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»Gertrude Biermann (también invitada al viaje de crucero en Zúrich), treinta y nueve años. Dos veces madre soltera. Figura de primer plano entre los Verdes, el movimiento pacifista de la izquierda radical nacido a principios de los años ochenta al calor de la campaña contra la instalación de los misiles Pershing en territorio alemán. Su influencia está profundamente anclada en la conciencia germánica, que no ve con buenos ojos los intentos de alinear a Alemania con el poder militar de Occidente.»

Sonó el teléfono y Uta vio que Salettl cogía el auricular que tenía junto al codo. El médico escuchó un momento, colgó y le lanzó una mirada a Uta.

– Ja -dijo.

Al cabo de un momento se abrió una puerta y entró Von Holden. Barrió el salón brevemente con una mirada y se apartó hacia un lado.

– Hier sind Sie, ya han llegado -comunicó Uta a sus invitados, mientras lanzaba una mirada fulminante a las azafatas, que salieron inmediatamente del salón por una puerta lateral.

Un instante después entró un hombre sumamente atractivo y de impecable elegancia.

– Dortmund está ocupado con unos asuntos en Bonn, de modo que seguiremos sin él -dijo Erwin Scholl, sin dirigirse a nadie en particular, y se sentó junto a Steiner. Dortmund era Gustav Dortmund, presidente del Bundesbank, el banco central de Alemania.

Von Holden cerró la puerta y se dirigió a la mesa. Sirvió un vaso de agua mineral a Scholl y luego retrocedió hasta situarse cerca de la puerta.

Scholl era un hombre alto y delgado, de pelo corto y canoso, tez bronceada y ojos asombrosamente azules. La edad y una fortuna considerable habían labrado un rostro anguloso de frente ancha, nariz aristocrática y mentón hendido. Tenía la estampa de un militar de la antigua escuela, un talante que exigía que se le prestara atención desde el momento en que entraba en una habitación.

– La presentación, por favor -dijo dirigiéndose a Uta en voz baja. Erwin Scholl era una curiosa mezcla de timidez calculada y arrogancia avasalladora. Encarnaba la típica historia del self-made man americano. Desde su condición de inmigrante alemán paupérrimo, había ascendido hasta "convertirse en el magnate de un amplio conglomerado editorial y luego se había revestido de las bondades del filántropo, recaudador de fondos e íntimo amigo de los presidentes de Estados Unidos, desde Dwight Eisenhower hasta Bill Clinton. Como la mayoría de los presentes en la sala, su fortuna e influencia dependían de las masas, pero obedeciendo a una voluntad y propósitos deliberados, era totalmente desconocido para ellas.

– Bitte, por favor -pidió Uta por el interfono. La sala se oscureció y la pared frente a los invitados se abrió en tres partes dejando al descubierto una pantalla de televisión de tres metros por cuatro de alto.

Apareció inmediatamente una imagen de nitidez impecable, un primer plano de un balón de fútbol. De pronto, un pie chutó la pelota. La cámara se alejó rápidamente para mostrar un panorama de los cuidados jardines de Anlegeplatz y a los sobrinos de Elton Lybarger, Eric y Edward chutando alegremente la pelota. La cámara se desplazó y apareció Elton Lybarger mirando el juego junto a Joanna.

De pronto, uno de los sobrinos chutó la pelota en dirección de Lybarger y éste se la devolvió con un vigoroso movimiento del pie. Luego miró a Joanna orgulloso y ella le devolvió la sonrisa expresando el mismo sentimiento de éxito.

La próxima escena mostraba a Lybarger en su elegante biblioteca. Sentado ante el fuego del hogar, vestido informalmente con pantalones y jersey, explicaba en detalle a un interlocutor fuera de imagen el fenómeno del eje que París y Bonn habían forjado en el marco de la Comunidad Económica Europea. Su discurso estaba bien documentado y su argumento versaba sobre el hecho de que el supuesto papel de «superioridad moral» que desempeñaba Inglaterra le procuraba un lugar poco feliz en el concierto de las naciones europeas. Si Inglaterra seguía jugando esa carta, no se beneficiarían ni los ingleses ni la Comunidad Europea. Lybarger explicaba que debía darse un acercamiento entre Londres y Bonn para que la Comunidad llegara a ser la potencia económica que estaba destinada a ser. Su discurso terminaba con un chiste que no era un chiste.

