Permaneceremos indiferentes a la verdad o mentira de todas las religiones, de todas las filosofías, de todas las hipótesis inútilmente verificables a las que llamamos ciencias. Tampoco nos preocupará el destino de la llamada humanidad, o lo que sufra o no sufra en su conjunto. Caridad, sí, para con el «prójimo» [369] , como se dice en el Evangelio, y con el hombre de que en él se habla. Y todos, hasta cierto punto, somos así: ¿qué nos pesa, al mejor de todos nosotros, una mortandad en la China? Pero nos duele, al que de nosotros más imagine, la bofetada injusta que hemos visto dar a un niño en la calle.
Caridad para con todos, intimidad con ninguno. Así interpreta Fitzgerald [370] en un punto de una nota suya algo de la ética de Khayyán.
Recomienda el Evangelio el amor al prójimo: no dice amor al hombre o a la humanidad, de la que verdaderamente nadie puede preocuparse.
Se preguntará quizás si hago mía la filosofía de Khayyán, tal como aquí, creo que con justeza, la he escrito de nuevo y la interpreto. Responderé que no lo sé. Hay días en que ésa me parece la mejor, y hasta la única, de todas las filosofías prácticas. Hay otros días en que me parece nula, muerta inútil, como un vaso vacío. No me conozco, porque pienso. No sería así si tuviese fe; pero tampoco sería así si estuviese loco. En verdad, si fuese otro, sería otro.
Más allá de estas cosas del mundo profano, están, es cierto, las lecciones secretas de las órdenes iniciáticas, los misterios patentes [371] , cuando secretos, o velados, cuando los figuran los ritos públicos. Hay lo que está oculto o medio oculto en los grandes ritos católicos, sea en el Ritual de María en la Iglesia Romana, sea en la Ceremonia del Espíritu en la Francmasonería.
¿Pero quién nos dice al final que el iniciado, cuando íncola [372] de los penetrales de los misterios, no es sino avara presa de nuestra nueva faz de la ilusión? ¿Qué es la certidumbre que tiene, si más firme que él la tiene un loco en lo que en él es locura? Decía Spenser que lo que sabemos es una esfera que, cuanto más se ensancha, en tantos más puntos tiene contacto con lo que no sabemos [373] . No me olvido, en este capítulo de lo que las iniciaciones pueden proporcionar, de las palabras terribles de un maestro de Magia: «Ya he visto a Isis», dice, «ya he tocado a Isis: no sé, a pesar de ello, si existe».
El poeta persa Maestro del desconsuelo y de la desilusión.