Stalin lanzó una serie de improperios y colgó el teléfono.
Yeremenko volvió a encender el cigarrillo y llamó al comandante del 51° Ejército.
– ¿Por qué no han salido aún los tanques? -pregunto. Tolbujin sujetaba con una mano el auricular y se secaba con un enorme pañuelo, que tenía en la otra, el sudor que le corría por el pecho. Llevaba la guerrera desabotonada, y del cuello abierto de la camisa de un blanco inmaculado, le sobresalían los pesados pliegues de grasa en la base del cuello. Se sobrepuso al jadeo y respondió con la lentitud propia de un hombre obeso que comprende no solo con la mente, sino también con todo el cuerpo, que toda agitación le resulta nefasta:
– El comandante del cuerpo de tanques me acaba de informar de que hay baterías enemigas en su camino que todavía están operativas. Ha pedido algunos minutos para abatirlas con el fuego de la artillería pesada.
– ¡Dé la contraorden! -respondió bruscamente Yeremenko-. ¡Que ataquen los tanques de inmediato! Infórmeme dentro de tres minutos.
– A sus órdenes -respondió Tolbujin.
Yeremenko quiso insultar a Tolbujin, pero en lugar de eso le preguntó de pronto:
– ¿Por qué jadea? ¿Está enfermo?
– No, no, me encuentro bien, Andréi Ivánovich; acabo de desayunar.
– Adelante, entonces -dijo Yeremenko y, tras colgar el auricular, observó-: Dice que ha desayunado y no puede respirar…
Luego blasfemó durante un largo rato, lanzando expresivos insultos.
Cuando sonó el teléfono en el puesto de mando, apenas audible a causa de la artillería que había reanudado el ataque, Nóvikov comprendió que se trataba del comandante del ejército y que iba a exigirle que los tanques penetraran en la brecha.
Escuchó a Tolbujin y pensó: «¡Me lo imaginaba!», y dijo: «¡Sí, camarada general, a sus órdenes!».
Sonrió en dirección a Guétmanov.
– Es igual, todavía necesitamos cuatro minutos.
Tres minutos después Tolbujin telefoneó de nuevo y, esta vez sin jadear, clamó:
– ¿Está de broma, camarada coronel? ¿Por qué oigo fuego de artillería? ¡Cumpla las órdenes!
Nóvikov ordenó a la radiotelefonista que le pusiera en contacto con el comandante del regimiento de artillería Lopatin. Oía la voz de Lopatin, pero guardaba silencio y seguía el movimiento del segundero en su reloj en espera del plazo fijado.
– ¡Qué hombre! -exclamó Guétmanov con sincera admiración.
Un minuto más tarde, cuando hubo cesado el fuego de la artillería pesada, Nóvikov se puso los auriculares y llamó al comandante de la brigada de tanques que debía ser la primera en avanzar por la brecha.
– ¡Belov! -exclamó.
– Le escucho, camarada coronel.
Nóvikov, abriendo la boca con un grito iracundo y ebrio, aulló:
– ¡Belov, al ataque!
La niebla se volvió más espesa por el fuego azulado, el aire zumbó por el rumor de los motores y el cuerpo de tanques se precipitó hacía la brecha del frente enemigo.
12
Los objetivos de la ofensiva rusa se hicieron evidentes para el comando alemán del Grupo de Ejércitos B cuando, al amanecer del 20 de noviembre, la artillería retumbó en la estepa calmuca y las unidades de choque del frente de Stalingrado, dispuestas más al sur de la ciudad, pasaron al ataque contra el 4° Ejército rumano desplegado en el flanco derecho de Paulus.
El cuerpo de tanques, activo en el flanco izquierdo de las tropas de asalto soviéticas, penetró en la brecha abierta entre los lagos Tsatsa y Barmantsak, y acto seguido se lanzó al noroeste en dirección a Kalach, al encuentro de los cuerpos de tanques y de caballería que combatían en los frentes del Don y del suroeste.
En la tarde del 20 de noviembre las unidades soviéticas que avanzaban desde Serafímovich habían llegado más al norte de Surovíkino, y constituían una amenaza para las líneas de comunicación de Paulus.
Sin embargo el 6° Ejército de Paulus todavía no era consciente del peligro del cerco. A las seis de la tarde del día 19 el Estado Mayor de Paulus comunicaba al comandante del Grupo de Ejércitos B, el barón Von Weichs, que el 20 de noviembre tenía la intención de continuar las actividades de reconocimiento que ciertas subdivisiones habían emprendido en Stalingrado.
