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Sin embargo, el nuevo régimen que había triunfado en los tiempos de la colectivización, de la industrialización y de la sustitución casi total de los cuadros dirigentes no quería renunciar a las viejas ideas y las fórmulas ideológicas, si bien éstas habían perdido su contenido real. El nuevo régimen se servía de la vieja fraseología y de las viejas ideas, que habían surgido años antes de la Revolución, cuando se constituyó el ala bolchevique del partido socialdemócrata. La base del nuevo régimen era su carácter estatal-nacional.

La guerra aceleraba el proceso de reinterpretación de la realidad que de manera subterránea se llevaba a cabo en el periodo prebélico, y apresuró la manifestación de la conciencia nacional; la palabra «ruso» recuperó su sentido.

Al inicio, en la época de la retirada, esta palabra se asociaba en mayor medida con atributos negativos: el retraso ruso, la desorganización, la falta de caminos transitables propia de los rusos, el fatalismo ruso… Pero una nueva conciencia nacional había nacido; sólo esperaba una victoria militar.

Paralelamente, el Estado tomaba conciencia de sí mismo en el marco de nuevas categorías.

La conciencia nacional es una fuerza potente y maravillosa en tiempos de adversidad. Es maravillosa no porque sea nacional, sino porque es humana; es la manifestación de la dignidad del hombre, de su amor por la libertad, de su fe en el bien.

Pero despertada en tiempos de desgracia, la conciencia nacional puede desarrollarse de formas diversas.

Es indudable que el sentimiento nacional se manifiesta de modo diferente en el jefe del departamento de personal, que protege la empresa de la contaminación de los cosmopolitas y nacionalistas burgueses, que en el soldado del Ejército Rojo que defiende Stalingrado.

La vida de la Unión Soviética vinculó el despertar de la conciencia nacional con los objetivos que el Estado se había fijado después de la guerra: la lucha por la idea de la soberanía nacional, la afirmación del soviético, del ruso, en cualquier terreno de la vida.

Todos estos propósitos no surgieron de improviso durante la guerra y la posguerra; aparecieron antes, cuando tuvieron lugar los acontecimientos que se desarrollaron en el campo, la creación de una industria pesada nacional y |n llegada de nuevos mandos dirigentes; hechos que, en su conjunto, marcaron el triunfo de un régimen que Stalin definió como «socialismo en un solo país».

Los defectos congénitos de la socialdemócrata rusa fueron borrados, suprimidos.

Y precisamente en el punto de inflexión de Stalingrado en el momento en que las llamas de Stalingrado eran la única señal de libertad en un reino tenebroso, dio inicio este proceso de reinterpretación.

La lógica de los acontecimientos hizo que la guerra del pueblo, que alcanzó su punto culminante durante la defensa de Stalingrado, permitiera a Stalin proclamar abiertamente la ideología del nacionalismo estatal.

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En el periódico mural colgado en el vestíbulo del Instituto de Física apareció un artículo titulado «Siempre con el pueblo».

En el articulo se hablaba de la enorme importancia que la Unión Soviética, guiada a través de la tempestad de la guerra por el gran Stalin, concedía a la ciencia; de las consideraciones y los honores con que el Partido y el gobierno colmaban a los hombres de ciencias, sin parangón con otras partes del mundo, y de cómo, incluso en aquel terrible periodo, el Estado soviético fomentaba las condiciones necesarias para que los científicos desarrollaran un trabajo normal y fructífero. Más adelante se referían los grandes objetivos que el instituto tenía por delante: las nuevas construcciones, ampliación de los viejos laboratorios, la relación entre teoría y práctica, así como el papel que desempeñaba las investigaciones científicas en la industria bélica.

Asimismo se aludía al entusiasmo patriótico que había exaltado al colectivo de los obreros científicos, quienes se esforzaban por mostrarse dignos de la confianza y los desvelos del Partido, e incluso del propio camarada Stalin, y por no decepcionar la esperanza que el pueblo había depositado en el glorioso grupo de vanguardia de la intelectualidad soviética: los hombres de ciencia.

