Pero no simpatizamos con los ocultistas en la parte en que son apóstoles y amantes de la humanidad; esto los desnuda de su misterio. La única razón de que un ocultista funcione en lo astral es bajo la condición de hacerlo por estética superior, y no para el siniestro fin de hacer bien a ninguna persona.
Casi sin saberlo, hace presa en nosotros una simpatía atávica por la magia negra, por las formas prohibidas de la ciencia trascendente, por los Señores del Poder que se vendieron a la Condenación y a la Reencarnación degradada. Nuestros ojos de débiles y de inseguros se pierden, con un celo femenino, en la teoría de los grados invertidos, en los ritos inversos, en la curva siniestra de la jerarquía descendente.
Satán, sin que lo queramos, posee para nosotros una sugestión como de macho respecto a la hembra. La serpiente de la Inteligencia Material se nos ha enroscado al corazón, como al caduceo simbólico del Dios que comunica: Mercurio, señor de la Comprensión.
Aquellos de nosotros que no son pederastas desearían tener el valor de serlo. Toda inapetencia por la acción inevitablemente feminiza. Malogramos nuestra verdadera profesión de amas de casa y castellanas sin quehacer por desvío del sexo en la encarnación presente. Aunque no creamos absolutamente en esto, sabe la sangre de la ironía actuar en nosotros como si lo creyésemos. Todo [449] esto no es por maldad, sino por debilidad. Adoramos, a solas, al mal, no por ser el mal, sino porque es más intenso y fuerte que el bien, y todo cuanto es intenso y fuerte atrae a los nervios que debían de ser de mujer. Pecca fortiter no puede ir con nosotros, que no tenemos fuerza, ni siquiera la de la inteligencia, que es la que tenemos. Piensa en pecar fuertemente -es lo más que para nosotros puede valer esa indicación aguda. Mas ni siquiera eso nos es a veces posible: la propia vida interior tiene una realidad que a veces nos duele por ser una realidad cualquiera. Que haya leyes para la asociación de ideas, como para todas las operaciones del espíritu, insulta a nuestra indisciplina nativa.
(¿1914?)
Ni una viuda ni un hijo le puso en la boca el óbolo con que pagase a Caronte. Están velados para nosotros los ojos con que transpuso la Estigia y vio nueve veces reflejado en las aguas inferas el rostro que no conocemos. No tiene nombre entre nosotros la sombra ahora errante por las márgenes de los ríos soturnos; su nombre es sombra también.
Murió por la Patria, sin saber cómo ni por qué. Su sacrificio tuvo la gloría de no conocerse. Dio la vida con toda la entereza del alma: por instinto, no por deber; por amor a la Patria, no por conciencia de ella. La defendió como quien defiende a una madre de quien somos hijos, no por lógica, sino por nacimiento. Fiel al secreto primero, no pensó ni quiso, pero vivió su muerte instintivamente, como había vivido su vida. La sombra que usa ahora se hermana con las que cayeron en las Termópilas, fieles en la carne al juramento en que habían nacido.
Murió por la Patria como el sol nace todos los días. Fue por naturaleza aquello en que había de tornarlo la Muerte.
No cayó siervo de una fe ardiente, no le mataron combatiendo por la bajeza de un gran ideal. Libre de la injuria de la fe y del insulto del humanitarismo, no cayó en defensa de una idea política, o del futuro de la humanidad, o de una religión por haber. Lejos de la fe en el otro mundo, con que se engañan los crédulos de Mahoma y los secuaces de Cristo, vio a la muerte llegar sin esperar en ella la vida, vio a la vida pasar sin que esperase una vida mejor.
Pasó naturalmente, como el viento y el día, llevando consigo el alma, que le había hecho diferente. Se sumergió en la sombra como quien entra por la puerta donde llega. Murió por la Patria, la única cosa superior a nosotros de que tenemos conocimiento y razón. El paraíso del mahometano o cristiano, el olvido transcendente del Budista, no se le reflejaron en los ojos cuando en ellos se apagó la llama que le hacía vivo en la tierra. No supo quién fue, como no sabemos quién es. Cumplió el deber, sin saber que lo cumplía. Le guió lo que hace florecer a las rosas y ser bella la muerte de las hojas. La vida no tiene mejor razón, ni la muerte mejor galardón.
…del heroísmo sencillo, sin cielo que ganar por el martirio, o humanidad que ganar mediante el esfuerzo; de la vieja raza pagana que pertenece a la Ciudad y fuera de la que están los bárbaros y los enemigos.
…pero en la emoción con que el hijo quiere a la madre, porque ella es la suave madre y no por ser él su hijo (?)
Visita ahora, conforme los dioses lo conceden, las regiones donde no hay luz, pasando los lamentos del Cocito, y el fuego de Flegetonte y oyendo en la noche el lapso leve de la lívida onda letea.
Es anónimo como el instinto que le mató. No pensó que iba a morir por la Patria; murió por ella. No decidió cumplir su deber; lo cumplió. A quien no tuvo nombre en el alma, justo es que no preguntemos qué nombre definió a su cuerpo. Fue portugués; no siendo tal portugués, es el portugués sin limitación.
Su lugar no está al lado de los fundadores de Portugal, cuya estatura es otra, y otra la conciencia. No le cabe la compañía de los semidioses, por cuya audacia crecieron los caminos del mar y hubo más tierra que caber a nuestro alcance.
Ni estatua ni lápida narre quién fue el que fue todos nosotros; como es todo el pueblo, debe tener por túmulo toda esta tierra. En su propia memoria lo debemos sepultar, y ponerle por lápida tan sólo su ejemplo.