Chuikov se había conmovido; su corazón endurecido por la guerra le martilleaba en el pecho. Aguzó el oído: el silencio se había roto. Desde Banni Ovrag y la fábrica Octubre Rojo llegaba una canción. Abajo, en la orilla del Volga, se oían voces apagadas y los acordes de una guitarra.
Chuikov regresó al refugio. Gúrov, que le había esperado para cenar, le dijo:
– Esta calma es increíble, Vasili Ivánovich.
Chuikov resopló y no dijo nada.
Luego, una vez sentados a la mesa, Gúrov observó:
– Eh, camarada, has tenido que pasarlas canutas si lloras por una canción alegre.
Chuikov le fulminó con una mirada viva y desconcertada.
19
En el refugio excavado en la ladera del barranco de Stalingrado, algunos soldados del Ejército Rojo estaban sentados alrededor de una mesa improvisada, a la luz de una lámpara de fabricación casera.
Un sargento servía vodka en los vasos de sus compañeros y los hombres observaban cómo el líquido precioso alcanzaba el nivel indicado por su uña torcida.
Después de beber, todos alargaron las manos hacia el pan.
Uno acabó de masticar y dijo:
– Sí, las hemos pasado moradas, pero al final hemos vencido.
– Los fritzes se han calmado, no se oye ni un ruido.
– Sí, ya han tenido suficiente.
– La epopeya de Stalingrado ha terminado.
– Pero antes les ha dado tiempo de provocar muchas desgracias. Han quemado la mitad de Rusia.
Masticaban el pan muy despacio, sin apresurarse, reencontrando en la calma la sensación feliz y tranquila de aquellos que por fin pueden reposar, beber y comer después de un largo y difícil trabajo.
Las mentes comenzaban a nublarse, pero esta niebla tenía algo especial, no les aturdía. Y todo se percibía con extrema lucidez: el sabor del pan, el crujido de la cebolla, las armas amontonadas bajo la pared de arcilla de la trinchera, el recuerdo del hogar, el Volga y la victoria sobre el potente enemigo, obtenida con esas mismas manos que acariciaban los cabellos de los niños, que abrazaban a las mujeres, que despedazaban el pan y liaban cigarrillos con papel de periódico.
20
Los moscovitas que se preparaban para volver a casa después de la evacuación quizá se alegraban más de dejar atrás su vida como evacuados que de encontrarse de nuevo en Moscú. Las calles de Sverdlovsk, Omsk, Tashkent o Krasnoyarsk, las casas, las estrellas en el cielo otoñal, el sabor de la comida: todo se había vuelto odioso.
Si las noticias que transmitía la Oficina de Información Soviética eran buenas, decían:
– Bueno, pronto nos marcharemos de aquí. Si el boletín, en cambio, era alarmante, se lamentaban: -Oh, seguro que interrumpirán la reevacuación de las familias.
Corrían infinidad de historias sobre personas que habían logrado regresar a Moscú sin salvoconducto; cambiaban varias veces de tren, pasando de trenes de largo recorrido a ferrocarriles regionales, luego cogían trenes eléctricos donde no efectuaban controles.
La gente había olvidado que en octubre de 1941 cada día pasado en Moscú era una tortura. Con qué envidia miraban a los moscovitas que habían cambiado el siniestro cielo natal por la tranquilidad de Tartaria, Uzbekistán…
La gente había olvidado que algunos no consiguieron subir a los convoyes en los fatídicos días de octubre de 1941» que abandonaron maletas y hatillos y se fueron a pie hasta Zagorsk, porque deseaban huir de Moscú. Ahora la gente estaba dispuesta a abandonar sus pertenencias, el trabajo, una vida cómoda, y marchar a pie hasta Moscú, con el único fin de dejar a sus espaldas los lugares de la evacuación. La principal razón de estas dos posiciones opuestas -la impetuosa fuerza que empujaba fuera de Moscú y hacia Moscú- consistía en el hecho de que el año de guerra transcurrido había transformado la conciencia de Jos hombres, y el miedo místico hacia los alemanes se había convertido en la certeza de la superioridad de las fuerzas soviéticas. La terrible aviación alemana ya no parecía tan terrible.