En la última parte del artículo se constataba que, por desgracia, dentro de ese colectivo sano y fraternal había individuos que no eran conscientes de su responsabilidad para con el pueblo y el Partido, hombres extraños a la gran familia soviética. Estas personas se oponían a la colectividad, anteponían sus intereses personales por encima de los deberes que el Partido imponía a los científicos, eran propensos a exagerar sus méritos científicos, reales o ilusorios. Algunos de ellos, voluntariamente o no, se convertían en portavoces de opiniones y puntos de vista extraños, no soviéticos; predicaban ideas políticamente hostiles. Estas personas, por lo general, exigían una actitud neutra hacia las teorías idealistas, reaccionarias y oscurantistas de los científicos idealistas extranjeros; se jactaban de los vínculos que mantenían con ellos, rebajando así el sentimiento de orgullo nacional de los científicos rusos y disminuyendo los méritos de la ciencia soviética. A veces se erigían en defensores de una justicia por así decirlo pisoteada, con el fin de granjearse popularidad entre personas poco perspicaces, confiadas e ingenuas. En realidad, sembraban la semilla de la discordia, la desconfianza en la fuerza de la ciencia rusa, la irreverencia hacia su glorioso pasado y sus grandes exponentes.

El artículo exhortaba a eliminar cualquier forma de corrupción, todo lo que fuera adverso y hostil, todo lo que supusiera un estorbo para el cumplimiento, durante la Gran Guerra Patria, de los objetivos fijados por el Partido y el pueblo a los científicos. El artículo concluía con las palabras: «¡Adelante, hacia las nuevas cumbres de la ciencia! Sigamos la vía gloriosa, iluminada por el faro de la filosofía marxista, esa vía por la que nos guía el gran partido de Lenin y Stalin».

Aunque el artículo no mencionaba nombres, en el laboratorio todos comprendieron que las alusiones acusatorias se referían a Shtrum.

Savostiánov le habló a Shtrum del artículo, pero éste se negó a leerlo. En ese momento se encontraba con sus colaboradores, que estaban acabando de montar los nuevos aparatos.

Shtrum pasó un brazo alrededor de los hombros de Nozdrín y exclamó:

– Pase lo que pase, esta máquina hará su trabajo.

Nozdrín, de pronto, empezó a despotricar a diestro y siniestro, y Víktor Pávlovich no comprendió, en aquel instante, a quien iban dirigidas aquellas imprecaciones.

Al final de la jornada laboral, Sokolov fue a verle.

– Le admiro, Víktor Pávlovich. Ha trabajado todo el día como si nada. Su fuerza socrática es extraordinaria.

– Si un hombre es rubio por naturaleza, no se vuelve moreno porque se hable de él en un periódico mural -respondió Shtrum.

Se había familiarizado con la sensación de estar resentido con Sokolov, y la costumbre había difuminado aquel sentimiento hasta el punto de que era como si perteneciera al pasado. Ya no reprochaba a Sokolov su carácter reservado y su acritud timorata. A veces incluso se decía: «Tiene muchas virtudes, y a fin de cuentas, todos tenemos defectos».

– Sí-dijo Sokolov-. Pero hay artículos y artículos. Anna Stepánovna se encontró mal después de leerlo. Primero fue a la enfermería y luego la enviaron a casa.

«Pero ¿qué es eso tan terrible que han escrito?», pensó Shtrum. Sin embargo no pidió detalles a Sokolov y nadie le mencionó el contenido del artículo.

De la misma manera, probablemente, se le oculta a un enfermo terminal el avance inexorable de la enfermedad que le corroe.

Aquella noche Shtrum fue el último en abandonar el laboratorio. Alekséi Mijaílovich, el viejo guardián que ahora trabajaba en el guardarropa, le dijo mientras le tendía el abrigo:

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