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Cada vez que viajo, viajo /inmenso/. El cansancio que traigo conmigo de un viaje en tren a Cascaes [337] es como si fuese el de haber, en ese poco tiempo, recorrido los paisajes de campo y ciudad de cuatro o cinco países.

Cada casa por la que paso, cada chalet, cada casita aislada encalada de blanco y de silencio -en cada una de ellas me concibo viviendo, primero feliz, después aburrido, cansado después; y siento que habiéndola abandonado, llevo en mí una nostalgia enorme del tiempo que allí he vivido. De modo que todos mis viajes son una cosecha dolorosa y feliz de grandes alegrías, de tedios enormes, de innumerables falsas nostalgias.

Además, al pasar delante de casas, de «villas», de chalets, voy viviendo en mí todas las vidas domésticas al mismo tiempo. Soy el padre, la madre, los hijos, los primos, la criada y el primo de la criada, al mismo tiempo y todo junto, mediante el arte especial que tengo de sentir al mismo [tiempo] varias sensaciones diferentes, de vivir al mismo tiempo -y al mismo tiempo por fuera, viéndolas, y por dentro, sintiéndolas- las vidas de varias criaturas.

[337] V. nota 117.


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