La vida práctica siempre me ha parecido el menos cómodo de los suicidios. Hacer ha sido siempre para mí la condenación violenta del sueño injustamente condenado. Tener influencia en el mundo exterior, alterar cosas, transponer entes, influir en la gente -todo esto me ha parecido siempre de una substancia más nebulosa que la de los devaneos. La futilidad inmanente de todas las formas de la acción ha sido, desde mi infancia, una de las medidas más queridas de mi desapego hasta de mí.
Hacer es reaccionar contra uno mismo. Influenciar es salir de casa.
Siempre que he meditado en lo absurdo que era que, donde la realidad substancial es una serie de sensaciones, hubiese cosas tan complicadamente sencillas como comercios, industrias, relaciones sociales y familiares, tan desoladoramente incomprensibles ante la actitud interior del alma para con la idea de la verdad… [297]