Dijo Amiel que un paisaje es un estado de alma, pero la frase es una felicidad indolente de soñador débil. Desde que el paisaje es paisaje deja de ser un estado de alma. Objetivar es crear, y nadie dice que un poema hecho es un estado de estar pensando en hacerlo. Ver es tal vez soñar, pero si le llamamos ver en vez de llamarle soñar, es que distinguimos soñar de ver.
Por lo demás, ¿de qué sirven estas especulaciones de psicología verbal? Independientemente de mí, crece hierba, llueve en la hierba que crece, y el sol dora la extensión de la hierba que ha crecido o va a crecer; se hierguen los montes desde muy antiguo, y el viento pasa del mismo modo como Homero, aunque no existiese, lo oyó. Más certeza sería decir que un estado de alma es un paisaje; habría en la frase la ventaja de no contener la mentira de una teoría, sino tan solamente la verdad de una metáfora.
Estas palabras ocasionales me han sido dictadas por la gran extensión de la ciudad, vista a la luz universal del sol, desde el alto de San Pedro de Alcántara. Cada vez que así contemplo una extensión ancha, y me abandono desde el metro setenta de altura, y sesenta y un quilos de peso, en que físicamente consisto, tengo una sonrisa grandemente metafísica para los que sueñan que el sueño es sueño, y amo la verdad de lo exterior absoluto con una virtud noble del entendimiento.
El Tajo al fondo es un lago azul, y los montes de la Otra Banda son los de una Suiza achatada. Sale un barco pequeño -vapor carguero negro- del lado del Pozo del Obispo hacia la barra que no veo. Que los dioses todos me conserven, hasta la hora en que cese este aspecto de mí, la noción clara y solar de la realidad exterior, el instinto de mi inimportancia, el consuelo de ser pequeño y de poder pensar en ser feliz [66] .