El cuarto tipo era el de los ejecutores, hombres que eran completamente indiferentes al dogma, a las ideas, a la filosofía; también estaban privados de capacidad analítica. El nacionalismo les pagaba y ellos le servían. Su única gran pasión eran las vajillas, los trajes, las casas de campo, los objetos de valor, los muebles, los automóviles, los frigoríficos. No les gustaba demasiado el dinero porque no creían en su estabilidad.
Liss aspiraba a mezclarse con los altos dirigentes, soñaba con su compañía y su intimidad; allí, en el reino de la inteligencia y la ironía, de la lógica elegante, se sentía a gusto, bien, cómodo.
Pero a una altura aterradora, por encima de aquellos líderes, por encima de la estratosfera, había un mundo oscuro, incomprensible, confuso, cuya falta de lógica era inquietante, y en aquel mundo superior imperaba el Führer.
Lo que mas aterrorizaba a Liss de Hitler era la inconcebible yuxtaposición que se daba en él de elementos contradictorios: era el maestro absoluto, el gran mecánico, dotado del cinismo y la crueldad matemática más refinada, superior a la de todos sus colaboradores más estrechos juntos. Pero, al mismo tiempo, poseía un frenesí dogmático, una fe fanática y ciega, una falta de lógica bovina que Liss sólo había encontrado en los niveles más bajos, casi subterráneos, de la dirección del Partido. Creador de la varita mágica y sumo sacerdote, era al mismo tiempo un feligrés oscuro y frenético.
Y ahora, mientras seguía con la mirada el coche que se alejaba, Liss sintió que Eichmann había suscitado en él aquel confuso sentimiento que al mismo tiempo aterrorizaba y atraía y que hasta el momento sólo le había provocado una sola persona en el mundo: el Führer del pueblo alemán, Adolf Hitler.
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El antisemitismo se manifiesta de modos diversos, desde el desprecio burlesco hasta los sangrientos pogromos.
Puede asumir diferentes aspectos: ideológico, interior, oculto, histórico, cotidiano, fisiológico, y son varias sus formas: individual, social, estatal.
El antisemitismo se encuentra en el mercado y en las sesiones del presídium de la Academia de las Ciencias, en el alma de un hombre viejo y en los juegos infantiles. Sin perder un ápice de su fuerza, el antisemitismo ha pasado de la época de las lámparas de aceite, los barcos de vela y las ruecas a la época de los motores de reacción, las pilas atómicas y las máquinas electrónicas.
El antisemitismo nunca es un fin, siempre es un medio; es un criterio para medir contradicciones que no tienen salida.
El antisemitismo es un espejo donde se reflejan los defectos de los individuos, de las estructuras sociales y de los sistemas estatales. Dime de qué acusas a un judío y te diré de qué eres culpable.
El odio hacia el régimen de servidumbre de la patria incluso en la mente del campesino Oleinichuk, combatiente por la libertad encarcelado en Schlisselburg, se transforma en odio hacia los polacos y los judíos. E incluso un genio como Dostoyevski vio un judío usurero allí donde debería haber visto los ojos despiadados del contratista, el fabricante y el esclavista rusos.
Y el nacionalsocialismo, al acusar al pueblo judío que él mismo había inventado de racismo, de ansia de dominar el mundo y de una indiferencia cosmopolita hacia la nación alemana, proyectaba sobre los judíos sus propios rasgos. Pero éste es sólo uno de los aspectos del antisemitismo.
El antisemitismo es la expresión de la falta de talento, de la incapacidad de vencer en una contienda disputada con las mismas armas; y eso es aplicable a todos los campos, tanto la ciencia como el comercio, la artesanía, la pintura. El antisemitismo es la medida de la mediocridad humana. Los Estados buscan la explicación de sus fracasos en las artimañas del judaísmo internacional. Pero éste es sólo uno de los aspectos del antisemitismo.
