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La noche del 22 de noviembre Paulus recibió la orden de Hitler de llamar a la zona que ocupaba su ejército «Fortaleza Stalingrado».

La orden precedente había sido: «El comandante del ejército debe dirigirse a Stalingrado y trasladar allí su Estado Mayor. El 6° Ejército establecerá una defensa perimétrica en espera de indicaciones ulteriores».

Al término de la reunión celebrada entre Paulus y los comandantes de los cuerpos de ejército, el barón Von Weichs telegrafió al alto mando:

A pesar de la terrible responsabilidad que siento sobre mí al tomar esta decisión, debo informar que considero necesario apoyar la petición del general Paulus respecto a la retirada del 6° Ejército…

El jefe del Estado Mayor de las fuerzas terrestres, el general Zeitler, con el que Von Weichs estaba en contacto Permanente, compartía sin reservas la opinión de Paulus y Weichs acerca de la necesidad de abandonar la zona de Stalingrado, pues, a su entender, resultaba del todo imposible abastecer por vía aérea los enormes contingentes militares que se encontraban sitiados.

A las dos de la madrugada del 24 de noviembre Zeitler informó a Weichs de que finalmente había logrado convencer a Hitler de que debían abandonar Stalingrado. El Führer, concluía, daría la orden de la retirada del 6,° Ejército el 24 de noviembre por la mañana.

Poco después de las diez de la mañana, la única línea de comunicación telefónica existente entre el Grupo de Ejércitos B y el 6° Ejército fue cortada.

La orden de Hitler se esperaba de un momento a otro. Puesto que era de vital importancia actuar con rapidez, el barón Von Weichs asumió la responsabilidad de dar la orden de romper el cerco.

En el momento en que los soldados de transmisiones se disponían a enviar por radio el mensaje de Weichs, el jefe del centro de transmisiones oyó el mensaje que el Führer enviaba desde su cuartel general al comandante Paulus:

El 6° Ejército ha sido cercado temporalmente por los rusos. He decidido concentrar el ejército en la zona: norte de Stalingrado, Kotlubán, cotas 137 y 139, Marinovka, Tsibenko, Sur de la ciudad.

El ejército puede tener la certeza de que haré todo cuanto pueda para mantener el abastecimiento y romper el cerco. Conozco al valeroso 6° Ejército y a su comandante, y estoy seguro de que cumplirán con su deber.

ADOLF HITLER

La voluntad de Hitler, expresión del funesto destino del Tercer Reich, se convirtió en el destino del ejército de Paulus. Hitler escribió una nueva página de la historia militar alemana con la pluma de Paulus, Weichs, Zeitler; con la pluma de los comandantes de los cuerpos y regimientos del ejército; con la pluma de los soldados, de todos aquellos que no querían cumplir su voluntad, pero que la cumplieron hasta el final.

13

Tras cien horas de combate, las fuerzas de los tres frentes -el de Stalingrado, el del Don y el del suroeste- se habían unido.

Bajo el pálido cielo invernal, en la nieve removida de la periferia de Kalach, las divisiones soviéticas acorazadas de primera línea entraron en contacto. El nevado espacio de la estepa había sido roturado por cientos de orugas, quemado por las explosiones de los obuses. Las pesadas máquinas levantaban enormes nubes de nieve y el blanco manto notaba en el aire. Allí donde los tanques hacían bruscos virajes, además de la nieve alzaban polvo de arcilla helada.

Los cazas y bombarderos de apoyo soviéticos volaban a baja altura sobre la estepa. Al noroeste retumbaban las piezas de artillería de gran calibre y relámpagos confusos iluminaban un cielo humeante y sombrío.

Dos T-34 se detuvieron uno frente al otro junto a una casita de madera. Los tanquistas, sucios, excitados por el éxito de la batalla y la proximidad de la muerte, aspiraban con placer y ruidosamente el aire gélido, que les parecía aún más agradable después del calor sofocante y oleoso del interior del tanque. Los tanquistas liberaron sus cabezas de los cascos de piel negra y entraron en la casa. Allí, el comandante del tanque procedente del lago Tsatsa sacó del bolsillo de su uniforme una petaca con medio litro de vodka… Una mujer enfundada en un chaquetón guateado y que calzaba unas enormes botas de fieltro dejó sobre la mesa los vasos que tintineaban en sus temblorosas manos, y dijo entre sollozos:

– Creíamos que no saldríamos vivos cuando los nuestros comenzaron a disparar; disparaban y disparaban sin cesar, he pasado dos días en el sótano.

