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Capítulo 151

Osborn tenía la cara y los hombros aplastados contra la roca. Las puntas de las Reebok encontraron asidero en lo que parecía un saliente de algo más de cinco centímetros. Abajo, la oscuridad fría del vacío. No tenía idea de cuánto caería si resbalaba, pero cuando una piedra grande se desprendió por encima de su cabeza y rebotó a su lado en su caída, Osborn se quedó escuchando y no la oyó estrellarse. Miró hacia arriba intentando situar el sendero, pero una masa de hielo que colgaba sobre su cabeza se lo impedía. La hendidura en la que estaba suspendido corría verticalmente a la pared rocosa en que se afirmaba. Podía ir a la izquierda o la derecha, pero no hacia arriba, y después de desplazarse un par de metros en cada una de las direcciones, encontró que era más fácil hacia la derecha. Se volvía más ancha y sobresalían trozos de roca que podía usar para agarrarse con las manos. A pesar del intenso frío, sentía la mano derecha con la piel rasgada por el carámbano como aplastada con una plancha al rojo vivo. Y al querer cerrar los dedos en torno a los trozos de roca, el dolor era insoportable. Sin embargo, en cierta manera, le favorecía porque lo obligaba a concentrarse. Sólo pensaba en el dolor y en cómo agarrarse de un trozo de roca sin perder asidero. Mano derecha. Asirse. Pie derecho deslizándose, encontrar un apoyo, probar el peso. Cambiar de punto de apoyo. Equilibrarse. Mano izquierda, pie izquierdo, repetir la operación. Ahora estaba al borde de la cara rocosa, que se inclinaba hacia dentro en una sima. En esquí se le llamaba «chute» o caída. Pero con la nieve y el viento resultaba imposible decir si la hendidura seguía más allá o se acababa. Si se detenía en el borde, Osborn dudaba que pudiera volver y desandar todo lo que había avanzado. Se llevó una mano a la boca y se la calentó con el aliento. Repitió la operación con la otra. El reloj se le había introducido dentro de la manga y le era imposible sacarlo otra vez sin poner en peligro su equilibrio. No sabía cuánto tiempo llevaba allí. Pero sabía que faltaban aún muchas horas para que llegara la luz del día y que, si se detenía, moriría de hipotermia en cuestión de minutos. De pronto se produjo un claro entre las nubes y la luna brilló unos instantes. Osborn vio a su derecha y unos tres o cuatro metros más abajo un reborde ancho que conducía a la montaña. Parecía helado y resbaladizo, pero lo bastante ancho para caminar. Luego vio un sendero estrecho que serpenteaba hacia el glaciar abajo. Y en el sendero descubrió a un hombre con una bolsa.

La luna desapareció tan rápido como había salido y el viento arreció. La nieve le daba en el rostro como astillas de vidrios disparadas a presión y tuvo que tapar la cabeza contra la roca. «El borde está ahí -pensó-. Es lo bastante ancho para sostenerte. La fuerza que te ha traído hasta aquí te ha dado una oportunidad más. Confía en ella.» Se acercó al borde y estiró una pierna. No había más que vacío. «Confía, Paul. Confía en lo que has visto», pensó antes de dejarse caer a la oscuridad.

Capítulo 152

Por una razón que no se explicaba, Von Holden pensaba en Scholl y en esa enfermiza, incluso asesina manía que tenía de que no lo vieran desnudo. Según algunos rumores, Scholl no tenía pene porque había sufrido una emasculación en un accidente de juventud y según otros era un verdadero hermafrodita, con útero y pechos de mujer pero también con pene, razón por la cual se consideraba a sí mismo un monstruo.

Von Holden sostenía que Scholl se negaba a que lo vieran desnudo porque rechazaba todo tipo de calidez humana, lo cual incluía el cuerpo humano. Sólo importaban la mente y sus facultades, y a pesar de que las necesidades físicas y emocionales formaran parte de él, como de cualquier ser humano, le producían asco.

De pronto, Von Holden salió de su ensueño y se percató de la existencia del camino y del glaciar que se extendía a su izquierda a lo largo de kilómetros.

Levantó la mirada y vio la luna revoloteando entre las nubes. Entonces vislumbró una sombra que se movía en la roca por encima de él. ¡Osborn escalaba la pared! Debajo había un ancho saliente. Si lo veía y lo alcanzaba, no tardaría en descubrir las huellas de Von Holden en la nieve.

