Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– ¿A qué viene ese veneno en su pregunta? -farfulló, resentido.

Gerne replicó con una sonrisa de despreciativa superioridad:

– ¿De verdad no lo entiende?

– Acabo de decírselo, no lo entiendo -respondió Bach en tono airado, y añadió-: Pero me lo imagino.

Gerne, por supuesto, se echó a reír.

– ¿Me acusa de duplicidad? -gritó Bach.

– Eso es. De duplicidad -dijo Gerne.

– ¿Impotencia moral?

En ese instante Fresser se echó a reír, y Krapp, levantándose sobre los codos, miró a Bach con insolencia.

– Degenerados -dijo Bach con voz atronadora-. Estos dos se encuentran fuera de los límites del pensamiento humano, pero usted, Gerne, se halla a medio camino entre el simio y el hombre… Hay que ser serio.

Entumecido por el odio, apretó con fuerza los ojos cerrados.

«Basta con que haya escrito un miserable opúsculo sobre la cuestión más trivial para pensar que eso le da derecho a odiar a los que sentaron las bases y levantaron los muros de la ciencia alemana. Sólo tiene que publicar una novela anodina para poder escupir sobre la gloria de la literatura alemana. Usted cree que la ciencia y el arte son una especie de ministerios: lugares donde los empleados de la vieja generación no le dan la oportunidad de hacer carrera. A usted y a su librito les falta espacio, y Koch, Nernst, Planck y Kellerman le estorban… La ciencia y el arte no son cosa de burócratas; el monte Parnaso está bajo el cielo infinito, donde siempre, a lo largo de la historia de la humanidad, ha habido espacio para todos los talentos. Si no hay sitio para usted y sus estériles frutos, no es por falta de espacio; simplemente no es ése su lugar. Os esforzáis por abriros hueco, pero vuestros globos escuálidos y medio inflados no se elevarán de la tierra ni un metro. Expulsaréis a Einstein, pero no ocuparéis su lugar. Sí, Einstein será judío pero, disculpe por lo que voy a decir, es un genio. No hay poder en el mundo que pueda ayudarles a ocupar su lugar. Reflexione. ¿Vale la pena gastar tantas fuerzas en eliminar a aquellos cuyos sitios quedarán vacíos por siempre? Si su insuficiencia les impide recorrer el camino abierto por Hitler, la culpa es sólo suya, y no la tome con gente válida. ¡Con el método del odio policial en el campo de la cultura no se puede obtener nada! ¿No ve qué bien comprenden Hitler y Goebbels este punto? Debería aprender de ellos. Mire con qué amor, con qué tacto y tolerancia cuidan la ciencia, la pintura, la literatura alemanas. Siga su ejemplo. Tome el camino de la consolidación, no siembre la discordia en nuestra causa común.»

Después de pronunciar aquel discurso imaginario, Bach volvió a abrir los ojos. Sus vecinos estaban acostados bajo las mantas.

– Mirad, camaradas -les llamó Fresser, y con el gesto de un prestidigitador sacó de debajo de la almohada una botella de coñac italiano Tres Valets.

Una suerte de sonido gutural salió de la boca de Gerne; sólo un auténtico borracho, y además campesino, puede contemplar una botella con semejante mirada.

«No es mal tipo, salta a la vista que no lo es», pensó Bach, sintiéndose avergonzado por su histérico discurso.

Fresser saltó sobre una sola pierna y empezó a servir el coñac en los vasos que había sobre las mesitas de noche.

– ¡Es usted una fiera! -sonrió Krapp. -He aquí un verdadero soldado -dijo Gerne.

Fresser se puso a explicar:

– Uno de los medicuchos vio mi botella y me preguntó:

«¿Qué lleva ahí envuelto en el periódico?». Y yo le repliqué: «Las cartas de mi madre; nunca me separo de ellas».

– Y levantó el vaso.

– Pues con saludos del frente, ¡a su salud, teniente Fresser!

Todos bebieron.

Gerne, que al instante sintió deseos de vaciar otro vaso, dijo:

– Maldita sea, hay que dejar algo para el Portero.

– Al diablo con el Portero, ¿verdad, teniente? -preguntó Krapp.

– Deja que cumpla su deber con la patria; a nosotros nos basta con beber -dijo Fresser-. Después de todo, nos merecemos un poco de diversión.