El antisemitismo es la expresión de la falta de cultura en las masas populares, incapaces de analizar las verdaderas causas de su pobreza y sufrimiento. Las gentes incultas ven en los judíos la causa de sus desgracias en lugar de verla en la estructura social y el Estado. Pero también el antisemitismo de las masas no es más que uno de sus aspectos.
El antisemitismo es la medida de los prejuicios religiosos que está latente en las capas más bajas de la sociedad. Pero éste, también, es sólo uno de los aspectos del antisemitismo.
La repugnancia hacia el aspecto físico de los judíos, hacia su manera de hablar y comer, no es ni mucho menos la causa real del antisemitismo fisiológico. De hecho, el mismo hombre que habla con desagrado de los cabellos rizados de los judíos, de su modo de gesticular, entra en éxtasis ante los niños de pelo oscuro y crespo de los cuadros de Murillo, y se muestra indiferente a la pronunciación gutural, al modo de gesticular de los armenios y mira sin aversión los gruesos labios de un negro.
El antisemitismo ocupa un lugar particular en la historia de la persecución a las minorías nacionales. Es un fenómeno único porque el destino histórico de los judíos es único.
Al igual que la sombra de un hombre da una idea de su figura, también el antisemitismo nos da una idea de la historia y el destino de los judíos. La historia del pueblo judío se encuentra ligada y mezclada con abundantes cuestiones políticas y religiosas a nivel mundial. Y ése es el primer rasgo que distingue a los judíos de otras minorías nacionales. Los judíos viven en casi todos los países del mundo. La insólita dispersión de una minoría nacional en los dos hemisferios constituye el segundo rasgo distintivo de los judíos.
Durante el apogeo del capital mercantil, aparecieron los comerciantes y los usureros judíos. Con el florecimiento de la industria muchos judíos emergieron como técnicos y emprendedores. En la era atómica, no pocos judíos dotados de talento se dedicaron a la física nuclear.
Durante las luchas revolucionarias un buen número de judíos se revelaron como destacados revolucionarios. Constituyen una minoría nacional que no se margina en la periferia social y geográfica, sino que se esfuerza en desempeñar un papel central en el desarrollo de las fuerzas ideológicas y productivas. En eso consiste la tercera particularidad de la minoría nacional judía.
Una parte de la minoría judía se asimila, se confunde en la población autóctona del país, mientras una amplia base popular conserva su religión, su lengua y sus costumbres. El antisemitismo toma como regla acusar sistemáticamente a los judíos asimilados de perseguir oscuras aspiraciones nacionalistas y religiosas, mientras que los judíos no asimilados, artesanos y trabajadores manuales en su mayoría, son acusados de las actividades de aquellos que han tomado parte en la revolución, que dirigen la industria, que crean reactores atómicos, empresas y bancos.
Cada uno de estos rasgos tomado por separado puede hacer referencia a cualquier otra minoría nacional, pero sólo los judíos han aglutinado en sí todos ellos.
El antisemitismo también refleja estas particularidades. También ha estado ligado a las principales cuestiones de la política mundial, de la vida económica, ideológica y religiosa. En eso consiste su siniestra peculiaridad. La llama de sus hogueras ha iluminado los períodos más terribles de la historia.
Cuando el Renacimiento irrumpió en el desierto del medievo católico, el mundo de las tinieblas fue iluminado por las hogueras de la Inquisición. Aquellas llamas no sólo alumbraron el poder del mal, también iluminaron el espectáculo de la destrucción.
En el siglo XX, un aciago régimen nacionalista encendió las hogueras de Auschwitz, de los hornos crematorios de Lublin y Treblinka. Estas llamas no sólo iluminaron el breve triunfo del fascismo, sino que también indicaron a la humanidad que el fascismo estaba condenado. Épocas históricas enteras, así como gobiernos reaccionarios fallidos e individuos con la esperanza de mejorar su suerte recurren al antisemitismo en un intento de escapar a un destino inexorable.