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– Le advierto -gritó Patik al teléfono-, usted está tratando con el ser más inhumano y terco del que Bongwutsi tenga memoria. Si sigue frecuentándolo me voy a ver obligado a señalarlo a las autoridades suizas.

– Sólo hemos tomado un par de cervezas juntos.

– Es más que suficiente. El tiempo de una cerveza le bastaría a ese monstruo para desatar un motín en el Vaticano.

– A mí me parece inofensivo.

– Cuando era Primer Ministro mandó amputar el clítoris a cien mil mujeres. No le quedó fama de feminista, créame.

– Hoy vi a una golpeándolo en la calle.

– Pura justicia. No se junte con él si quiere quedarse en el país.

– No se preocupe, ya me expulsaron.

– ¿Va a Trípoli?

– No sé. Más bien París, o Madrid.

– ¿Puedo verlo esta noche?

– Si quiere… No tengo quién me pague la cena.

– Lo espero a las ocho y media en el reservado del Chien qui Boite.

En la vidriera del restaurante había tres cangrejos que caminaban sobre un piso de algas. Un gato los miraba a través del vidrio y de vez en cuando se lamía una pata, como si se tomara su tiempo. Lauri empujó la puerta del reservado y vio a Patik que tosía en medio de una aureola de humo azulado. Ni bien terminó de entrar, un negro lo levantó de la cintura y lo sentó sobre una mesa con los cubiertos preparados. Sin darle tiempo a protestar, el hombre le estrujó la ropa y volvió a ponerlo en el suelo mientras hacía un gesto negativo en dirección de Patik. El gordo se levantó, tiró una bocanada del cigarro y le tendió la mano.

– Disculpe. Este es un lugar honorable y tenemos que asegurarnos de que lo siga siendo. No se preocupe por él -señaló al que acababa de revisarlo-, es sordo como una tapia.

Se sentaron y el guardaespaldas apretó un botón de llamada. Un jarrón con flores colocado en el centro de la mesa los obligaba a torcer el cuello para verse las caras. El maítre tocó a la puerta y entró con una fuente de ostras adornadas con rodajas de limón. Enseguida llegó un camarero con una botella de vino blanco en un balde de hielo y dos platitos con manteca decorada. Patik extendió los brazos hasta dejar a la vista los puños de la camisa abrochados con gemelos de oro, y tomó los cubiertos como si atrapara mariposas por las alas.

– Así que intrigando con Quomo, ¿eh? -dijo, y chupó el jugo de una ostra. El sordomudo le seguía los movimientos con admiración.

Lauri empezó a imitar los gestos de Patik con un tiempo de retraso.

– Le repito que apenas lo conozco.

– Justamente, Si lo conociera ya se habría alejado de él o lo hubiera apuñalado mientras duerme.

– Si lo odia tanto, ¿por qué fue a batearlo la otra noche?

Patik hizo un gesto desdeñoso al tiempo que colocaba una ostra sobre el pan.

– Lo encontré borracho. Es la única manera de acercársele. Hacía años que no lo veía y tenía una propuesta para hacerle. Pero es terco como una mula.

Lauri se inclinó para verlo al otro lado del florero. Tenía la cara opaca como un pizarrón. En la solapa llevaba un prendedor finito tocado por una perla.

– Yo diría que está bastante castigado -opinó Lauri por decir algo.

– Todavía vive, y eso es mucho decir. En Bongwutsi lo fusilaron y ahí anda, como si nada. Se escapó cuatro veces de la cárcel y cuando los rusos le hicieron un proceso por trotskismo fueron los jueces, los que terminaron en la cárcel. Entonces cometió el error de confiar en ellos. ¿Sabe lo que hizo ni bien tomó el poder? Convocó al Emperador y su familia y les anunció que había llegado la hora del proletariado. Yo miraba a esos zaparrastrosos por la ventana y tuve que contenerme para no soltar la risa. ¡Proletariado! Ese rejunte de rufianes analfabetos le tiene más miedo al comunismo que yo al cáncer. Pero entonces había que callarse la boca porque esos imbéciles se creían la reencarnación del Che Guevara. Usted también es de los que creen que murió como un héroe, ¿verdad?

– Digamos que eligió una manera digna para terminar sus días. I

– Pobre infeliz, lo dejaron solo en Haití, muerto de hambre…

– Bolivia.

– Eso. Yo lo respeto, no crea. El tipo murió por sus ideas, ¡pero las imitaciones…! Eso es como la historia del Rolls, ¿manejó alguna vez un Rolls Royce?

– Nunca.

Ahí está. En este mundo la abundancia de comunistas esta en relación con la escasez de Rolls. Alcánceme la botella.

Lauri llenó la copa. El gordo hizo un esfuerzo para arrancar la última ostra sin ensuciarse la camisa y salió airoso. El camarero se precipitó a cambiar los platos y las migas con un cepillo. El maitre acomodó las flores y puso sobre la mesa un pato deshuesado con salsa de crema. Patik señaló una cosecha de tinto e hizo un gesto que se llevaran el balde del hielo. ¿Sabe lo primero que hicieron los rusos cuando Quomo tomó el poder? Le regalaron un Rolls que después resultó falso.

– ¿Cuándo lo descubrieron?

