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El hombre vulgar, por más dura que sea con él la vida, tiene al menos la felicidad de no pensarla. Vivir la vida transcurriendo, exteriormente, como un gato o un perro -así hacen los hombres generales, y así se debe vivir la vida para que pueda incluir la satisfacción del gato y del perro.

Pensar es destruir. El propio sistema del pensamiento lo indica para el mismo pensamiento, porque pensar es descomponer. Si los hombres supiesen meditar el misterio de la vida, si supiesen sentir las mil complejidades que acechan al alma en cada pormenor de la acción, no actuarían nunca, incluso no vivirían. Se matarían de tan asustados, como los que se suicidan para no ser guillotinados al día siguiente.

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