En la segunda mitad de noviembre la Oficina de Información Soviética comunicó el inicio de la ofensiva contra el grupo de ejércitos nazis en la provincia de Vladikavkaz (Ordzhonikidze) y el sucesivo-avance victorioso en la provincia de Stalingrado. Durante dos semanas el locutor anunció nueve veces: «Última hora… La ofensiva de nuestras tropas continúa… Un nuevo golpe asestado contra el enemigo… Nuestros ejércitos han vencido la resistencia del enemigo en las inmediaciones de Stalingrado y han roto su nueva línea de defensa en la orilla oriental del Don… Nuestros ejércitos prosiguen el ataque, han recorrido de diez a veinte kilómetros… Las tropas desplegadas en el curso medió del Don han pasado a la ofensiva contra los ejércitos alemanes… Ofensiva de nuestras tropas en el Cáucaso septentrional… Nuevo ataque de nuestros ejércitos al suroeste de Stalingrado…».
En vísperas del nuevo año, 1943, la Oficina de Información Soviética emitió un comunicado titulado «Balance de la ofensiva desplegada en las últimas seis semanas en los accesos de Stalingrado», en el que describía cómo habían sido cercados los ejércitos alemanes en Stalingrado.
En la conciencia de la gente estaba a punto de operarse un cambio. Los primeros movimientos tuvieron lugar en el subconsciente, con un secretismo no inferior a aquel con el que se había preparado la ofensiva de Stalingrado. Esta transformación, acaecida en el inconsciente, se hizo evidente, se expresó por primera vez después de la ofensiva de Stalingrado.
Lo que había ocurrido en la conciencia colectiva se distinguía de lo que había sucedido en los días del desenlace victorioso de la batalla de Moscú, si bien, en apariencia, los dos fenómenos eran idénticos.
La diferencia consistía en el hecho de que la victoria de Moscú había servido, fundamentalmente, para cambiar la Actitud hacia los alemanes. El temor místico hacia el ejército alemán se desvaneció en diciembre de 1941.
Stalingrado, la ofensiva de Stalingrado, contribuyó a crear una nueva conciencia en el ejército y en la población. Los soviéticos, los rusos, comenzaron a verse de otra manera y a comportarse de modo diferente respecto a la gente de otras nacionalidades. La historia de Rusia comenzó a ser percibida como la historia de la gloria rusa, y no como la historia de los sufrimientos y las humillaciones de los campesinos y obreros rusos.
El factor nacional, antes un aspecto relativo a la forma, se transformó en contenido, se convirtió en un nuevo fundamento para la comprensión del mundo.
En los días de la victoria de Moscú la gente pensaba según las viejas categorías de pensamiento, las nociones dominantes antes de la guerra.
La reinterpretación de los acontecimientos bélicos, la toma de conciencia de la fuerza de las armas rusas y del Estado formaban parte de un proceso más amplio, largo y complejo.
Dicho proceso había comenzado mucho antes de la guerra; sin embargo, no había tenido lugar tanto en la conciencia del pueblo como a un nivel subconsciente.
Tres grandiosos acontecimientos fueron las piedras angulares de esta reinterpretación de la vida y las relaciones humanas: la colectivización del campo, la industrialización y el año 1937.
Estos acontecimientos, como la Revolución de Octubre de 1917, causaron desplazamientos y movimientos de enormes masas de población; tales movimientos estuvieron acompañados por la eliminación física de personas en un número superior, que no inferior, al exterminio que había tenido lugar en la época de la liquidación de la nobleza rusa y de la burguesía industrial y comercial.
Estos acontecimientos, capitaneados por Stalin, señalaron el triunfo económico y político de los constructores del nuevo Estado soviético, del socialismo en un solo país. Estos acontecimientos constituían el resultado lógico de la Revolución de Octubre.