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Capítulo 147

Von Holden esperaba en la nieve, apartado de las pistas vacías donde se guardaban los trineos durante el día. El maletín dentro de la bolsa permanecía con él. En las manos sostenía una pistola automática Scorpion de 9 milímetros, montada con un supresor de llama y silenciador. Era ligera y maniobrable y tenía un cargador de treinta y dos tiros. Estaba seguro que Osborn estaría armado, como lo estaba aquella noche en el Tiergarten. No había manera de saber cuan entrenado estaba, pero poco importaba, puesto que esta vez Von Holden no le daría la menor oportunidad.

A unos quince metros, entre él y la puerta de la escuela de esquí, Vera esperaba en la oscuridad, esposada a un pasamanos de seguridad que recorría el camino cubierto de hielo hasta las pistas de los trineos. Podía gritar, chillar, o hacer lo que quisiera. Aquí fuera, en la oscuridad, con el restaurante cerrado por la noche, el único que podía oírla era Osborn cuando saliera. Quince metros era suficiente para que Osborn la oyera y la viera, pero lo bastante lejos del edificio para que alguien se percatara desde el interior. La intención de Von Holden consistía en atraerlos a ambos a la oscuridad, más allá de las pistas de trineo, donde podría liquidarlos a sus anchas. Estaba usando a Vera tal como había pensado desde el principio, pero ya no se trataba de un rehén sino de un anzuelo.

A unos cuarenta metros de Vera, se abrió la puerta de la escuela de esquí al final del Palacio del Hielo. Por la hendidura se filtró un chorro de luz y una figura solitaria asomó al exterior. Una hilera de grandes carámbanos cerca de la puerta brilló en la oscuridad, la puerta se cerró y sólo quedó la silueta recortada en la nieve. Al cabo de un momento empezó a caminar.

Vera vio que Osborn se acercaba andando sobre las huellas de una motonieve que acompañaba a los trineos, mirando recto hacia delante. Ella sabía que Osborn era vulnerable en la oscuridad y que tardaría un momento en acostumbrarse a la poca luz. Miró por encima del hombro y vio a Von Holden colgarse la bolsa al hombro, deslizarse atrás y desaparecer tras un montículo. Von Holden la había sacado del Palacio del Hielo a través de un conducto del aire, la había esposado sin decir nada y se había alejado. Cualquiera que fuera su intención, lo había planeado todo cuidadosamente y cualquiera que fuera la trampa, Osborn se dirigía sin vacilar hacia ella.

– ¡Paul! -Su grito resonó en la oscuridad-. ¡Está ahí fuera, esperándote! ¡Vuelve! ¡Llama a la policía!

Osborn se detuvo y miró en su dirección.

– ¡Vuelve, Paul! ¡Te matará!

Vera observó que Osborn vacilaba, se movía repentinamente hacia un lado y desaparecía. Miró hacia donde había ido Von Holden pero no dijo nada. Se percató de que había comenzado a nevar. Por un momento reinó un silencio absoluto y vio el vaho de su propio aliento en el aire frío. De pronto sintió la dureza del acero contra una sien.

– No te muevas. Ni te atrevas a respirar. -Era Osborn y le apuntaba a la cabeza con el calibre 38 de McVey, buscando en la oscuridad más allá. De pronto la miró-. ¿Dónde está? -preguntó, con voz sibilante. Tenía una expresión dura, implacable.

– ¡Paul! -exclamó ella. Vera no entendía qué hacía.

– Te he preguntado dónde está. «Dios mío, no puede ser», pensó Vera, que de pronto lo entendió todo. Osborn creía que era una de ellos, que pertenecía a la Organización.

– Paul -le imploró-. Von Holden me recogió en la prisión bajo custodia. Dijo que era policía federal alemán y que me llevaba a donde estabas tú.

Osborn relajó la presión del arma. Volvió a mirar a lo lejos sondeando la oscuridad. De pronto su pie derecho rasgó el aire y se oyó un estallido como el de un disparo de fusil. El pasamanos de madera se rompió en dos y Vera se liberó de su atadura, con las dos manos aún presas por las esposas.