Las nubes cubrieron la luna y todo volvió a oscurecerse. Cuando Von Holden volvió a mirar, le pareció ver a Osborn dejándose caer hasta el saliente. Aún faltaban unos cincuenta metros para la entrada del túnel de aire y, a tan corta distancia, Osborn podría seguirle fácilmente las huellas. «Basta -pensó Von Holden-. Mátalo ya y cargas el cuerpo hasta el túnel. No lo encontrarán.»

A Osborn, la caída lo había dejado sin aliento y tardó un momento en recuperar el sentido. Se apoyó en una rodilla y miró hacia donde había visto a Von Holden la última vez. Sólo podía adivinar el sendero recortado en la pared de la roca, pero Von Holden había desaparecido. Se incorporó y se sobresaltó al pensar que había podido perder la pistola de McVey. Pero no, aún la tenía bajo el cinturón. La sacó, abrió el cargador y lo giró hasta alinear el percutor sobre una bala. Luego, con una mano contra la roca y el arma en la otra, comenzó a caminar hacia delante siguiendo el borde.

Von Holden se sacó la bolsa y se colocó en una posición desde donde podía ver con claridad el sendero de abajo. Sacó la pistola automática de 9 milímetros, se echó hacia atrás y esperó.

Cuando Osborn llegó al sendero principal, el saliente se volvió más angosto. En ese momento apareció la luna por encima de las nubes. Fue como si alguien lo hubiera iluminado con un foco. Se lanzó instintivamente al suelo en el momento en que el disparo de un arma automática dio contra la roca donde se había detenido. Sobre él llovieron trozos de roca y hielo. La luna desapareció y con el viento volvieron la oscuridad y el silencio. No sabía de dónde provenía el disparo. Tampoco había oído la detonación, lo cual significaba que el arma de Von Holden iba equipada con silenciador y supresor de llama. Si Von Holden estaba encima de él o se dirigía a esa posición, Osborn quedaba totalmente al descubierto. Arrastrándose sobre el vientre, llegó al borde y miró abajo. A unos dos metros había otro saliente rocoso. No era muy grande, pero sí mejor apoyo que el que tenía. Escudándose en la oscuridad, se incorporó de un salto, corrió y se lanzó al suelo. En la carrera sintió que algo duro le golpeaba el hombro, lo lanzaba a un lado y hacia atrás. Al mismo tiempo oyó una terrible explosión. Se estrelló de espaldas contra la nieve y por un momento todo se oscureció. Cuando abrió los ojos sólo vio la punta del promontorio. Olió la pólvora y se dio cuenta de que se le había disparado su propia pistola. Buscó apoyo con una mano para levantarse cuando en su campo de visión apareció una sombra. Era Von Holden. Llevaba la bolsa al hombro y una pistola singular en la mano.

– En la Spetsnaz nos enseñaron a sonreírle a nuestro verdugo -musitó Von Holden-. Eso nos vuelve inmortales.

Osborn supo que estaba a punto de morir. Y que en ese momento acabaría todo lo que lo había llevado hasta ahí, en pocos segundos. Lo triste y trágico era que no podía hacer nada para evitarlo. Sin embargo aún estaba vivo y había una posibilidad de que Von Holden le confesara algo antes de dispararle.

– ¿Por qué mataron a mi padre? -preguntó-. ¿Por el bisturí que inventó? ¿Por la operación de Elton Lybarger? Dígamelo, por favor.

– Für Übermorgen -pronunció Von Holden triunfante con una sonrisa arrogante-. ¡Por la Aurora del Nuevo Día!

De pronto Von Holden levantó la mirada, porque de la oscuridad que los envolvía surgió un estruendo sordo. Era un viento avasallador rugiendo y chillando como si la tierra fuese literalmente sacudida de sus raíces. El estruendo se volvió ensordecedor y cayó una lluvia de piedras y roca de pizarra. Luego apareció el frente de la avalancha, arrollador, y Von Holden y Osborn fueron lanzados hacia atrás, arrastrados como muñecos por encima del borde. Cayeron de cabeza a una profunda hondonada. De repente, en plena caída, mientras daba vueltas, Osborn divisó a Von Holden, la expresión deformada por el horror y la incredulidad, paralizado por un terror indescriptible. Luego desapareció barrido por una ola de hielo, nieve y rocalla.

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