– Desde luego, lo que quería decir es que se debe tejer un vínculo entre Berlín y Londres. Porque, como todo el mundo sabe, gracias al voto del 20 de junio, aprobado por los legisladores, que se niegan a volver atrás en cuanto a la unidad alemana se refiere, se ha recuperado la sede del gobierno central para Berlín, que así ha vuelto a convertirse en el corazón de Alemania.

Luego la imagen de Lybarger se fundía y aparecía otra cosa. Era perpendicular y ligeramente arqueada y cubría casi los cuatro metros de alto de la pantalla. Pasó un momento y no sucedió nada, hasta que la cosa empezó a girar vacilando y luego se movió resueltamente hacia delante. Fue entonces cuando todos reconocieron lo que era. Un pene totalmente hinchado, palpitante y erecto.

De pronto la perspectiva se desplazó hacia la silueta de un segundo hombre que observaba de pie en la penumbra. Con un segundo desplazamiento de la cámara, los presentes vieron a Joanna, desnuda, y atada de pies y manos con unas elegantes tiras de terciopelo a las cuatro esquinas de una cama. Sus generosos pechos nacían de ambos lados del tórax como melones jugosos. Tenía las piernas abiertas y relajadas y la «V» oscura donde se juntaban ondulaba suavemente al ritmo inconsciente de sus caderas. Tenía los labios húmedos y los ojos, abiertos y vidriosos, estaban casi en blanco tal vez anticipando el éxtasis que habría de experimentar. Joanna era el retrato vivo del placer y el consentimiento y nada en ella indicaba que actuara contra su voluntad.

Luego el hombre y el pene caían sobre ella y Joanna lo acogía gustosamente en toda su dimensión. Desde una compleja variedad de ángulos se había grabado la autenticidad del acto. Los embates de aquel miembro eran largos y vigorosos, decididos pero sin prisas, lo cual no hacía sino aumentar el placer de Joanna.

Una perspectiva de la cámara mostraba al segundo hombre, que se mantenía apartado. Era Von Holden y estaba completamente desnudo. Con los brazos cruzados sobre el pecho, observaba la escena con indiferencia.

La cámara volvía al lecho y en el ángulo superior derecho de la pantalla aparecía un contador codificado que grababa el tiempo transcurrido desde la penetración hasta el orgasmo.

Cuando la lectura llegó a 4.12.04, era evidente que Joanna experimentaba su primer orgasmo.

A los 6.00.03, un electroencefalograma que registraba las ondas cerebrales de Joanna apareció en la mitad superior de la pantalla. Entre los 6.15.43 y los 6.55.03, Joanna experimentó siete oscilaciones cerebrales muy marcadas y separadas unas de otras. A los 6.57.23, apareció un encefalograma en el ángulo superior izquierdo de la pantalla donde se representaban las oscilaciones del compañero de Joanna. Desde entonces hasta los 7.02.07, fueron normales. Entretanto, en Joanna se habían registrado otros tres episodios de intensa actividad de las ondas cerebrales. A los 7.15.22, la actividad cerebral del hombre aumentó hasta triplicarse, mientras la cámara se acercaba al rostro de Joanna. Tenía los ojos ausentes de manera que sólo se percibía el blanco y la boca permanecía abierta en un grito silencioso.

A los 7.19.19, el hombre tuvo un orgasmo completo.

A los 7.22.20 Von Holden apareció nuevamente en pantalla y acompañó al hombre hasta la puerta de la habitación.

Al salir, dos cámaras enfocaron simultáneamente al hombre que había mantenido relaciones sexuales con Joanna. Se constataba sin duda alguna que el hombre de la cama era el mismo que salía ahora de la habitación. Se le reconocía perfectamente y era el mismo que había llevado a cabo el acto desde el comienzo hasta el final.

El hombre era Elton Lybarger.

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