Aquella misma noche, Paulus recibió la orden de Von Weichs de interrumpir las operaciones ofensivas en Stalingrado y concentrar las unidades blindadas y de infantería, así como las armas antitanque, escalonándolas detrás de su flanco izquierdo para lanzar un ataque en dirección noroeste.
Esta orden, que Paulus recibió a las diez de la noche, marcaba el final de la ofensiva alemana en Stalingrado.
La vertiginosa sucesión de acontecimientos hizo que la orden perdiera sentido.
El 21 de noviembre los grupos de ataque soviéticos procedentes de Serafímovich y Klétskaya se unieron y efectuaron un giro de noventa grados respecto a su posición inicial, moviéndose hacia el Don, en la región de Kalach, y más al norte, directamente hacia la retaguardia del ejército de Paulus.
Aquel día, cuarenta tanques soviéticos aparecieron en la elevada orilla occidental del Don, a pocos kilómetros de Golubinskaya, donde estaba emplazado el cuartel general de Paulus. Otro grupo de tanques tomó rápidamente el puente que cruzaba el Don: la defensa alemana confundió a la unidad de tanques soviética con un destacamento de entrenamiento, equipado con medios confiscados al enemigo, que a menudo utilizaba aquel puente. Los tanques soviéticos entraron en Kalach. Se trazaba así el cerco a dos ejércitos alemanes: el 6° de Paulus y el 4° blindado de Hoth.
Una de las mejores unidades de combate de Paulus, la 384ª División de Infantería, adoptó una posición de defensa orientando el frente del propio dispositivo hacia el noroeste.
En aquel mismo momento el ejército de Yeremenko, que había partido desde el sur, aplastaba a la 29ª División Motorizada alemana, abatía el 6° Cuerpo del ejército rumano y avanzaba entre los ríos Chervlennaya y Donskaya Tsaritsa hacia la vía férrea que unía Kalach y Stalingrado.
Poco antes del anochecer los tanques de Nóvikov se acercaron a un núcleo de resistencia rumana fuertemente fortificado.
Esta vez Nóvikov no titubeó, no se aprovechó de la oscuridad nocturna para concentrar a escondidas, furtivamente, los tanques antes de lanzarlos al ataque. A una orden suya, los tanques, los cañones autopropulsados, los carros blindados y los camiones de la infantería motorizada encendieron simultáneamente los faros.
Cientos de luces deslumbrantes, cegadoras, quebraron la noche. Una enorme masa de máquinas salió de la oscuridad de la estepa, ensordeciendo con su rugido, con las descargas de sus cañones y las ráfagas de las ametralladoras, cegando con su luz lacerante, paralizando a la defensa rumana, sembrando el pánico.
Después de una breve batalla, los tanques continuaron su avance.
En la mañana del 22 de noviembre, los tanques soviéticos procedentes de las estepas calmucas irrumpieron en Buzinovka. Aquella misma noche, las secciones acorazadas soviéticas que se habían movido desde el sur y el norte unieron sus fuerzas al este de Kalach, en la retaguardia de los ejércitos alemanes de Paulus y Hoth. El 23 de noviembre, varias formaciones de fusileros habían tomado posiciones en los ríos Chir y Aksái, y cubrían eficazmente los flancos de los grupos de asalto.
El objetivo que el alto mando del ejército había marcado a las tropas se había cumplido: las fuerzas alemanas habían sido cercadas en el transcurso de cien horas.
– ¿Cuál fue el curso posterior de los acontecimientos? ¿Qué lo determinó? ¿Qué voluntad humana se convirtió en instrumento de la fatalidad histórica?
A las seis de la tarde del 22 de noviembre, Paulus envió un radiomensaje al Estado Mayor del Grupo de Ejércitos B:
El ejército está cercado. Todo el valle del río Tsaritsa, la vía férrea de Soviétskaya a Kalach, el puente sobre el Don y las colinas sobre el margen occidental del Don están, a pesar de nuestra heroica resistencia, en manos de los rusos… La situación, por lo que respecta a las municiones, es crítica. Tenemos provisiones para seis días. Solicito libertad de acción en el caso de que no sea posible establecer una defensa perimétrica. En tal situación podríamos vernos obligados a abandonar Stalingrado y el frente norte.