Capítulo 153
Von Holden fue el primero en salir a la superficie, lanzado de golpe sobre una plataforma de rocas y piedras sueltas. Se levantó tambaleándose y miró a su alrededor. Más arriba divisó la huella de la avalancha y la estrecha hondonada a que ésta lo había arrastrado. Seguían cayendo hilillos de nieve y hielo. Se volvió y vio el glaciar, imponente, en el mismo lugar. Pero nada más en aquel paraje le era familiar. No sabía dónde se encontraba el sendero por donde caminaba antes. Levantó la mirada confiando en que la luna volvería a aparecer entre las nubes, pero sólo vio el cielo. El gris espeso de las nubes se había desvanecido y ahora apareció un cielo límpido. Pero no había luna ni estrellas. Al contrario, vio el rojiverde de la aurora encumbrándose hacia el cielo, los imponentes velos entrelazados de su pesadilla.
Lanzó un grito, se volvió y empezó a correr. Buscó desesperadamente el sendero que llegaba hasta la entrada del túnel. Pero ya nada estaba en su sitio. Jamás había estado en ese lugar. Corrió aterrorizado hasta encontrarse frente a un muro rocoso y entonces se dio cuenta de que había caído en un bolsón y que las paredes rocosas se alzaban a cientos de metros hasta el cielo rojiverde.
Sin aliento, con el corazón desbocado, se volvió. El rojo y el verde se volvían brillantes y el manto implacable iniciaba su caída libre hacia él. Al mismo tiempo empezaba a ondular lentamente, de arriba abajo, como los gigantescos pistones de sus pesadillas.
El manto se acercó, ondulando grotescamente, bañándolo con los colores de su fulgor, como si amenazara cubrirlo con un áurea negra.
– ¡No! -gritó, deseando romper la maldición y alejar los colores de su mente. El grito chocó contra las masas rocosas y se extendió sobre el glaciar. Pero la maldición no cesó y, al contrario, el manto cayó sobre él latiendo pesadamente, como si se tratara de un organismo vivo que reinaba sobre los cielos. De pronto, las hebras de color se volvieron traslúcidas, como los espantosos tentáculos de una medusa, inclinándose para derramarse sobre él. Enmudeciendo de terror, Von Holden se volvió y escapó corriendo por donde había venido.
Volvió a encontrarse en el bolsón, atrapado entre paredes de roca lisa. Se volvió y, horrorizado, vio que los tentáculos se cernían sobre él. Traslúcidos, brillantes, ondulaban sobre su cabeza. ¿Acaso su presencia le auguraba la inminencia de la muerte? ¿Era la muerte misma? Retrocedió. ¿Qué querían? Él no era más que un soldado que obedecía órdenes y cumplía con su deber.
La idea se apoderó de él y el temor desapareció. ¡Él era un soldado de la Spetsnaz! ¡Era el Leiter der Sicherheit! No permitiría que la muerte se lo llevara sin haber llevado a cabo su objetivo.
– Nein! -Gritó a todo pulmón-. Ichbin Leiter der Sicherheit! ¡Soy el jefe de Seguridad! -Se quitó la bolsa, abrió las correas y sacó la caja del interior. La cogió en los brazos para protegerla y dio un paso adelante-. Das ist meine Pflicht! ¡Es mi deber! -Exclamó, ofreciendo la caja en alto con ambas manos-. Das ist meine Seele! ¡Es mi alma!
De repente desaparecieron los velos de la aurora y Von Holden permaneció temblando a la luz de la luna, sosteniendo la caja en sus brazos. Pasó un rato antes de que pudiera oír su propia respiración. Al cabo de un momento, constató que su pulso volvía al ritmo normal. Comenzó a escalar para salir del fondo del bolsón. Fuera, vio que se encontraba en el borde del monte que miraba sobre el glaciar. Más abajo divisó nítidamente el sendero que conducía al túnel de aire. Empezó a bajar inmediatamente, apretando con fuerza la caja en sus brazos.
La tormenta había pasado y la luna y las estrellas se dibujaban con claridad en el cielo. El ángulo en que caía la luz de la luna sumía al paisaje nevado en una total atemporalidad donde se mezclaban pasado y futuro. Von Holden tuvo la sensación de que había pedido pasar a un mundo que sólo existía en un plano muy distante y que se lo habían concedido.
– Das ist meine Pflichtl -repitió levantando la mirada hacia las estrellas. ¡El deber antes que nada! Por encima del mundo. Por encima de Dios. Más allá del tiempo.
Tardó sólo unos minutos en llegar a la abertura en la roca que ocultaba la entrada al túnel de aire. La piedra se prolongaba más allá del borde de la huella y Von Holden tuvo que pasar de un lado a otro para entrar. En ese momento vio a Osborn. Estaba tendido sobre una plataforma rocosa cubierta de nieve, unos treinta metros más abajo de donde él se encontraba, y tenía la pierna doblada en una posición extraña. Von Holden supo inmediatamente que estaba rota. Pero Osborn no estaba muerto. Tenía los ojos abiertos y lo observaba.
«No le des otra oportunidad -se dijo-. Mátalo ahora.»
Se alzó una nubécula de nieve de la bota de Von Holden cuando se acercó al borde y miró hacia abajo. Al desplazarse había quedado oculto en la oscuridad y la luz de la luna caía de lleno en la cima del Jungfrau, por encima de él. Pero aun así, Osborn veía que sostenía la caja en el brazo izquierdo. Cuando Von Holden hizo otro movimiento, Osborn vislumbró que llevaba la pistola en la mano derecha. Él ya no tenía el revólver de McVey, lo había perdido en la avalancha que le había salvado la vida. El destino le había dado una oportunidad. Si él mismo no hacía algo, no tendría otra.
Con el rostro contorsionado por el dolor que sentía en la pierna izquierda, bajo el peso de su cuerpo, Osborn se ayudó con los codos y empujó sobre su pierna sana. El cuerpo entero se le estremeció con una punzada desgarradora cuando se arrastró hacia atrás, debatiéndose como un animal desvalido sobre el hielo y las rocas, intentando desesperadamente llegar al otro lado de la plataforma rocosa para escapar de la línea de fuego. De pronto sintió que la cabeza se le iba atrás y que había llegado al borde. Desde abajo soplaban ráfagas de aire helado. Al mirar por encima del hombro, Osborn no vio más que un inmenso vacío en el glaciar abajo. Volvió lentamente la cabeza. Sentía la sonrisa de Von Holden cuando su dedo se disponía a apretar el gatillo.
De pronto, los ojos de Von Holden brillaron en la oscuridad. La pistola se le sacudió en la mano y él se volvió de lado disparando hacia el cielo. Von Holden seguía disparando y el cuerpo entero se le sacudía con el retroceso de la pistola hasta que el cargador estuvo vacío. La mano cayó floja y la pistola se deslizó al suelo. Por un instante se quedó parado, los ojos totalmente abiertos, sosteniendo aún la caja en el brazo izquierdo. Muy lentamente empezó a perder el equilibrio y se inclinó hacia delante. El cuerpo cayó al vacío por encima de Osborn, flotando libremente en el prístino aire de la noche hacia las oscuras profundidades.