No nos gustan los espectáculos. Despreciamos a los actores y a los danzarines. Todo espectáculo es la imitación degradada de lo que sólo tenía que soñarse.
Indiferentes -no de origen, sino debido a una educación de los sentimientos que varias experiencias, dolorosas en general, nos obligan a darnos- a la opinión de los demás, siempre corteses para con ellos, e incluso gustándonos, a través de una indiferencia interesada, porque todo el mundo es interesante y convertible en sueño, pasamos (…)
Sin habilidad para amar, nos antecansan aquellas palabras que sería preciso decir para convertirse en amado. Por lo demás, ¿quién de nosotros quiere ser amado? El «on le fatigait en l'aimant» de René [430] no es nuestra divisa justa. La propia idea de ser amados nos cansa, nos cansa hasta la alarma.
Mi vida es una fiebre perpetua, una sed siempre renovada. La vida /real/ me fastidia como un día de calor. Hay cierta bajeza en el modo como fastidia.
(¿1914?)
27 Marcha Fúnebre para el Rey Luís Segundo de Baviera
Hoy, más parsimoniosa que nunca, ha venido la Muerte a vender a mi umbral. Delante de mí, más parsimoniosa que nunca, ha desdoblado las alfombras, las sedas y los damascos de su olvido y de su consolación. Se sonreía ante ellos, por elogio, y no importándole que yo la viese. Pero cuando yo me tentaba a comprar, me dijo que no los vendía. No había venido para que yo quisiese lo que mostraba, sino para que, por lo que traía, la quisiese a ella. Y, de sus alfombras, me dijo que eran las que se pisaban [431] en su palacio lejano; de sus sedas, que otras no se vestían en su castillo de [432] sombra; de sus damascos, que mejores todavía eran los que cubrían, manteles, los retablos de su estancia más allá del mundo.
El apego natal, que me prendía a mi umbral desnudo, con gesto suave (lo) desató. «Tu lar», dijo, «no tiene lumbre: ¿para qué quieres tú tener un lar?» «Tu casa», me dijo, «no tiene pan: ¿con qué te sonríe tu [433] mesa?» «Tu vida», me dijo, «no tiene quien la acompañe: ¿con quién [434] te seduce tu vida?»
«Yo soy», dijo ella, «la lumbre de los hogares apagados, el pan de las mesas desiertas, la compañera solícita de los solitarios y de los /incomprendidos/. La gloria, que falta en el mundo, es pompa en mi /negro/ dominio. En mi imperio, el amor no cansa porque sufra por tener; ni duele porque se canse de nunca haber tenido. Mi mano se posa con levedad en los cabellos de los que piensan, y olvidan; contra mi seno se recuestan los que en vano esperaban, y por fin [435] confían».
«El amor que me tienen», dijo ella, «no tiene pasión que consuma; celo que desvaríe; olvido que /deslustre/. Amarme es como una noche de verano, cuando los mendigos duermen al relente, y parecen sombras [436] al borde de los caminos. De mis labios mudos no viene un canto como el de las sirenas ni una melodía como la de los árboles y las fuentes; pero mi silencio acoge como una música indecisa, mi sosiego acaricia como el torpor de una brisa».
«¿Qué tienes tú», dijo ella, «que te ate a la vida?» El amor no te busca, la gloria no te procura, el poder no te encuentra. La casa que heredaste la heredaste en ruinas. Las tierras que recibiste, había quemado el cielo sus /primicias/ y el sol ardido sus promesas. Nunca has visto, sino seco, el pozo de tu hacienda. Se pudren, desde antes que las veas, las hojas de tus estanques. Las malas hierbas cubrían los paseos y las alamedas por donde tus pies nunca han pasado.
«Pero en mi dominio, donde sólo la noche reina, tendrás el consuelo, porque no tendrás la esperanza; tendrás el olvido, porque no tendrás el deseo; tendrás el reposo, porque no tendrás la vida.»
Y me mostró cuan estéril era la esperanza de mejores días, cuando no se ha nacido con alma, en que los días mejores [437] se pueden conseguir. Me mostró cómo el sueño no consuela, porque la vida duele más cuando se despierta. Me mostró cómo el sueño no descansa, porque lo habitan fantasmas, sombras de cosas, restos de los gestos, embriones muertos de los deseos, despojos del naufragio de vivir.
Y, así diciendo, dobló despacio, más parsimoniosa que nunca, sus alfombras, en las que mis ojos se seducían, sus sedas, que mi alma codiciaba, los damascos de sus retablos, donde sólo mis lágrimas caían.
¿Por qué has de tratar de ser como los demás, si estás condenado a ti? ¿Para qué has de reír, si, cuando ríes, tu propia alegría sincera es falsa porque nace de olvidarte de quién eres? ¿Para qué has de llorar, si sientes que de nada te sirve, y lloras más que las lágrimas no te consuelen que porque las lágrimas te consuelen?
