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Todos aquellos incidentes desgraciados de nuestra vida en los que hemos sido o ridículos, o despreciables, o embarazosos, considerémoslos, a la luz de nuestra serenidad íntima, como incomodidades de viaje. En este mundo, viajeros, voluntarios o involuntarios entre nada y nada o entre todo y todo, somos solamente pasajeros que no deben dar demasiado relieve a los percances del recorrido, a las contundencias de la trayectoria. Me consuelo con esto, no sé si porque me consuelo, si porque hay en esto algo que me consuele. Pero la consolación ficticia se me vuelve verdad si no pienso en ella.

Además, ¡hay tantas consolaciones! Existe el cielo alto, limpio y sereno, donde flotan siempre nubes imperfectas. Existe la brisa leve, que agita las ramas duras de los árboles, si es en el campo; que hace oscilar las ropas tendidas, en los cuartos pisos, o quintos, si es en la ciudad. Existe el calor o el fresco, si los hay, y siempre, en el fondo, viene […] con su nostalgia, o su esperanza, y una sonrisa de magia a la ventana del mundo, lo que deseamos llamando a la puerta de lo que somos, como mendigos que son el Cristo.

23-12-1933.

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