La luz se había tornado de un amarillo exageradamente lento, de un amarillo sucio de lividez. Habían crecido los intervalos entre las cosas, y los sonidos, más espaciados de una manera nueva, se producían inconexamente. Cuando se oían, terminaban de repente, como cortados. El calor, que parecía haber aumentado, parecía estar, siendo calor, frío. Por la leve rendija de las contraventanas se veía la actitud de exagerada expectativa del único árbol visible. El silencio le había entrado con el color. En la atmósfera se habían cerrado pétalos. Y en la propia composición del espacio una interrelación diferente de algo como planos había alterado y roto el modo como los sueños, las luces y los colores usan la extensión.
(Posterior a 1913.)
2 [Letanía de la desesperanza]
Junta las manos, ponías entre las mías y escúchame, oh amor mío.
Quiero, hablando con una voz suave y arrulladora, como la de un confesor que aconseja, decirte cuan acá de lo que conseguimos queda el ansia de conseguir.
Quiero rezar contigo, mi voz con tu atención, la letanía de la /desesperanza/.
No hay obra de artista que no pudiese haber sido más perfecta. Leído verso por verso, el mayor de los poemas tendría pocos versos que no pudiesen ser mejores, pocos episodios que no pudiesen ser más intensos, y nunca es su conjunto tan perfecto que no pudiese serlo muchísimo más.
¡Ay del artista que se da cuenta de esto, que un día piensa en esto! Nunca más su trabajo es alegría, ni su sueño sosiego. Es un joven sin juventud y envejece descontento.
¿Y para qué expresarse? Lo poco que se dice mejor sería que se quedase por decir.
¡Si yo pudiese compenetrarme realmente de cuan bella es la renuncia, qué dolorosamente feliz sería para siempre!
Porque tú no amas lo que digo con los oídos con que yo me oigo decirlo. Yo mismo, si me oigo hablar alto, los oídos con que me oigo hablar alto no me escuchan del mismo modo que el oído íntimo con que me oigo pensar palabras. Si me equivoco, oyéndome, y tengo que preguntarme tantas veces a mí mismo lo que he querido decir, ¡cuánto no me entenderán los demás!
– De qué complejas ininteligencias no está hecha la comprensión que los demás tienen de nosotros.
La delicia de verse comprendido no puede tenerla quien se quiere no comprendido, porque sólo a los complejos e incomprendidos les sucede esto; y los otros, los sencillos, aquellos a quienes los demás pueden comprender, esos nunca sienten el deseo de ser comprendidos.
A las horas en que el paisaje es una aureola de vida, y el sueño es tan sólo soñarse, yo he construido, oh amor mío, en el silencio del desasosiego, este libro extraño con portones abiertos al fin de una alameda en una casa abandonada.
He cogido para escribirlo el alma de todas las flores, y con los momentos efímeros de todos los cantos de todas las aves he tejido eternidad e inercia. Tejedora (…), me he sentado a la ventana de mi vida y he olvidado que vivía y era, tejiendo mortajas para amortajar mi tedio en los manteles de lino casto hechos para los altares de mi silencio, (…)
Y yo te ofrezco este libro porque sé que es bello e inútil. Nada enseña, nada hace creer, nada hace sentir. Regato que corre hacia un abismo-ceniza que el viento esparce y ni fecunda ni es dañina [406] , -he puesto toda mi alma al hacerlo, pero no he pensado en él mientras lo hacía, sino sólo en mí, que soy triste, y en ti, que no eres nadie.
Y porque este libro es absurdo, yo lo amo; porque es inútil, yo quiero darlo; y porque de nada sirve quiero dártelo, yo te lo doy…
Reza por mí al leerlo, bendíceme por amarlo y olvídalo como el sol de hoy al sol de ayer (como yo olvido a las mujeres de los sueños que nunca he sabido soñar).
Torre del Silencio de mis ansias, ¡que este libro sea el claro de luna que te hizo otra en la noche del Misterio Antiguo!
Río de imperfección dolorida, que este libro sea el barco dejado ir por tus aguas abajo para acabar en un mar que se sueñe [407] .
Paisaje de la Enajenación y del Abandono, que este libro sea tuyo como tu Hora, y se ilimite de ti como de la hora de la púrpura falsa.
Corren ríos, ríos eternos por debajo de la ventana de mi silencio. Veo la otra margen siempre y no sé por qué no sueño estar /allí/, otro y feliz. Tal vez porque sólo tú consuelas, y sólo tú arrullas y sólo tú te lamentas [408] y oficias.
¿Qué misa blanca interrumpes para echarme la bendición de mostrarte siendo? ¿En qué punto ondeado de la danza te paras de repente, y el Tiempo contigo, para hacer de tu pararte un puente hasta mi alma, y de tu sonrisa púrpura de mi pompa?
Cisne de desasosiego rítmico, lira de horas inmortales, arpa incierta de pesares /místicos/, tú eres la Esperada y la Ida, la que acaricia y hiere, la que dora de dolor las alegrías y corona de rosas las tristezas.
¿Qué Dios te ha creado, qué Dios odiado por el Dios que se hizo el mundo?
Tú no lo sabes, tú no sabes que no lo sabes, tú no quieres saber ni no saber. Has desnudado de propósitos a tu vida, has nimbado de irrealidad a tu mostrarte, te has vestido de perfección y de intangibilidad para que ni las Horas te besasen, ni los Días te sonriesen, ni las Noches viniesen a ponerte la luna entre las manos para que pareciese un lirio.
