Aquello que, creo, produce en mí el sentimiento profundo, en que vivo, de incongruencia con los demás, es que la mayoría piensa con la sensibilidad y yo siento con el pensamiento.
Para el hombre vulgar, sentir es vivir y pensar es saber vivir.
Para mí, pensar es vivir y sentir no es más que el alimento del pensar.
Es curioso que, siendo escasa mi capacidad de entusiasmo, ella es naturalmente más solicitada por los que se me oponen en temperamento que por los que son de mi especie espiritual. A nadie admiro en [238] literatura, más que a los clásicos, que son a quienes menos me asemejo. De tener que escoger, para lectura única, entre Chateaubriand y Vieira, escogería a Vieira sin necesidad de meditar.
Cuanto más diferente de mí es alguien, más real me parece, porque menos depende de mi subjetividad. Y es por eso por lo que mi estudio atento y constante es esa misma humanidad vulgar que no acepto y de quien disto. La amo porque la odio. Me gusta verla porque detesto sentirla. El paisaje, tan admirable como cuadro, es en general incómodo como lecho.
13-4-1930.