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Quomo, Chemir y Lauri subieron al techo de la locomotora ni bien distinguieron los primeros suburbios alumbrados a kerosén. Chemir, con el corazón apretado por la dicha del regreso, se puso a lagrimear. Lauri pensó en sus compañeros y entonó Volver a media voz, apoyándose en la escalera, mientras Quomo observaba las colinas con los prismáticos del maquinista, El tren cambió de vía y se dirigió hacia una playa donde había una fila de vagones abandonados y dos máquinas en reparación. Un chico desnudo y panzón cruzó delante de la locomotora seguido por un perro rengo. Más allá de la estación Quomo distinguió las sombras del lago y algunas barcazas que flotaban a la deriva. Al ver que el bulevar estaba a oscuras temió una emboscada y corrió sobre los techos gritando hasta que los monos se levantaron, furiosos, y empezaron a destrozar los vagones.

Los primeros gorilas saltaron a tierra cuando la máquina entró en la estación dando pitazos y arrastrando las ruedas bloqueadas por los frenos. El rubio iba al frente haciendo sonar el timbre, corriendo por el andén desierto mientras otros volteaban la cerca de alambre y ganaban la calle. Quomo se arrojó sobre una pila de durmientes y Lauri fue detrás de él dando gritos. El sultán cayó de rodillas en el último vagón e invocó la protección de Alá y la gloria del coronel Kadafi, que por teléfono le había ordenado ocupar en su nombre la embajada de los Estados Unidos. Chemir se deslizó por la caldera de la locomotora y cayó lastimosamente a los pies de los ferroviarios que corrían a ponerse a salvo. Los monos invadieron la explanada de carga y empezaron a dar vuelta los camiones y los carros repletos de mercadería. De pronto, en el cielo estalló una bengala amarilla y luego una estrella blanca, y enseguida miles de petardos rojos y azules, hasta que la ciudad se encendió como si fuera mediodía y por las bocacalles llegó un calor de horno y un ruido de tambores: los primeros harapientos aparecieron blandiendo palos, hachas y machetes, y Quomo trepó hasta lo más alto de un farol vociferando, con las venas hinchadas, mientras señalaba con un brazo las torres del palacio imperial.

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