Todo el día, en toda su desolación de nubes leves y tibias, ha sido ocupado por las informaciones de que había una revolución. Estas noticias, falsas o ciertas, me llenan siempre de un desaliento especial, mezcla de desdén y de náusea física. Me duele en la inteligencia que alguien crea que altera algo agitándose. La violencia, sea la que fuere, ha sido siempre para mí una forma desencajada de la estupidez humana. Además, todos los revolucionarios son estúpidos como, en menor grado, porque menos incómodo, lo son todos los reformadores.
Revolucionario o reformador, el error es el mismo. Impotente para dominar y reformar su propia actitud para con la vida, que es todo, o su propio ser, que es casi todo, el hombre huye hacia el querer modificar a los demás y al mundo exterior. Todo revolucionario, todo reformador es un /evadido/. Combatir es no ser capaz de combatirse. Reformar es no tener enmienda posible.
El hombre de sensibilidad justa y recta razón, si se encuentra preocupado con el mal y la injusticia del mundo, busca naturalmente enmendarla, primero, en aquello en que más cerca se manifiesta; y eso lo encontrará en su propio ser. Esa obra le llevará toda la vida.
Todo reside, para nosotros, en nuestro concepto del mundo; modificar nuestro concepto del mundo es modificar el mundo para nosotros, es decir, es modificar el mundo, pues nunca será, para nosotros, sino lo que es para nosotros. Esa justicia íntima debido a la cual escribimos una página fluyente y bella, esa reforma verdadera mediante la que tornamos viva a nuestra sensibilidad muerta -esas cosas son la verdad, nuestra verdad, la única verdad. Lo demás que hay en el mundo es paisaje, marcos que encuadran sensaciones nuestras, encuadernaciones de lo que pensamos. Y lo es, ya sea el paisaje colorido de las cosas y de los seres -los campos, las casas, los carteles y los trajes-, ya sea el paisaje incoloro de las almas monótonas, que sube un momento a la superficie en palabras viejas y gestos gastados, y baja otra vez al fondo en la estupidez fundamental de la expresión humana.
¿Revolución? ¿Cambio? Lo que yo quiero de verdad, con toda la intimidad del alma, es que cesen las nubes átonas que enjabonan cenicientamente al cielo; lo que yo quiero es ver al azul empezar a surgir de entre ellas, verdad segura y clara porque nada es ni quiere.
8-4-1931.