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Después de anunciarlo, un secretario lo condujo hasta la entrada. Scholl estaba hablando por teléfono en su escritorio. Frente a él, Von Holden vio a un hombre que esperaba sentado y lo reconoció. Era un individuo a quien despreciaba y que no había visto en mucho tiempo. Se llamaba H. Louis Goetz y era el abogado americano de Scholl.

– Señor Goetz.

– Von Holden.

Goetz era un tipo listo y vulgar, de unos cincuenta años, siempre demasiado en forma, con una especie de físico maquillado.

Daba la impresión de que pasaba la mitad del día cuidando de su aspecto, con sus lustrosas uñas de manicura, el rostro intensamente bronceado y vestido con un traje azul a rayas de Armani. El pelo oscuro y retocado tenía un leve toque de blanco en las sienes como teñido deliberadamente. Goetz tenía el aspecto de alguien que acababa de llegar en avión de un partido de tenis en Palm Springs. O de un entierro en Palm Beach.

Según ciertos rumores, estaba relacionado con la Mafia, pero en ese momento Von Holden sólo sabía que Goetz era una pieza clave en las manipulaciones de Scholl y Margarete Peiper para comprar una gran productora de Hollywood donde la Organización podría influir con mayor peso en la industria discográfica, en el cine y la televisión y, de paso, en el público de esos medios. El calificativo de calculador le quedaba corto a Goetz. Le sentaba mejor la imagen de témpano de hielo parlante.

Von Holden esperó a que Scholl colgara, depositó la maleta de plástico delante de él y la abrió. Dentro había una pequeña grabadora con las cintas de las conversaciones grabadas por la sección de Berlín.

– Tienen la lista completa de invitados y un informe detallado sobre Lybarger. Saben de la existencia de Salettl. Además, McVey ha hablado con el cardenal O'Connel de Los Ángeles para que lo llame a usted por la mañana y le pida que se reúna con él en Charlottenburg esta noche, una hora antes de que lleguen los invitados. Sabe que estará usted distraído y cuenta con eso para interrogarlo.

Scholl no hizo caso de los dos hombres y estudió las transcripciones. Al terminar se las pasó a Goetz y luego se colocó los auriculares y escuchó las cintas haciéndolas avanzar al azar para tener una idea de lo que decían.

Finalmente apagó la máquina y se quitó los auriculares.

– Han hecho precisamente lo que yo esperaba, Pascal. Han utilizado sus recursos y sus procedimientos usuales para obtener información sobre mis asuntos en Berlín y luego encontrar una manera de reunirse conmigo. No tiene importancia que sepan lo del señor Lybarger y el doctor Salettl o incluso que tengan la lista de invitados. Sin embargo, ahora que estamos seguros de que vendrán, haremos lo que queremos.

Goetz dejó de leer las transcripciones. No le gustaba lo que leía ni lo que oía.

– Erwin, ¿no pensará cargárselos? ¿Tres policías y un médico?

– Algo por el estilo, señor Goetz. ¿Por qué? ¿Hay algún problema?

– ¿Problema? ¡Hostia, Bad Godesburg tiene la lista de invitados! Si usted se carga a esos tíos, tendrá que vérselas con toda la Policía Federal. ¿Qué cono significa eso? ¿Acaso quiere que vengan a meter sus asquerosas narices en el culo de todo el mundo?

Von Holden guardó silencio.

Era increíble cómo los americanos se deleitaban en el habla vulgar, cualquiera que fuera su condición social.

– Señor Goetz -dijo Scholl suavemente-. Explíqueme por qué tendré que vérmelas con toda la Policía Federal. ¿Qué dirían ellos para inculparme? Que un hombre de mediana edad recuperado de una grave enfermedad lee un discurso que suena a arenga pero que igual es aburrido ante un centenar de personas más o menos adormecidas y amables en el palacio de Charlottenburg. Después todos vuelven a casa. Alemania es un país libre y sus ciudadanos pueden hacer y creer lo que quieran.

– Pero usted sigue teniendo a tres polis y un médico fiambres que, para empezar, son los que embarcaron a la policía en esto. ¿Qué cono cree que van a hacer? ¿Dejarlo correr?

