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La claridad de la luna recortaba los picos de las montañas e insinuaba los contornos de los bosques. El Boeing volaba a tres mil metros cuando el sultán indicó la proximidad del Kilimanjaro. Quomo lo situó en el radar y giró el timón a la izquierda. Lauri aplastó la cara contra una ventanilla y la cumbre nevada le pareció un gigantesco helado de crema. Un rayo cayó sobre las montañas más bajas. El Katar no se llevaba bien con la computadora, y al caer la noche cerrada habían perdido el curso del Nilo. También él se había quedado absorto con el espectáculo y despertó a Chemir para que no se lo perdiera.

– La otra vez nos estrellamos cerca de ahí -dijo el rengo mientras se despabilaba.

– ¿También vinieron en avión? -preguntó Lauri.

– Con un Cessna chico. Había que bajar por todas partes a cargar combustible. Cuando pasábamos por acá se plantó una turbina y caímos sobre un cafetal. Estuvimos tres meses en la selva.

– Dos -dijo Quomo-; hasta que nos encontró un helicóptero cubano.

– A mí se me hizo más largo -dijo Chemir-. Cuando llegamos, los chinos habían copado la revolución.

– ¿Cómo remontaron eso? -preguntó El Katar.

– Los cubanos nos dieron una mano con la gente que tenían en Angola -dijo Quomo-. En ese tiempo los yanquis apoyaban a los maoístas que nos querían meter la Revolución Cultural a garrotazos. Les leían el Libro Rojo a los campesinos, pero lo que para ellos es una cosa, para nosotros es otra, y había que discutir cada palabra para saber si quería decir lo que parecía que decía. Eso los desacreditó mucho y les dimos una paliza inolvidable en el norte.

– ¿Usted estuvo en China? -preguntó Lauri.

– Seis meses -dijo Quomo.

– Yo fui embajador en Pekín -dijo el sultán-. ¿Qué hacía usted allí?

– Me entrenaba en la Revolución Cultural.

– Acaba de decir que la combatió en Bongwutsi.

– Pero primero aprendí cómo hacerla, en Shangai.

– Usted es desconcertante -dijo el sultán.

– Tal vez. Fíjese si ya retomamos el Nilo.

– No doy pie con bola con la computadora.

– Vea eso usted, Lauri.

El argentino hizo un gesto al sultán para que le hiciera lugar y se agachó frente a la pantalla.

– Si acabamos de pasar el Kilimanjaro tenemos que estar en Tanzania. ¿Cuál es la posición de Bongwutsi respecto de Dar-es-Salaam?

– Unos dos mil trescientos kilómetros al suroeste.

– Acá está la coordenada. No es tan difícil, agregue tres grados y seis minutos.

– Si lo hubiéramos tenido a usted la otra vez, el Cessna no se nos venía abajo, ni los rusos me fusilaban tan fácilmente.

– Al fin me reconoce algo. Olvídese del Nilo. En un rato más vamos a estar sobre el lago Tanganica.

– Ahí ya me ubico -dijo Quomo-. Tengan preparados los morteros y las granadas frente a las puertas de emergencia.

– ¿Seguimos bajando? -preguntó El Katar.

– Hasta doscientos metros. Ajústense los cinturones porque vamos a volar a ras del agua.

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