– ¿Sigues ahí, Joe?
– ¿No estarás de coña?
– En absoluto.
– ¿Es real?
Michael oyó el pitido de un microondas.
– Totalmente. Ah, por cierto, ¿te he mencionado que fui yo quien hizo el descubrimiento?
Hubo un sonido seco. Parecía que Gillespie había dejado el auricular sobre la encimera. Michael logró distinguir unos gritos de júbilo a pesar de la estática.
– ¡Dios mío, esto es fabuloso! -dijo cuando volvió a recoger el auricular-. ¿Has hecho fotos?
– Sí, y voy a hacer más…
– Michael, te lo prometo, si esto es real…
– Lo es -le aseguró él-. Vi a la chica con mis propios ojos.
– Pues entonces, con eso vamos a ganar el National Magazine Award. Podríamos triplicar nuestra base de suscriptores si sabemos manejar esto bien, y tú puede que aparezcas en la tele, tal vez incluso en 60 Minutes. Podrías firmar un contrato para un libro y tal vez venderías los derechos al cine.
La conversación se prolongó otro par de minutos, durante los cuales la recepción fallaba de forma esporádica y a cada interrupción Michael debía esperar pacientemente a recuperar la línea. Cuando esto sucedió pudo explicarle que el teléfono sólo estaba operativo durante ciertas horas del día y que alguien más deseaba usarlo. Se iba a caer redondo si no conseguía llegar al comedor, y se todos modos, el editor tenía pinta de necesitar un buen copazo.
Nada más llegar al comedor se llenó el plato de chili con carne aún humeante y pan de maíz; luego se sentó con Charlotte Barnes, que asintió con gesto de aprobación al ver el plato a rebosar y dijo:
– Convendría que luego probaras el pastel de cereza.
– Pues me parece que voy a poder -repuso él, atacando por fin la comida- Oye, no he visto a Darryl en todo el día. No estará de morros todavía porque no le has dejado bucear hoy, ¿verdad?
– No, creo que lo ha superado enseguida, pero se ha pasado las horas encerrado en el laboratorio.
El periodista tomó un gran trozo de pan y lo untó bien con chili antes de metérselo en la boca. Charlotte le advirtió:
– Quiero que tu temperatura corporal aumente, de veras que sí, pero por favor, no me obligues a tener que hacer la maniobra de Heimlich. [14] ¡Eso es realmente asqueroso!
Michael empezó a engullir más despacio y cuando hubo terminado de masticar y de tragar, dijo con tono de aparente despreocupación:
– Bueno, ¿has oído hablar de la inmersión de hoy?
No estaba seguro de si Murphy la había incluido todavía en el círculo de personas informadas y no quería soltar prenda en caso contrario.
Charlotte tomó un sorbo de café al tiempo que asentía.
– Murphy creyó que debía estar al tanto de… todo, en mi condición de jefe médico de la base.
– Me alegra que lo haya hecho -admitió Michael, aliviado-, pero dudo que puedas hacer mucho por ella.
– La tipa del témpano no le preocupaba lo más mínimo, le inquietabas tú -replicó Charlotte-. Temió que quisieras hablarme del tema y yo pensara que se te habían aflojado todos los tornillos de la sesera.
– Pero estoy cuerdo, ¿no?
Charlotte se encogió de hombros.
– Aún es pronto para decirlo, pero ¿sigues pensando que ahí dentro hay dos personas, una junto a otra?
– No sabría responderte con seguridad. Podría ser la capa de la mujer, o tal vez alguna clase de sombra u oclusión en el hielo. Hemos dejado un buen trozo de témpano en la parte posterior, sólo para estar seguros de que la sacábamos entera, así que al final vamos a enterarnos de un modo u otro cuando Betty y Tina se hayan desecho de lo que sobra.