– Señor Goetz, los individuos de los que hablamos, al igual que usted, Von Holden o yo mismo, se encuentran en una gran ciudad de Europa llena de personas ambiciosas y sin escrúpulos. Antes de que acabe el día, el inspector McVey y sus amigos se encontrarán en una situación que no podrán relacionar con la Organización. Cuando las autoridades vuelvan a investigar, les sorprenderá descubrir que estos ciudadanos aparentemente respetables tienen, en realidad, pasados sórdidos plagados de secretos oscuros y muy privados que hasta ahora permanecían ocultos a los ojos de sus compañeros de trabajo y de sus familias. Esto quiere decir, en suma, que no son ellos los hombres más indicados para señalar con dedo acusador a personas como yo o como cualquiera de los cien amigos y ciudadanos más respetados de Alemania salvo, por supuesto, que sea con fines de lucro personal, por ejemplo a través del chantaje y la extorsión. ¿No crees que tengo razón, Pascal?

– Desde luego -dijo Von Holden asintiendo. El aislamiento y ejecución de McVey, Osborn, Noble y Remmer le incumbía a él. Del resto se ocuparían las secciones operativas de Los Ángeles, Frankfurt y Londres.

– Como puede ver, señor Goetz, no tenemos de qué preocuparnos. Nada en absoluto. De modo que, salvo si piensa que he omitido algo que valga la pena discutir, preferiría volver al tema de nuestra adquisición de la productora.

Sonó el teléfono de Scholl y éste levantó el auricular.

Escuchó un rato y luego miró a Goetz sonriendo. -Desde luego que sí -dijo-. Siempre estoy disponible para el cardenal O'Connel.

Capítulo 105

Osborn intentaba tranquilizarse bajo la ducha. Pasaban pocos minutos de las nueve de la mañana del viernes 14 de octubre. En Estados Unidos se celebraba el Día del Descubrimiento. En Berlín, faltaban sólo once horas para que comenzara la ceremonia en el palacio de Charlottenburg.

Karolin Henniger era una pieza clave y no la habían podido utilizar. A Remmer le habían confirmado lo que se sabía de ella al volver al hotel. Karolin Henniger era ciudadana alemana y madre soltera de un chico de once años. Había vivido en Austria desde finales de los años setenta y la mayor parte de los ochenta y regresó a Berlín el verano de 1989. Votaba cuando había elecciones, pagaba sus impuestos y no tenía ningún tipo de antecedentes criminales. Remmer tenía razón. No podían hacer nada.

Y sin embargo, ella lo sabía todo. Y Osborn sabía que ella lo sabía.

De pronto la puerta del baño se abrió de golpe.

– ¡Osborn! -Ladró McVey-. ¡Venga, de prisa!

Pasaron treinta segundos y Osborn salió empapado y semidesnudo cubriéndose con una toalla a mirar la televisión que McVey había encendido en el salón.

Era un reportaje en directo desde París que mostraba un curioso protocolo en el Parlamento francés donde los oradores se ponían de pie, uno tras otro, para hacer un breve comentario y luego volver a sentarse. Una voz transmitía rápidamente en alemán y luego entrevistaba a alguien. McVey oyó que mencionaban el nombre de François Christian.

– Ha dimitido -dijo Osborn.

– No -replicó McVey-. Han encontrado su cadáver. Dicen que se ha suicidado.

– ¡Dios mío! -Murmuró Osborn, fuera de sí-. ¡Dios mío!

Remmer hablaba por una línea con Bad Godesburg y por la otra Noble hablaba con Londres. McVey pulsó un botón del mando a distancia y se escuchó la transmisión en inglés.

– Un deportista encontró el cuerpo del primer ministro colgando de un árbol en un bosque de las afueras de París a primera hora de la mañana -dijo una voz de mujer mientras aparecía una perspectiva de una zona del bosque acordonada por efectivos de la policía francesa.

»Según se ha sabido, Christian parecía deprimido durante los últimos días. La presión ejercida para constituir los Estados Unidos de Europa había enfrentado a Francia con los franceses y François formaba parte de una minoría en abierta oposición. Debido a su insistencia, había perdido la confianza de sus ministros. Fuentes del gobierno señalan que Christian había sido obligado a dimitir y que el anuncio tenía que producirse aquella mañana. Sin embargo, según declaraciones de su mujer, en el último minuto había decidido anular su dimisión y convocar una reunión con los dirigentes del partido -dijo la periodista. Luego continuó en un tono que coincidía con las imágenes-: Las banderas en Francia están a media asta y el presidente ha declarado un día de luto oficial en todo el país.

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