La dulzura de no tener familia ni compañía, ese suave gusto como el del exilio, en que sentimos al orgullo del destierro desdibujarnos en una voluptuosidad inconstante la vaga inquietud de estar lejos -todo esto lo disfruto a mi modo indiferentemente. Porque uno de los detalles característicos de mi actitud espiritual es que la atención no debe ser cultivada exageradamente, e incluso el sueño debe ser mirado altivamente, con una conciencia aristocrática de estar haciéndole existir. Dar demasiada importancia al sueño sería dar demasiada importancia, a fin de cuentas, a una cosa que se ha separado de nosotros, que se ha erigido, conforme ha podido, en realidad, y que, por eso, ha perdido el derecho absoluto a nuestra delicadeza para con ella.
Las figuras imaginarias tienen más relieve y verdad que las reales.
Mi mundo imaginario ha sido siempre el único mundo verdadero para mí. Nunca he tenido amores tan reales, tan llenos de vigor de sangre y de vida como los que he tenido con figuras que yo mismo he creado. ¡Qué pena! Siento añoranzas de ellos, porque, como los demás, pasan…