Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Capítulo 158

Osborn permaneció sentado largo rato y luego apuntó con el mando hacia el vídeo y pulsó «play». Se oyó un clic seguido de un leve zumbido y apareció una imagen en la pantalla. El escenario era el ambiente formal de un estudio y, en primer plano, una silla de cuero de respaldo recto. A la izquierda una mesa de escritorio grande y, a la derecha, una pared forrada de libros. La luz provenía de una ventana, sólo parcialmente visible, detrás de la mesa. Pasaron varios segundos y, de pronto, entró Salettl. Vestía un traje azul oscuro y estaba de espaldas a la cámara. Al llegar a la silla, se volvió y se sentó.

– Les ruego disculpen esta forma tan primitiva de presentación -empezó a decir-, pero estoy solo y debo manejar yo mismo la cámara de vídeo. -Se cruzó de piernas y adoptó una actitud más formal-. Me llamo Helmuth Salettl. Soy médico. Mi residencia está en Salzburgo, Austria, pero soy alemán de nacimiento. Tengo, en el día de esta grabación, setenta y nueve años. Cuando la vean ya no estaré vivo -dijo, y concentró una mirada aguda en el objetivo de la cámara, como si quisiera destacar el impacto de lo que dijera a continuación. La idea de su propia muerte no parecía afectarle demasiado.

»Lo que sigue es una confesión de asesinatos, de fanatismo, de delirios. Confío en que disculparán el inglés que hablo.

»En 1934, yo era un joven cirujano en la Universidad de Berlín. Optimista y tal vez algo arrogante, un día vino a verme un representante de la Cancillería del Reich y me pidió que participara como miembro del Consejo consultivo para prácticas quirúrgicas avanzadas. Más tarde, como miembro del partido nazi y como dirigente de la Schutzstaffel, la SS, fui ascendido al comisariado de Salud Pública. Puede que todo esto ya lo sepan, porque es de dominio público y, si lo desean, encontrarán información complementaria en el archivo federal de Koblenz.

Salettl se detuvo y cogió un vaso de agua. Bebió un trago, dejó el vaso en su lugar y se volvió a la cámara.

– En 1946 fui juzgado en Nuremberg, acusado del crimen de haber preparado y ejecutado actos de guerra violentos. Fui absuelto de las acusaciones y me trasladé a Austria, donde ejercí la medicina general hasta mi jubilación, a la edad de setenta años. Al menos así parecía. En realidad seguí trabajando como ministro del Reich, a pesar de que éste oficialmente había dejado de existir.

»En 1938, Martin Bormann era secretario de Hitler, y más tarde fue diputado del Führer. Al igual que Hitler, Bormann era partidario de la idea de que Dios sólo ayuda a las naciones que no se dan por vencidas y se ocupó precisamente de eso, a saber, de preservar el Tercer Reich. Con ese fin creó un programa y diseñó los medios para llevarlo a cabo.

»Todo comenzó con una proyección del futuro muy elaborada y sumamente detallada en términos socioeconómicos y políticos. Bormann reunió a una amplia gama de expertos, a quienes se les explicó poco o nada del proyecto para el que trabajaban, y en un plazo de dos años logró esbozar un cuadro especulativo de la situación mundial desde 1940 hasta el año 2000, aunque en términos retrospectivos, dicha proyección se ajusta bastante a la realidad.

»Sin entrar en detalles, diré simplemente que el estudio preveía la derrota del Tercer Reich a manos de los aliados y la separación de Alemania. Predecía el auge de las superpotencias, es decir, Estados Unidos y la Unión Soviética, junto a la inevitable "guerra fría" y la carrera armamentista que originaría. También contemplaba el poderío económico de Japón, potenciado por una demanda mundial de automóviles y de tecnología avanzada. Se incluían en el estudio cuatro elementos de primer orden que se producirían a lo largo de cinco décadas: el resurgimiento de Alemania occidental hasta convertirse en la potencia económica e industrial más sólida de Occidente; el reconocimiento de la necesidad de integración entre los países europeos; la reunificación de Alemania y, en último lugar, se vaticinaba que la carrera armamentista conduciría a la quiebra de la Unión Soviética, lo cual ocasionaría la ruptura de todo el bloque soviético. En el marco de estas sombrías predicciones, muy simplificadas en esta exposición, plantamos las semillas para la conservación en secreto del Tercer Reich.

