Comparados con los hombres sencillos y auténticos, que pasan por las calles de la vida, con un destino natural y callado, esas figuras de los cafés asumen un aspecto que no sé definir sino comparándolas con ciertos duendes de los sueños -figuras que no son de pesadilla ni de disgusto, pero cuyo recuerdo, cuando despertamos, nos deja, sin que sepamos por qué, un sabor a asco pasado, un disgusto de algo que está con ellos pero que no se puede definir como siendo suyo.
Veo las caras de los genios y de los triunfadores reales, incluso pequeños, singlar en la noche de las cosas sin saber lo que hienden sus proas altivas, en ese mar de sargazos de paja de embalaje y virutas de corcho.
allí se resume todo, como en el suelo del zaguán de la casa de la oficina, que, visto a través de las verjas de la ventana, del almacén, parece una celda para la basura.