– Camina -dijo él empujándola hacia las pistas de trineo, manteniéndola en la línea de fuego entre él y Von Holden.

– Por favor, Paul, no…

Osborn la ignoró. Más adelante estaba la escuela de esquí, cerrada, y luego las instalaciones de los trineos.

Más allá, una débil luz azulada brillaba a través de la nieve como una alucinación. Osborn la empujó atrás y miró por encima del hombro. No había nada. Se volvió.

– ¿Esa luz?, ¿qué es?

– Es… -Vera titubeó- es un conducto de aire, un túnel. Por ahí salimos del Palacio del Hielo. I

– ¿Estará él ahí? -preguntó Osborn, y la hizo volverse para que lo mirara-. ¿Es ahí donde está? ¿Sí o no?

No la veía, sólo veía a alguien de cuya traición estaba seguro. Tenía miedo y estaba desesperado, pero tenía la intención de seguir adelante.

– No lo sé. -Vera estaba aterrada. Si Von Holden estaba en el interior y ellos entraban a por él, había un sinnúmero de vueltas y recovecos donde podía esperarlos para tenderles una emboscada.

Osborn miró a su alrededor y volvió a empujar a Vera hacia el círculo de luz que emanaba del conducto. No se oía más que el murmullo del viento y el crujido de las pisadas sobre la nieve. Al cabo de unos segundos llegaron frente a la pista de trineos, cerca de la luz.

– No está en el túnel, ¿no es así, Vera? -preguntó Osborn barriendo la oscuridad con la mirada, intentando ver a través de la nieve-. Está escondido en la oscuridad, esperando que me lleves a la luz, como el tiro al blanco en una feria. El tipo ése es un tirador profesional, un soldado de la Spetsnaz.

¿Cómo era posible que Osborn no entendiera lo que le había ocurrido y que no la creyera?

– Maldita sea, Paul. Escúchame… -Vera se daba la vuelta para mirarlo. De pronto se detuvo. Había huellas de pisadas en la nieve delante de ellos. En el fulgor azulino proyectado por la luz, Osborn también las vio. Pisadas frescas que la nieve comenzaba a cubrir, que se dirigían desde donde estaban ellos hasta la entrada del túnel. Von Holden había estado en ese mismo lugar momentos antes.

Osborn la empujó a un lado y Vera cayó hacia la oscuridad y contra las rejas de las perreras. Osborn se giró y volvió a mirar las pisadas.

Ella lo veía debatirse, inseguro de lo que debía hacer ahora. Osborn estaba agotado, casi al final de sus fuerzas. Sólo pensaba en Von Holden, nada más. Estaba cometiendo errores y no se daba cuenta. Y si seguía así, Von Holden los mataría a ambos en un instante.

– ¡Paul, mírame! -gritó Vera en un arranque, con voz quebrada por la emoción.

Durante un rato él permaneció inmóvil, mientras la nieve caía silenciosamente a su alrededor. Luego, lentamente, a contrapelo, se volvió a mirarla. A pesar del frío, estaba empapado en sudor.

– Por favor, escúchame -rogó-. No sé cómo has llegado a ninguna conclusión. La verdad es que no tengo nada que ver con Von Holden ni con la Organización, ni ahora ni nunca. Éste es el momento en que debes creerme, tienes que creerme y confiar en mí. Cree y confía en que lo que hemos compartido es real y trasciende todas las cosas… -y su voz se desvaneció.

Osborn la miró. Había pulsado una cuerda interior muy sensible, un nervio que él creía extirpado. Si decidía que no, se acababa. Era simple, se acababa todo. Si decidía que sí, significaba confiar más allá de lo que jamás había confiado en nadie. Era separarse de sí mismo, de su padre, de todo. Volverlo todo irrelevante. Decir, a pesar de todo, confío en ti y en mi amor por ti y si al hacer eso muero, entonces muero.

Tenía que ser una confianza total. Absoluta.

Vera lo miraba esperando. A sus espaldas, bajo la -nieve que caía, brillaban las luces del restaurante. Todo dependía de él. De su decisión.

Levantó la mano con una lentitud prolongada y le tocó la mejilla.

– Bueno -dijo finalmente-. Bueno.

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