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Como hay quien trabaja por tedio, escribo a veces por no tener qué decir. El devaneo en que naturalmente se pierde quien no piensa, me pierdo yo en él por escrito, pues sé soñar en prosa. Y hay mucho sentimiento sincero, mucha emoción legítima que saco de no estar sintiendo.

Hay momentos en que la vacuidad de sentirse vivir llega a tener el espesor de algo positivo. En los grandes hombres de acción, que son los santos, puesto que actúan con la emoción entera y no sólo con parte de ella, este sentimiento de que la vida no es nada conduce al infinito. Se enguirnaldan de noche y de astros, se ungen de silencio y de soledad. En los grandes hombres de inacción, a cuyo número humildemente pertenezco, el mismo sentimiento conduce a lo infinitesimal; se estiran las sensaciones, como elásticos, para ver los poros de su falsa continuidad floja.

Y unos y otros, en estos momentos, aman al sueño, como el hombre vulgar que no actúa ni deja actuar, mero reflejo de la existencia genérica de la especie humana. Sueño es la fusión con Dios, el Nirvana, sea en las definiciones lo que fuese; sueño es el análisis lento de las sensaciones, sea usado como una ciencia atómica del alma, sea dormido como una música de la voluntad, anagrama lento de la monotonía.

Escribo demorándome en las palabras, como por escaparates donde no veo, y son medio-sentidos, casi-expresiones lo que me queda, como colores de tejidos que no he visto lo que son, armonías exhibidas compuestas de no sé qué objetos. Escribo arrullándome, como una madre loca a un hijo muerto.

Me encontré en este mundo cierto día, que no sé cuál fue, y hasta allí, desde que evidentemente nací, había vivido sin sentir. Si pregunté dónde estaba, todos me engañaron, y todos se contradecían. Si pedí que me dijesen lo que haría, todos me hablaron con falsedad, y cada uno me dijo una cosa suya. Si, de no saber, me paré en el camino, todos se pasmaron de que no siguiese hacia donde nadie sabía lo que había, o no me volviese para atrás -yo, que, despierto en la encrucijada, no sabía de dónde había venido. Vi que estaba en escena y no sabía el papel que los demás recitaban en seguida, sin saberlo tampoco. Vi que estaba vestido de paje, y no me habían dado la reina, y me culpaban de no tenerla. Vi que tenía en las manos el mensaje que entregar, y cuando les dije que el papel estaba en blanco, se rieron de mí. Y todavía no sé si se rieron porque todos los papeles estaban en blanco o porque todos los mensajes se adivinan.

Por fin, me senté en la piedra de la encrucijada como al hogar que me ha faltado. Y empecé, a solas conmigo, a hacer barcos de papel con la mentira que me habían dado. Nadie quiso creerme, ni por mentiroso, y no tenía yo un lago con el que probar la verdad.

Palabras ociosas, perdidas, metáforas sueltas, que una vaga angustia encadena a sombras… Vestigios de mejores horas, vividas no sé dónde en alamedas… Lámpara apagada cuyo oro brilla en la oscuridad por la memoria de la extinguida luz… Palabras dadas, no al viento, sino al suelo, dejadas ir por los dedos sin avaricia, como hojas secas que en ellos hubiesen caído de un árbol invisiblemente infinito… Nostalgia de los estanques de las quintas ajenas… Ternura de lo nunca sucedido…

¡Vivir! ¡Vivir! Y la sospecha al menos, de si acaso en el lecho de Prosérpina habría de dormirme [259] bien.

10-3-1931.

[259] Lectura dudosa.


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