Ah, es un error doloroso y craso esa distinción que los revolucionarios establecen entre burgueses y pueblo, o hidalgos y pueblo, o gobernantes y gobernados. La distinción existe entre adaptados e inadaptados: lo demás es literatura, y mala literatura. El mendigo, si es un adaptado, puede ser rey mañana, sin embargo: ha perdido con eso la virtud de ser mendigo. Ha pasado la frontera y ha perdido la nacionalidad.
Esto me consuela en esta oficina estrecha, cuyas ventanas mal lavadas dan a una calle sin alegría. Esto me consuela, porque tengo por hermanos a los creadores de la conciencia del mundo -al dramaturgo atrabancado William Shakespeare, al maestro de escuela John Milton, al vagabundo Dante Alighieri, (…) y hasta, si la cita se me permite, a aquel Jesucristo que no fue nada en el mundo, tanto que la historia duda de él. Los otros son de otra especie -el consejero de estado Johann Wolfgang Goethe, el senador Víctor Hugo, el jefe Lenin, el jefe Mussolini.
Nosotros, en la sombra, entre los cargadores y los barberos, constituimos la humanidad.
De un lado están los reyes, con su prestigio, los emperadores, con su gloria, los genios, con su aura, los santos, con su aureola, los jefes de pueblo, con su dominio, las prostitutas, los profetas y los ricos… Del otro estamos nosotros -el cargador de la esquina, el dramaturgo atrabancado William Shakespeare, el barbero de los chistes, el maestro de escuela John Milton, el hortera de la tienda, el vagabundo Dante Alighieri, los que la muerte olvida o consagra, y [la] vida ha olvidado sin consagrarlos.