¡Remolinos, remolinos, en la futilidad fluida de la vida! En la gran plaza del centro de la ciudad, el agua sobriamente multicolor de la gente que pasa se desvía, forma charcos, se abre en arroyos, se junta en riachuelos. Mis ojos ven distraídamente, y construyo en mí esta imagen aquea [349] que, mejor que cualquier otra, y porque he pensado que iba a llover, se ajusta a este incierto movimientos.
Al escribir esta última frase, que para mí dice exactamente lo que define, he pensado que sería útil poner al final de mi libro, cuando lo publique, debajo de las «Errata» unas «No-Errata», y decir: la frase «a este incierto movimientos», de la página tal, es así mismo, con las voces adjetivas en singular y el substantivo en plural [350] . ¿Pero qué tiene que ver esto con lo que estaba pensando? Nada, y por eso me ha dejado que lo piense.
Alrededor de en medio de la plaza, como cajas de cerillas móviles, grandes y amarillas, en que un niño espetase una cerilla quemada inclinada, para hacer mal de trole, los tranvías gruñen y tintinean; al arrancar, silban a hierro alto. Alrededor de la estatua central, las palomas son migajas negras que se mueven, como si les diese un viento esparcidor. Dan pasitos, gordas sobre las patas pequeñas.
Y son sombras, sombras…
Vista de cerca, toda la gente es monótonamente diferente. Decía Vieira que Frei Luís de Sousa escribía «lo vulgar con singularidad» [351] . Esta gente es singular con vulgaridad, al revés del estilo de la Vida del Arzobispo. Todo esto me da pena, siéndome sin embargo indiferente. He venido a parar aquí sin motivo, como todo en la vida.
Del lado de oriente, entrevista, la ciudad se levanta casi a plomada, asalta casi extáticamente al Castillo [352] . El sol pálido moja de un aureolamiento vago esta mole súbita de casas que para aquí lo oculta. El cielo es de un azul húmedamente blancuzco. La lluvia de ayer quizás se repita hoy, pero más suave. El viento parece Este, tal vez porque aquí mismo, de repente, huele vagamente al maduro y verde del mercado cercano. Del lado oriental de la plaza hay más forasteros que del otro. Como descargas tapizadas, los cierres ondulados bajan hacia arriba; no sé por qué es así la frase que me transmite ese ruido. Es quizás porque hacen más ruido al bajar, aunque ahora suben. Todo se explica.
De repente, estoy solo en el mundo. Veo todo esto desde lo alto de un tejado espiritual. Estoy solo en el mundo. Ver es ser distante. Ver claro es parar. Analizar es ser extranjero. Toda la gente pasa junto a mí sin rozarme. Sólo tengo aire a mi alrededor. Me siento tan aislado que siento la distancia que hay entre mí y mi traje. Soy un niño, con una palmatoria mal encendida, que atraviesa, en camisón de dormir, una gran casa desierta. Viven sombras que me rodean -sólo sombras hijas de los muebles rígidos y de la luz que me acompaña. Ellas me rondan aquí, al sol, pero son gente.
25-4-1930.