avergonzaros de vosotros mismos, camaradas! ¿Cómo podéis remover estas cosas? Esa gente era inocente; ¿de qué pueden ser culpables sus mujeres y sus hijos? Ante estas personas hay que arrepentirse, hay que pedir perdón. ¿Y vosotros queréis demostrar mi inferioridad, privarme de vuestra confianza porque estoy emparentado con personas inocentes? Si soy culpable es de haberles ayudado demasiado poco en su desgracia».
Al mismo tiempo en su cerebro brotaban otros pensamientos, que discurrían en sentido inverso a los anteriores. «En el fondo no he tenido contacto con ellos. No he intercambiado correspondencia con esos enemigos, no recibo cartas de los campos, no les he sostenido materialmente, raras veces me he encontrado con ellos, sólo por azar…»
30. ¿Tiene familiares en el extranjero? (¿Dónde? ¿Desde cuándo? ¿Motivos de su partida?) ¿Sigue en contacto con ellos?
Esa nueva pregunta hizo crecer su angustia. «Camaradas, ¿es posible que no comprendáis que en las condiciones en que se encontraba la Rusia zarista la emigración era inevitable? En realidad emigraban los pobres, emigraban las personas amantes de la libertad. Lenin también vivió en Londres, en Zúrich, en París. ¿Por qué os hacéis señas cuando leéis que mis tías y mis tíos, sus hijos y sus hijas, viven en Nueva York, París, Buenos Aires…?»
En efecto, la lista de sus parientes en el extranjero era casi tan larga como la de sus trabajos científicos. Y si a eso se le añadía la lista de las víctimas de la represión…
Así es como se aplastaba a un hombre. ¡Al basurero con él! ¡Es un intruso! ¡Pero es mentira, es mentira! Es de él, y no de Gavronov y Dubenkov, de quien tiene necesidad la ciencia; él daría la vida por su país. ¿Acaso no había personas con formularios impecables capaces de engañar y traicionar? ¿Acaso eran pocas las personas que habían escrito en los cuestionarios: «Padre, kulak»; «padre, ex terrateniente», y que luego habían muerto en combate, se habían unido a los partisanos, habían sido ejecutados?
¿Qué significado tenía todo eso? Él lo sabía muy bien: ¡era el método estadístico! ¡La teoría de la probabilidad! Había más probabilidades de encontrar al enemigo entre las gentes que no pertenecían a la clase de los trabajadores que entre las de origen proletario. Pero también los nazis, apoyándose en el mismo tipo de probabilidad, exterminaban pueblos., naciones. Era un principio inhumano. Inhumano y ciego. Sólo había una manera aceptable de relacionarse con la gente: la humana.
Si tuviera que escoger colaboradores para su laboratorio, Víktor Pávlovich elaboraría un formulario muy diferente a éste: un formulario humano. Le daría lo mismo que su futuro colega fuera ruso, judío, ucraniano, armenio; que su abuelo hubiera sido obrero, el propietario de una fábrica o un kulak. Su relación con él no dependería de que su hermano fuera arrestado o no por los órganos del NKVD; no le importaría si su hermana vivía en Ginebra o en Kostroma.
Le preguntaría a qué edad comenzó a interesarse por la física teórica, qué opinión le merece la crítica que Einstein había hecho al viejo Planck, si está interesado sólo en la teoría matemática o también disfruta con el trabajo experimental, qué piensa de Heisenberg, y si cree que es posible elaborar una teoría unificada de los campos. Lo importante es el talento, el fuego, la chispa divina. Le preguntaría -pero sólo si a su futuro colega le apetece contestar- si le gusta caminar, beber vino, si va a los conciertos de música sinfónica, si le gustan los libros infantiles de Serón Thompson, a quién siente más cercano, a Tolstói o a Dostoyevski, si se dedica a la jardinería, si le gusta la pesca, que piensa de Picasso, cuál es su cuento preferido de Chéjov.
Le interesaría saber si su futuro colega es taciturno o hablador; si es bueno, ingenioso, vengativo, irascible, ambicioso; si se arriesgaría a tener una aventura con la encantadora Vérochka Ponomariova.
Es curioso lo bien que Madiárov había respondido a preguntas parecidas… Tal vez sí que fuera un provocateur… Dios mío…
Pluma en ristre, Shtrum escribió: «Esther Semiónovna Dashevskaya, tía por parte de madre, vive en Buenos Aires desde 1909, profesora de música».
55
Shtrum entró en el despacho de Shishakov con el firme propósito de permanecer tranquilo y no pronunciar ni una palabra fuera de tono.
Comprendía que era estúpido enojarse y ofenderse porque en la cabeza del académico- funcionario, Shtrum y sus trabajos ocuparan uno de los últimos puestos.
Pero en cuanto vio la cara de Shishakov sintió una irritación insuperable.
– Alekséi Alekséyevich -comenzó-, como suele decirse, no se puede ser amable a la fuerza, nadie manda sobre el corazón; pero usted no se ha interesado ni siquiera una vez en el montaje de la instalación.
Shishakov contestó con tono conciliador:
– Pasaré sin falta en cuanto tenga un momento.
El jefe, benevolente, había prometido honrar a Shtrum con una visita.
– Por lo demás, me parece que la dirección se muestra bastante atenta con sus peticiones -añadió Shishakov.
– En especial el departamento de personal.
Shishakov, rezumando espíritu pacífico, le preguntó:
– ¿En qué le molesta el departamento de personal? Usted es el primer director de laboratorio que me hace una observación parecida.
– Alekséi Alekséyevich, he intentado en vano que se haga venir a Weisspapier de Kazán. Es una especialista irreemplazable en el campo de la fotografía nuclear. También me opongo categóricamente al despido de Loshakova; es una trabajadora excelente y una bellísima persona. No logro entender cómo pueden despedirla. Es inhumano. Por último, insisto en que se acepte la candidatura de Landesman; es un joven con un talento extraordinario. Creo que subestima usted la importancia de nuestro laboratorio. De lo contrario yo no estaría perdiendo el tiempo en conversaciones de este tipo.