– Entretanto habían entrado en la habitación otros dos tanquistas de baja estatura y anchos de hombros, como dos armarios.

– Ves, Valeri ¡qué hospitalidad! Pero da la casualidad de que nosotros hemos traído algo para hincar el diente -observó el comandante del tanque que procedía del frente del Don. Valeri hundió la mano en un bolsillo profundo del uniforme, sacó un pedazo de salchichón ahumado envuelto en una mugrienta proclama de guerra y se puso a romperlo en trozos, reponiendo cuidadosamente con los dedos el tocino blanco que escapaba de las rodajas. Después de beber, a los tanquistas les embargó una sensación de bienestar. Uno de ellos, sonriendo con la boca llena, dijo:

– Mirad lo que significa habernos encontrado: vuestro vodka y nuestro salchichón se han unido. La broma fue del agrado de todos, y los tanquistas, sin parar de reír, la repitieron mientras masticaban el salchichón, rebosantes del calor de la camaradería.

14

El comandante del tanque procedente del sur comunicó por radio al jefe de su compañía que se había producido la reunión de tropas en la zona de Kalach. Añadió algunas palabras sobre el hecho de que los soldados venidos del frente suroeste parecían ser gente cabal y que habían vaciado una botella juntos.

El informe siguió los cauces establecidos hasta llegar al alto mando, y al cabo de unos minutos el comandante de brigada Kárpov anunciaba al comandante del cuerpo que el encuentro se había efectuado.

Nóvikov percibía la atmósfera de exaltación que había surgido en torno a él en el Estado Mayor. El cuerpo avanzaba casi sin sufrir pérdidas y había cumplido, dentro de los plazos previstos, los objetivos que le habían fijado.

Después de haber enviado su informe al comandante del frente, Neudóbnov estrechó durante largo rato la mano de Nóvikov. Los ojos del jefe del Estado Mayor, por lo general amarillos e irritados, se habían vuelto más límpidos y dulces.

– Ya ve los milagros que pueden realizar nuestros hombres una vez eliminados los enemigos internos y los saboteadores -dijo.

Guétmanov abrazó a Nóvikov, miró a los oficiales que estaban a su lado, a los chóferes, los ordenanzas, los radiotelegrafistas, y se sorbió los mocos sonoramente, para que todos le oyeran.

– ¡Te doy las gracias, Piotr Pávlovich! -dijo-. Recibe un agradecimiento ruso, un agradecimiento soviético. Te da las gracias el comunista Guétmanov. Me quito el sombrero ante ti; gracias.

Y de nuevo besó y abrazó al conmovido Nóvikov.

– Lo has preparado todo, has instruido a los hombres a la perfección, lo has previsto todo y ahora has recogido los frutos de tu trabajo -le elogió Guétmanov.

– Qué va, no estaba previsto -dijo Nóvikov, a quien escuchar las palabras de Guétmanov le procuraba un placer casi insoportable a la vez que cierta incomodidad. Y agitando un fajo de informes de guerra añadió-: Estas son mis previsiones. Confiaba sobre todo en Makárov, pero éste se quedó rezagado, se desvió de la ruta asignada y desperdició una hora y media en una escaramuza innecesaria en su flanco. En cuanto a Belov, estaba convencido de que avanzaría sin prestar atención a sus flancos, pero el segundo día, en lugar de rebasar un centro de resistencia enemiga y avanzar sin demora hacia el noroeste, se enzarzó en una refriega contra unidades de artillería e infantería, e incluso pasó a la defensiva, despilfarrando once horas con esas tonterías. Fue Kárpov el primero en llegar a Kalach; avanzó a toda velocidad, como una flecha, sin mirar atrás ni una sola vez y sin preocuparse de lo que sucedía en sus flancos, y logró ser el primero en cortar las principales líneas de comunicación de los alemanes. He aquí mi conocimiento de los hombres. He aquí mis previsiones. Y yo que pensé que Kárpov estaría tan ocupado vigilando sus flancos que tendría que hacerle avanzar a garrotazos…

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