»Una organización clandestina (que no adquirió nombre y a la que pertenecen personajes de todos los países del mundo) fue creada por un puñado de empresarios alemanes ricos y poderosos, patriotas y expatriados por igual, consagrados a la causa del nazismo pero nunca abiertamente conocidos por ello. Con los años, la organización creció y sus miembros fueron seleccionados con métodos rigurosos.

»A1 principio, el movimiento tenía que crecer lentamente, como una pequeña corriente en el interior de la derecha alemana. La palabra clave era nacionalismo. Jamás se pronunciaron términos como Reich, ario o nazi. Nuestra tarea debía llevarse a cabo sin aspavientos y fríamente calculada, impulsada por enormes riquezas y por la influencia popular de todo el espectro de la sociedad alemana, de derecha a izquierda, desde los más viejos hasta la vibrante juventud, abarcando a empresarios e intelectuales, a marginados, analfabetos y parados. Luego, con la reunificación de Alemania, el rumor se extendería, sería más distintivo y estallaría la confusión que nacería de dicha reunificación, entre el poderío de Alemania occidental y las carencias del antiguo Este comunista. Un creciente clima de desconfianza e irritación sería alimentado por una ola masiva de inmigrantes provenientes de las ruinas del antiguo bloque soviético.

»No sólo Alemania estaba implicada. Durante todos estos años, hemos trabajado en secreto con movimientos afines en los gobiernos establecidos de la Comunidad Europea. En Francia nacerían los primeros ecos. En otros países, donde también habíamos sembrado, despertarían siguiendo nuestras instrucciones.

«Iniciamos nuestro propio y ambicioso programa tecnológico para demostrar lo que éramos capaces de lograr como líderes, primero para unirnos entre nosotros y, más tarde, en el momento preciso en que decidiéramos anunciarlo, para unir al mundo entero.

«Durante la guerra construimos las instalaciones de medicina experimental ocultas bajo la ciudad de Berlín. Estructuralmente a salvo de los bombardeos aliados, lo llamamos "El Jardín". Fue allí, en Das Garten, donde decidimos desarrollar nuestro potencial. El programa recibió el nombre secreto de Ubermorgen, "la Aurora del Nuevo Día", símbolo del día en que el Reich renacería como una potencia mundial terrible y dominante. Esta vez, nuestro poderío sería económico y sólo usaríamos el poder militar como una fuerza de vigilancia policial.

De pronto, Osborn detuvo la cinta. El corazón le latía con fuerza. Se sentía mareado, como si estuviera a punto de desmayarse. Empezó a respirar profundamente, luego se levantó y caminó por la habitación. Se dio la vuelta y miró el televisor, como si el aparato le estuviera gastando una especie de broma. Pero sólo vio la pantalla gris y la luz roja de la señal del vídeo.

Ubermorgen! «¡La Aurora del Nuevo Día!»

Las palabras de Salettl quedaron suspendidas como humo ácido en un pensamiento fugaz. ¡No era posible! ¡No podía ser posible! Tenía que haberlo entendido mal. Salettl tenía que referirse a otra cuestión. Volvió a sentarse y cogió el mando a distancia. Lo orientó hacia el vídeo y pulsó «rewind». La máquina zumbó y Osborn pulsó casi inmediatamente el «stop». Respiró hondo y apretó «play».

– … das Garten donde decidimos desarrollar nuestro potencial -repitió Salettl, revivido-. El programa recibió el nombre secreto de Übermorgen, «la Aurora del Nuevo Día».

Osborn deslizó el dedo y la imagen se congeló.

Volvió a pensar en el Jungfrau. Vio a Von Holden por encima de él, con la pistola automática. Se oyó a sí mismo preguntando por la causa de la muerte de su padre. Recordó la respuesta de Von Holden.

165
{"b":"115426","o":1}