Si eres feliz cuando ríes, cuando ríes [438] he vencido; si entonces eres feliz porque no te acuerdas de quién eres, ¿cuánto más feliz no serás conmigo, donde ya no te acordarás de nada? Si descansas perfectamente, si acaso duermes sin soñar, ¿cómo no descansarás en mi lecho, donde el sueño nunca tiene sueños? Sí un momento te elevas porque ves la Belleza, y te olvidas de ti y de la vida, ¿cómo no te elevarás en mi palacio, cuya belleza nocturna no sufre discordia, ni edad, ni comparación; en mis salas donde ningún viento perturba los reposteros, ningún polvo cubre los espaldarcetes [439] , ninguna luz deslustra, poco a poco, los veludos y los paños, ningún tiempo amarillece la /blancura de los ornatos blancos/.
¡Ven a mi cariño, que no sufre mudanza; a mi amor, que nunca cesa! Bebe de mi copa, que no se agota, el néctar supremo que no enfada ni amarga, que no disgusta ni embriaga. ¡Contempla, desde la ventana de mi castillo, no el claro de luna y el mar, que son cosas bellas y por eso imperfectas, sino la noche vasta y maternal, el esplendor indiviso del abismo profundo!
En mis brazos olvidarás el propio camino doloroso que te ha traído a ellos. ¡Contra mi seno no sentirás ya el propio amor que hizo que lo buscases! Siéntate a mi lado, en mi trono, y eres para siempre el emperador indestronable del Misterio y del Graal, coexistes [440] con los dioses y con los destinos, en no ser nada, en no tener aquende y allende, en no precisar ni de lo que te falte, ni siquiera incluso de lo que te baste.
Seré tu esposa maternal, tu hermana gemela encontrada. Y casadas conmigo todas tus angustias, reservado a mí todo lo que en ti buscabas y no tenías, tú mismo te perderás en mi substancia mística, en mi existencia negada, en mi seno en el que los dioses se desvanecen. [»]
¡Señor Rey del Desapego y de la Renuncia, Imperador de la Muerte y del Naufragio, sueño vivo errando, fastuoso, entre las ruinas y los exilios [441] del mundo!
¡Señor Rey de la Desesperanza entre pompas, dueño doloroso de los palacios que no le satisfacen, maestro de los cortejos y de los aparatos que no consiguen apagar la vida!
¡Señor Rey erguido de los túmulos, que viniste en la noche y a la luz de la luna a contar tu vida a las vidas, paje de los lirios deshojados, heraldo imperial de la frialdad de los marfiles! ¡Señor Rey Pastor de las Vigilias, caballero andante de las Angustias, sin gloria y sin dama a la claridad lunar de los caminos, señor en las florestas en las escarpas, perfil mudo, con la visera caída, pasando [442] por los valles, incomprendido por las aldeas, chasqueado por las villas, despreciado por las ciudades! Señor Rey que la Muerte ha consagrado Suyo, pálido y absurdo, olvidado y desconocido, reinando entre piedras foscas y velludos viejos, en un trono final de lo Posible, con su corte ideal rodeándole, sombras, y su milicia fantástica, guardándolo, misteriosa y vacía.
Traed, pajes; traed, vírgenes; traed, siervos y siervas, las copas, las salvas y las guirnaldas para el festín a que la Muerte asiste. ¡Traedlas y venid de negro, con la cabeza coronada de /mirtos/!
Mandrágora sea lo que traigáis en las copas, (…) en las salvas, y las guirnaldas sean de violetas (…) de las flores tristes que recuerden a la tristeza.
Va el Rey a /cenar/ con la Muerte, en su palacio antiguo, a la orilla del lago, entre las montañas, lejos de la vida, ajeno al mundo.
Una brisa de atención recorre las alas.
Helo que va a llegar, con la muerte que nadie [443] ve y la (…) que no llega nunca.
Heraldos, tocad! ¡Atended!
Tu amor por las cosas soñadas era tu desprecio por las cosas vividas.
¡ Rey-Virgen que despreciaste el amor,
Rey-Sombra que desdeñaste la luz,
Rey-Sueño que no quisiste la vida!
¡Entre el estrépito sordo de címbalos y atabales, la Sombra te aclama Emperador!
Luz en el ocaso tu adviento a estas regiones donde la Muerte reina [444] .
Te coronaron con flores misteriosas, de colores ignorados [445] , guirnalda absurda que te cabe como a un dios depuesto.
…tu /purpúreo culto/ del sueño, (…) fausto de la antecámara de la Muerte.
hetarios [446] imposibles del abismo
¡Tocad, heraldos, desde lo alto de las almenas, saludando a esta gran madrugada!
¡El Rey de la Muerte va a llegar a su dominio!
Flores del abismo, rosas negras, claveles de color blanco de luna, amapolas de un rojo que tiene luz.
¡Y para ti, oh Muerte, va nuestra alma y nuestra creencia, nuestra esperanza y nuestra salutación!
¡Señora de las Ultimas Cosas, Nombre Carnal del Misterio y del abismo -alienta y consuela a quien te busca, sin osar buscarte!
Señora de la Consolación.
¡Virgen-Madre del Mundo absurdo, forma del Caos incomprendido, arrastra y extiende tu reino sobre todas las cosas -sobre las flores que presienten que se marchitan, sobre las fieras que se estremecen de viejas, sobre las almas que han nacido para amarte- entre el error y la ilusión de la vida!