Deshoja, oh /amor mío/, sobre mí pétalos de mejores rosas, de más perfectos lirios, pétalos de crisantemos (…) olorosos a la melodía de su nombre.
Y yo moriré en mí tu vida, oh Virgen que ningún abrazo espera, que ningún beso buscas, que ningún pensamiento desflora.
Atrio (sólo atrio) de todas las esperanzas, Umbral de todos los deseos, Ventana de todos los sueños, (…)
Mirador para todos los paisajes que son floresta nocturna y río lejano trémulo de la mucha claridad lunar…
Versos, prosas que no se piensen escribir, sino tan sólo soñar.
Tú no existes, bien lo sé, ¿pero sé con seguridad si existo? Yo, que te existo en mí, ¿tendré más vida real que tú, que la propia vida que te vive?
Llama convertida en aureola, presencia ausente, silencio rítmico y hembra, crepúsculo de vaga carne, copa olvidada para el festín, vitral /pintado/ por un pintor-sueño en una Edad Media de otra Tierra.
Cáliz y hostia de esmero casto, altar abandonado de una santa todavía viva, corola de lirio soñado del jardín donde nunca ha entrado nadie…
Eres la única forma que no produce tedio, porque eres siempre variable con nuestro sentimiento, porque lo mismo que besas nuestra alegría arrullas nuestro dolor, y nuestro tedio, eres para él el opio que consuela y el sueño que descansa, y la muerte que cruza y junta las manos.
Ángel (…), ¿de qué materia está hecha tu materia alada? ¿Qué vida te prende a la tierra, a ti que eres vuelo nunca alzado, ascensión detenida, gesto de arrobo y de descanso?
Fin (último trecho)
Creemos, oh Apenas-Mía, tú por existir y yo por verte existir, un arte diferente de todo arte. De tu cuerpo de ánfora inútil sepa yo sacar /el alma de nuevos versos/ y a tu ritmo de ola silenciosa sepan mis dedos trémulos ir a buscar las líneas pérfidas de una prosa impura de ser oída.
Tu sonrisa /melodiosa/ sea, al irse, para mí símbolo y emblema visible del /sollozo callado/ del […] mundo al saberse error e imperfección. Tus manos de tañedora de arpa me cierren los ojos, los párpados cuando yo muera de haber dado mi vida construyéndote. Y tú, que no eres nadie, serás para siempre, oh Suprema, el arte querido de los dioses que nunca han existido, y la madre virgen y estéril de los dioses que nunca existirán.
Haré de soñarte el ser fuerte, y mi pena, cuando hable a tu Belleza, tendrá melodías de forma, curvas de estrofas, esplendores súbitos como los de los versos inmortales.
8 En la Floresta de la Enajenación
Sé que he despertado y que todavía duermo. Mi cuerpo antiguo, molido de que yo viva, me dice que todavía es muy pronto… Me siento febril de lejanía. Me peso, no sé por qué…
En un torpor lúcido, pesadamente incorpóreo, me estanco, entre el sueño y la vigilia, en un sueño que es la sombra de soñar. Mi atención flota entre dos mundos y ve ciegamente la profundidad de un mar y la profundidad de un cielo; y estas profundidades se interpenetran, mezclándose, y yo no sé dónde estoy ni lo que sueño.
Un viento de sombras sopla cenizas de propósitos muertos sobre lo que yo soy de despierto. Cae de un firmamento desconocido un relente tibio de tedio. Una gran angustia inerte me manosea el alma por dentro e, incierta, me agita, como la brisa a los perfiles de las copas.
En la alcoba mórbida y tibia, la alborada de ahí fuera es apenas un hálito de penumbra. Soy todo confusión quieta… ¿Para qué ha de rayar un día?… Me cuesta saber que rayará, como si fuese un esfuerzo mío el que tuviese que hacerlo aparecer.
Con una lentitud confusa, me tranquilizo. Me entorpezco. Floto en el aire, entre velar y dormir, y otra especie de realidad surge, y yo en medio de ella, no sé de qué donde que no es éste…
Surge pero no extingue a ésta, ésta de la alcoba tibia, ésa de una floresta extraña. Coexisten en mi atención esposada las dos realidades, como dos humos que se mezclan.
¡Qué nítido de otro y de él este trémulo paisaje transparente!
¿Y quién es esta mujer que conmigo viste de observada a esta floresta ajena? ¿Para qué tengo que preguntármelo un momento?… Yo no sé querer saberlo…
La alcoba vaga es un cristal oscuro a través del cual, consciente de él, veo este paisaje… y este paisaje lo conozco hace mucho, y hace mucho que con esa mujer que desconozco yerro, otra realidad, a través de la irrealidad de ella. Siento en mí siglos de conocer esos árboles y esas flores y esas vías en desviaciones y ese ser mío que por allí vaga, antiguo y ostensivo a mi mirada, que el saber que estoy en esta alcoba viste de penumbras de ver…
De vez en cuando, por la floresta donde desde lejos me veo y siento, un viento lento barre un humo, y ese humo es la visión nítida y oscura de la alcoba en la que soy actual, de esos vagos muebles y reposteros y de su tibieza de nocturno. Después, este viento pasa y torna a ser todo sólo-él el paisaje de ese otro mundo…