Yo no sabría nunca cómo adecuar a mi alma para que lleve a mi cuerpo a poseer el suyo. Dentro de mí, incluso al pensar en esto, tropiezo con obstáculos que no veo, me enredo en telarañas que no sé lo que son. ¿Cuánto más no me sucedería si quisiese poseerla realmente?
Que yo -lo repito- sería incapaz de intentar hacerlo. Ni siquiera me adapto a soñarme haciéndolo.
Son éstas, Señora mía, las palabras que tengo que escribir al margen del significado de su mirada involuntariamente interrogadora. Es en este libro donde, primero, leerá esta carta para usted. Si no supiera que es para usted, me resignaré a que así sea. Escribo más para entretenerme que para decirle nada… Sólo las cartas comerciales van dirigidas. Todas las demás deben, por lo menos para el hombre superior, ser sólo de él para sí mismo.
Nada más tengo que decirle. Crea que la admiro todo lo que puedo. Me gustaría que pensase en mí a veces.