Primero es un sonido que forma otro sonido, en la concavidad nocturna de las cosas. Después es un aullido vago, acompañado del oscilar rozado de los letreros de la calle. Después, todavía, hay un alto de pronto en la voz lavada [110] del espacio, y todo se estremece, y no oscila y hay silencio en el miedo de todo esto con un miedo sordo que sólo […] cuando ha pasado.
Después no hay nada más que el viento, y me doy cuenta con sueño de que las puertas se estremecen presas y las ventanas producen un sonido de cristal que resiste.
No duermo. Entresueño.
Tengo vestigios en la conciencia. Pesa en mí el sueño sin que la inconsciencia pese… No soy. El viento… Despierto y vuelvo a dormirme, todavía no me he dormido. Hay un paisaje de ruido alto y torvo más allá de que me desconozco. Disfruto, recatado, la posibilidad de dormir. En efecto duermo, pero no sé si duermo. Hay siempre en lo que creemos [111] que es el ruido un ruido de final de todo, el viento en lo oscuro, y, si sigo escuchando, el ruido de los pulmones y del corazón.