– Mucho más tarde, cuando llevó de picnic al embajador británico con su esposa y el coche se descompuso en plena selva. Hacia un calor de mil demonios y Quomo empezó a reprocharle al embajador la propaganda capitalista en torno a la infalibilidad del Rolls. El inglés estaba colorado de vergüenza y se deshizo en excusas hasta que levantaron el capó y encontraron que el coche tenía un motor Lada de lo más ordinario. Estuvieron tres días comiendo frutas silvestres y tomando jugo de coco hasta que los avistaron desde un helicóptero. Encima la mujer del embajador estaba con la menstruación y las picaduras de los insectos la habían afiebrado hasta el delirio, cuando volvieron a la capital Quomo estaba loco de ira humillación y ordenó que devolvieran el falso Rolls a los soviéticos con una carga de trotyl en el sistema de encendido, de manera que los rusos tuvieron media docena de bajas y se quedaron con la sangre en el ojo. Unos días después lo citaron al Kremlin con la excusa de entregar un auto de los buenos y un millón de rublos para el desarrollo de la agricultura. Fue ahí que le hicieron juicio ir trotskismo. Pero, claro, lo dejaron hablar y toda la corte fue a parar a Siberia.

– ¿Y usted qué hacía en ese tiempo?

– Yo estaba casado con la hija del Emperador, así que o se animó a tocarme. Cuando empezaron a llegar los asesores soviéticos las cosas se pusieron feas para la gente que tenía tierras, pero se puso peor para los comunistas. Los ingleses y los franceses protestaban, pero el Emperador los convenció de que antes de echar a los rusos había que dejar que acabaran con los marxistas. Ahí teníamos prochinos, trotskistas, albaneses, socialdemócratas, nacionalistas, tribalistas, de manera que los soviéticos pusieron un poco de orden, y Quomo se fue metiendo la soga al cuello con sus llamados a incendiar el país en nombre del leninismo. Para colmo hizo la reforma agraria en la estación de las lluvias y la cosecha de café se pudrió completa y el algodón llegó mojado a Europa.

– En toda revolución se cometen errores -dijo Lauri y empujó el último bocado con un trago de vino.

– Es que la revolución es en sí misma un error, señor mío. Felizmente los ingleses y los americanos se pusieron de acuerdo con los rusos y una noche organizaron una operación comando para liquidarlo de una vez por todas. Se lo llevaron al medio de la selva para fusilarlo, pero cometieron el error de dejarlo grabar un mensaje de despedida que se copió de una carta del Che. Su fuerte es la tosudez, no la imaginación.

– Yo me había hecho otra idea…

– Cuidado. Si usted va a enfrentar a los ingleses no haga acuerdos con ese hombre. Avise a su gobierno. Fíjese que antes de que lo fusilaran, cuando lo largaron en un descampado y empezaron a preparar las armas, se puso a hablar, a gritar viva el socialismo, viva el proletariado y todas esas estupideces y no había manera de pararlo. Cantaba la Internacional y no podían bajarle el brazo para atárselo a la espalda, de modo que el oficial ruso, que era un sentimental, se negó a dar la voz de fuego. Así estuvieron tres días y tres noches, esperando a que se callara, que cambiara de discurso, que pidiera por Dios, o por su madre, algo que permitiera fusilarlo sin remordimientos y sin riesgo de que pasara a la historia. El oficial contó después, cuando le formaron tribunal militar en Kabul, que parecía tan sincero como el propio Lenin, y que lodos tuvieron la impresión de que se estaban equivocando de persona, así que llamaron al Kremlin para consultar, pero nadie quiso hacerse responsable. Durante todo ese tiempo Quomo estuvo gritando cosas como viva la resistencia popular, comunismo o muerte, arriba los explotados del mundo, y al cuarto día empezó con las marchas rojas de Vietnam y Corea. Cuando se quedaba dormido no había argumentos para convencer a los soldados de que dispararan contra un tipo que hablaba en sueños y contaba historias de resistencia, y gestas populares. Ya ve, también los rusos tienen su lado romántico y vaya uno a saber lo que les enseñan en la escuela.

– Lo dejaron escapar.

– Lo abandonaron en la selva, que era como darlo por muerto sin tener cargo de conciencia. Después, cuando Quomo reapareció en Europa, el oficial ruso que incumplió la orden de fusilarlo fue ejecutado en Afganistán por alta traición con retroactividad.

– Yo lo dejé esta tarde en una cervecería conversando con una chica.

– ¿Árabe?

– Más bien punk.

– ¿Usted va a Trípoli vía París?

– Yo voy adonde me dejen entrar.

– Mitterrand está obligado con los ingleses, por ese lado no puedo prometerle nada. Ahora, si ustedes van a abrir otro frente en Bongwutsi, con Kadafi, eso lo podemos charlar.

– ¿Qué frente?

– Vamos, para ustedes la única salida es distraer a los británicos en África. Si Quomo ataca allá, van a tener que dividir la flota entre las Falkland y Bongwutsi. Lo que yo necesito saber es si Kadafi está dispuesto a conversar con los moderados. Me imagino que no piensa dejar los intereses del Islam en manos de un irresponsable como Quomo.

– ¿Qué moderados?

– Mis amigos y yo, los que queremos una revolución blanca y civilizada. Póngame en contacto con la gente del coronel; por ahora no pretendo que me reciba personalmente, pero quiero hablar. El va a necesitar un tiempito de terror con Quomo, se entiende, pero después tendrá que contemporizar con los aliados. Ahí entro yo. Podemos hacerlo sin enfrentamientos, sin roces, con un acuerdo previo. Todo lo que nosotros queremos es negociar un acercamiento. Avísele. Por supuesto, nada es gratis. Usted dirá.

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