– Ya le dije: es largo de contar. Brinde por mí y vuelva a la civilización.
La muchacha miró el dinero y calculó que había de sobra para un billete a Copenhague.
– Usted es un espía o algo así, ¿no es cierto?
El cónsul ya estaba de pie y se acercó a besarla en una mejilla.
– A su lado me estaba sintiendo James Bond.
Le temblaban los labios mientras iba hacia la escalera de servicio. Cuando pasó junto a la rubia, el paralítico estiró un brazo e intentó agarrarlo del saco mientras gritaba:
– ¡Ahí está! ¡Policía! ¡Ese es el falsificador de Moscú!