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Hace mucho -no sé si hace días, si hace meses- que no anoto ninguna impresión; no pienso, y por lo tanto no existo. Me he olvidado de quién soy; no sé escribir porque no sé ser. Mediante un adormecimiento oblicuo, he sido otro. Saber que no me recuerdo es despertar.

Me he desmayado durante un trozo de mi vida. Vuelvo en mí sin memoria de lo que he sido, y la de lo que fui sufre de haber sido interrumpida. Hay en mí una noción confusa de un intervalo desconocido, un esfuerzo fútil de parte de la memoria por querer encontrar la otra. No consigo reanudarme. Si he vivido, me he olvidado de saberlo.

No es que sea este primer día del otoño sensible -el primero de frío no fresco que viste al estío muerto de menos luz- el que me dé, en una transparencia enajenada, una sensación de designio muerto o de voluntad falsa. No es que haya, en este interludio de cosas perdidas, un vestigio confuso de memoria inútil. Es, más dolorosamente que esto, un tedio de estar recordando que no se recuerda, un desaliento de lo que la conciencia ha perdido entre algas o juncos, a la orilla no sé de qué.

Conozco que el día, límpido e inmóvil, tiene un cielo positivo y azul menos claro que el azul profundo. Conozco que el sol, vagamente menos de oro que era, dora de reflejos húmedos los muros y las ventanas. Conozco que, no habiendo viento, o brisa que lo recuerde o niegue, duerme sin embargo una frescura despierta en la ciudad indefinida. Conozco todo esto, sin pensar ni querer, y no tengo sueño sino por el recuerdo, ni nostalgia sino por el desasosiego.

Convalezco, estéril y lejano, de la enfermedad que no he tenido. Me predispongo, ágil de despertarme, a lo que no me atrevo. ¿Qué sueño no me ha dejado dormir? ¿Qué halago no me ha querido hablar? ¡Qué bien ser otro con este sorbo frío de primavera fuerte! ¡Qué bien poder al menos pensarlo, mejor que la vida, mientras a lo lejos, en la imagen recordada, los juncos, sin viento que se sienta, se inclinan glaucos desde la ribera!

¡Cuántas veces, recordando a quien no he sido, me medito joven y olvidado! Y eran otros que han sido los paisajes que no he visto nunca; eran nuevos sin haber sido los paisajes que vi de veras. ¿Qué me importa? He terminado con acasos e intersticios [198] , y, mientras el fresco del día es el del mismo sol, duermen fríos, en el poniente que veo sin tenerlo, los juncos oscuros de la ribera.

28-9-1932.

[198] En el original, «Findei a casos e intersticios», frase de la misma naturaleza que «findei aos soluços» (terminé en, o con, sollozos). De ahí nuestra traducción, que suena en castellano de manera tan poco habitual como el original en portugués.


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