Cuántas veces, presa de la superficie y del hechizo, me siento hombre. Entonces vivo con alegría y existo con claridad. Sobrenado. Y me resulta agradable recibir la paga e irme a casa. Siento el tiempo sin verlo, y me gusta cualquier cosa orgánica. Si medito, no pienso. Esos días me gustan mucho los jardines.
No sé qué cosa extraña y pobre hay en la substancia íntima de los jardines ciudadanos que sólo puedo sentirla bien cuando me siento bien a mí. Un jardín es un resumen de la civilización -una modificación anónima de la naturaleza. Las plantas están allí, pero hay calles: calles. Crecen árboles, pero hay bancos debajo de una sombra. En la alineación vuelta hacia los cuatro lados de la ciudad, allí sólo plaza, los bancos son mayores y casi siempre tienen gente.
No odio la regularidad de las flores de los arriates. Odio, en cambio, el empleo público de las flores. Si los arriates estuviesen en parques cerrados, si los árboles creciesen en rincones feudales, si los bancos no tuviesen a nadie, habría con qué consolarme en la contemplación inútil de los jardines. Así, en la ciudad, pautados pero inútiles, los jardines son para mí como jaulas en que las espontaneidades coloridas de los árboles y de las flores no tienen espacio para no tenerlo, lugar en él para no salir, y la belleza propia sin la vida que le pertenece.
Pero hay días en que éste es el paisaje que me pertenece, y en el que entro como un figurante en una tragedia cómica. Esos días estoy equivocado, pero, por lo menos en cierto modo, soy más feliz. Si me distraigo, me creo que tengo realmente casa, un hogar, a donde volver. Si me olvido, soy normal, reservado para un fin, cepillo otro traje y me leo un periódico entero.
Pero la ilusión no dura mucho, tanto porque no dura como porque se hace de noche. Y el color de las flores, la sombra de los árboles, la alineación de paseos y arriates, todo se esfuma y encoge. Por cima del error de que yo sea un hombre se abre de repente, como si la luz del día fuese un telón de teatro que se escondiese para mí, el gran escenario de las estrellas. Y entonces olvido con los ojos el patio de butacas amorfo y espero a los primeros actores con un sobresalto de niño en el circo.
Estoy libre y perdido.
Siento. Resfrío fiebre. Soy yo.
12-4-1930.