Michael alzó la vista y vio cómo aparecía una mano detrás de su interlocutora y le saludaba de forma enérgica. Se ladeó y echó un vistazo: era Darryl abriéndose camino hacia ellos con una bandeja en la otra mano. El biólogo se dejó caer junto a Charlotte y dijo a Michael en tono conspirativo:
– Felicidades. Acabo de visitar a la Bella Durmiente en el almacén de muestras y estoy en condiciones de informarte de que ella descansa pacíficamente. -El interpelado se sintió incómodo, no sólo por la hilaridad, sino por la noción misma de que estuviera dormida. No se sacaba de la cabeza que precisamente eso era lo que pensaban los padres de Kristin, que su hija estaba dormida-. Pero ya sabes que en cuanto Betty y Tina hayan terminado su tarea de cortar el hielo el mejor sitio para preservar el espécimen es el laboratorio de biología marina -agregó con una indiferencia tan impostada que habría jurado que había cavilado mucho a ese respecto.
– ¿Por qué? -inquirió Michael.
Darryl se encogió de hombros muy a la ligera otra vez. Demasiado.
– Necesita descongelarse muy despacio y lo ideal sería que sucediera en agua marina. Podría sufrir algún daño o incluso desintegrarse. Podría vaciar el tanque del acuario y retirar las particiones. Al fin y al cabo, el bacalao antártico ni siquiera es un proyecto mío. Entonces sí podríamos meter todo el bloque de hielo, o bueno, lo que quede de él en un baño frío para que fuera derritiéndose lentamente, bajo condiciones controladas en el laboratorio.
Michael miró a Charlotte en busca de una opinión experta. Después de todo, al menos era doctora, una científica, pero ella resultó estar tan perdida como él mismo.
– De todos modos, ¿por qué me preguntas a mí? -contestó Michael al final-. ¿No debería decidirlo todo Murphy O´Connor?
– Él lleva este sitio, nada más, y por lo general intenta escurrir el bulto en todos los asuntos científicos. Además, te guste o no, tú eres el Príncipe Azul en el escenario de esta obra -repuso Darryl mientras alzaba un tenedor rebosante de espaguetis-. ¿Cómo piensas hacer que vuelva? ¿Con un beso?
A Michael le resultaba difícil verse en el papel de Príncipe Azul, ni en ese ni en ningún otro escenario, pero estaba empezando a tomar consciencia de que si alguien iba a proteger los intereses de la Bella Durmiente, fueran éstos cuales fuesen, ése iba a ser él.
– Si crees que es lo mejor, también yo, supongo -replicó el periodista.
El pelirrojo pareció muy complacido consigo mismo mientras luchaba por sorber un espagueti que le colgaba del labio.
– Buena decisión -dijo mientras al fin conseguía tragárselo-, sobre todo a la vista de lo que voy a enseñaros después de la cena. -Michael y Charlotte intercambiaron una mirada-. Todavía no se lo ha dicho a nadie -agregó-, y no estoy muy seguro de que revelarlo entre en mis planes. Ya veremos.
Una vez que había generado suficiente sensación de misterio, sólo debían esperar a que el biólogo diera buena cuenta de su comida. Michael se sirvió una ración de tarta de cerezas, al igual que la doctora, quien además tomó a continuación un capuchino descafeinado.
– De aquí a seis meses van a tener que fletar un avión de carga sólo para llevar de vuelta a la civilización mi gordo culo -sentenció, al volcar todo el sobre de azúcar en la taza.
Más tarde, en el laboratorio de biología marina, Darryl fue de un lado para otro guardando cosas mientras sus amigos se quitaban los abrigos y los guantes, pues debían protegerse bien de los elementos incluso en los trayectos cortos de un módulo a otro. Bastaban treinta segundos de exposición en el exterior para que se cortara la piel.
El biólogo arrastró dos asientos más junto a la encimera donde descansaban un microscopio binocular y un monitor de vídeo.
– Debo decir algo a favor de la NFS: no escatiman en medios. Por ejemplo, el microscopio es un Olympus modelo Cx con ajuste de distancia interpupilar y tecnología de fibra óptica. El monitor de vídeo tiene más de quinientas líneas de resolución horizontal. -Contempló el material con verdadero afecto-. Ya habría querido yo un equipo como éste en casa.
Charlotte apenas lograba contener los bostezos cuando intercambió una mirada de complicidad con Michael. Darryl debió percatarse, pues de pronto sacó una botella de vino y la puso delante de ellos con un gesto de prestidigitador. El tapón de corcho sobresalía de la boca del envase.