– Mi trasero está volviendo a la vida -dijo Krapp-.

Ahora sólo me falta una dama entradita en carnes.

Reinaba un ambiente alegre y distendido.

– Bueno, allá vamos -dijo Gerne alzando su vaso.

De nuevo bebieron todos.

– ¡Qué bien que hayamos ido a parar a la misma habitación!

– Nada más veros lo comprendí. «Éstos son hombres de pelo en pecho, curtidos en el frente», me dije.

– Yo, para ser sincero, tuve mis dudas respecto a Bach -dijo Gerne-. Pensé: «Bah, éste debe de ser del Partido».

– No, nunca me afilié.

Estaban acostados, con las colchas apartadas a un lado porque habían empezado a tener calor. Se pusieron a hablar del frente.

Fresser había combatido en el flanco izquierdo, cerca de Okatovka.

– El demonio sabrá por qué -dijo-, pero estos rusos no saben avanzar. Aunque estamos ya a comienzos de noviembre y nosotros tampoco nos hemos movido. ¿Se acuerda de la cantidad de vodka que nos bebimos en agosto? Brindábamos todo el rato por lo mismo: «Que no se pierda nuestra amistad después de la guerra; hay que crear una asociación de veteranos de Stalingrado».

– Puede que no sepan cómo lanzar un ataque -dijo Krapp, que había combatido en el distrito fabril-. Sin duda no saben defender las posiciones conquistadas. Te expulsan de un edificio y al rato se echan a dormir o comen hasta hartarse, mientras los comandantes se emborrachan.

– No son más que salvajes -sentenció Fresser, guiñando un ojo-. Hemos gastado más hierro con estos salvajes de Stalingrado que en todo el resto de Europa.

– No sólo hierro -objetó Bach-. En nuestro regimiento hay algunos que lloran sin razón y cantan como gallos.

– Si la cosa no se decide antes del invierno -advirtió Gerne-, esto será una guerra china. Sí, un barullo sin sentido.

– ¿Sabéis que se está preparando una ofensiva en el distrito fabril y que se ha concentrado allí una cantidad de fuerzas nunca vista antes? -dijo Krapp a media voz-. Estallará cualquier día de éstos. El veinte de noviembre dormiremos con las chicas de Sarátov.

Detrás de las ventanas cubiertas con cortinas se oía el majestuoso y grave fragor de la artillería, el zumbido de los bombarderos nocturnos.

– Ahí van los cucús [78] rusos -dijo Bach-. A esta hora es cuando bombardean. Algunos los llaman los «sierra nervios»

– Nosotros, en el Estado Mayor, los llamamos los suboficiales de servicio.

– ¡Silencio! -dijo Krapp, levantando un dedo-. ¡Escuchad! ¡Es la artillería pesada!

– Y nosotros poniéndonos finos en la sala de heridos leves.

Por tercera vez en aquel día se sintieron alegres.

Hablaron de las mujeres rusas; todos tenían alguna historia que contar. A Bach no le gustaba ese tipo de conversaciones, pero de repente, aquella noche se encontró hablándoles de Zina, la chica que vivía en el sótano de una casa semiderruida. Y habló con tanto atrevimiento que hizo reír a todos.

Entró el enfermero. Después de haber escudriñado aquellas caras alegres, empezó a recoger las sábanas de la cama del Portero.

– ¿Es que le habéis dado el alta al defensor de la patria por fingirse enfermo? -preguntó Fresser.

– ¿Por qué no responde, enfermero? -insistió Gerne-. Aquí todos somos hombres. Si ha ocurrido algo, puede decírnoslo.

– Ha muerto -dijo el enfermero-. Un paro cardíaco. -Mirad adónde conducen los discursos patrióticos -dijo Gerne.

– No se debe hablar en esos términos de un muerto -replicó Bach-. No nos mintió, no tenía motivos para hacerlo. Por tanto, fue sincero. No, camaradas, no está bien.

– Ay -suspiró Gerne-, ya me parecía a mí que el teniente nos vendría con los discursos del Partido. Enseguida comprendí que pertenecía a la nueva raza ideológica.

вернуться

[78] Los Polikarkov U-2.

109
{"b":"108552","o":1}