Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– Quizá tenga a bien hacer los honores, doctora Barnes.

– No esperarás que vayamos a bebernos eso de ahí…

– No después de que veas lo que yo ya he visto.

Él le hizo entrega de una pipeta limpia con un floreo y le dijo:

– ¿Me harías el favor de extraer unas gotas del líquido de esta botella?

Tanto Michael como Charlotte arrugaron la nariz ante el hedor procedente de la misma, pero aun así, la doctora cumplió con la petición.

– Ahora, deja caer una gota sobre el extremo de esta lámina portaobjetos.

En cuanto ella soltó una gota del viscoso fluido en la lámina, puso otra encima, dejando una mancha de fuerte color púrpura, más gruesa en un extremo y más delgada en el otro. Entonces, tomó un dosificador y dejó caer varias gotas de alcohol sobre la misma.

– Por si te lo preguntas, estamos realizando un frotis. -Levantó la vista y buscó con los ojos a Charlotte-. ¿Te acuerdas de las prácticas en la facultad de medicina?

– Pues no ha llovido ni nada desde entonces -repuso ella.

El biólogo continuó describiendo el proceso mientras secaba el frotis y lo fijaba con alcohol antes de aplicar la tinción de Giemsa.

– Muchos rasgos serían imposibles de apreciar sin la coloración -explicó.

– ¿Rasgos de qué…? -inquirió la doctora con una detectable irritación en la voz-. ¿De uva merlot? ¿De cabernet sauvignon?

– Ya lo verás -contestó Hirsch.

Incluso Michael comenzó a impacientarse. Había sido un día muy largo y la muñeca aún le dolía a causa de la filtración. Todo cuanto quería era meterse en la cama debajo de las sábanas y las mantas. Necesitaba tiempo para procesar lo que había hecho y visto, y era consciente de que iba a terminar por establecer conexiones un tanto morbosas entre Kristin, tendida en un hospital, y la llamada Bella Durmiente, y no iba a poder evitarlo a pesar de saberlo. Tal vez sólo necesitaba ocho horas seguidas en la cama.

Pero el pelirrojo seguía dale que te pego sobre frotis, tinciones y una cosa más llamada bálsamo de Canadá para no se sabe qué montaje. Al final, Michael se vio obligado a interrumpir:

– Vale, Darryl, corta el rollo con tanto galimatías. ¿Está listo o no?

– En realidad, no. Deberíamos dejar pasar toda la noche si nos atuviéramos al manual.

– Por mí, vale. Volveremos mañana -replicó, e hizo ademán de levantarse.

– No, no, espera.

El biólogo colocó el portaobjetos bajo el microscopio y lo examinó él mismo para realizar un par de ajustes en el foco. Luego, retiró la cabeza del binocular e invitó a Charlotte a que le echara un vistazo. Ella se acercó con cierta prevención y agachó la cabeza. Entonces, se quedó muy quieta.

Darryl pareció muy satisfecho ante esa reacción.

La doctora movió un par de veces la rueda de ajuste del foco y finalmente se incorporó con la perplejidad escrita en el semblante.

– Si no supiera bien… -empezó, pero el biólogo le tapó la boca con la mano a fin de hacerla callar.

– Deja que Michael le eche un vistazo antes.

El periodista se colocó en el asiento central y miró a través del microscopio binocular. Vio un campo rosáceo lleno de partículas moteado por círculos flotando en suspensión. Algunos eran uniformes en forma y tamaño, aunque algo achatados en el centro, como cojines deformados cuando alguien se sienta en ellos muy a menudos; otros eran veteadas y de mayor tamaño, y deformes. Michael no era científico, pero sabía que el líquido no era lo que se suponía.

– Vale, es sangre -concluyó, y levantó la mirada de las lentes-. Has llenado de sangre la botella de vino. ¿Por qué?

– ¡Atención! -exclamó el biólogo, alzando las manos-. Has pasado demasiado tiempo bajo el agua. Yo no he vertido nada en ese envase ni en el portaobjetos. Ése es el motivo de vuestra presencia aquí y de que hayáis hecho vosotros mismos el experimento, para que veáis lo mismo que vi yo. La botella de vino, como tú la llamas, está llena de sangre, y apuesto a que si aparecen otras en ese arcón, también lo estarán. -Ni Michael ni Charlotte supieron qué contestar-. Los círculos perfectos que has visto son eritrocitos, glóbulos rojos. Algunos de los más pequeños son neutrófilos o micrófagos.

– Son una especie de fagocitos, ¿verdad? -le interrumpió Charlotte-. Contienen una sustancia antibacteriana… Devoran bacterias y mueren.

– Exactamente. ¿A que ya vas acordándote de cosas de la facultad?

– Hala, no te pongas en plan sabelotodo.

– Pero la cantidad de neutrófilos es muy superior a la normal -añadió Darryl. Tiró la bomba y esperó a que alguno de los dos saltara de su asiento; como nadie se movió, continuó-: Eso sólo puede significar una cosa: esa sangre estaba contaminada antes de que la envasaran.

– ¿Cómo…? ¿Y para qué…? -inquirió el periodista.

– Así, a bote de pronto, te contestaría que la obtuvieron de alguien muy enfermo o gravemente herido, que tal vez supuraba pus por las heridas, por ejemplo…

Michael comprendió de pronto la razón del olor pútrido de la botella. El «vino» era sólo una antigua etiqueta, pero el contenido era antigua sangre corrompida. Ahora bien, ¿por qué la habían embotellado y transportado en un cofre como si fuera un tesoro?

– Discúlpame, Darryl -intervino Charlotte-, pero el día ha sido muy largo. ¿Qué sugieres…? Insinúas que un barco de sólo Dios sabe qué época transportaba al Polo Sur una carga de sangre en mal estado toda bien guardadita en botellas metidas dentro de arcones, ¿es eso?

– Es muy poco probable que la nave se dirigiera de verdad a la Antártida -repuso él-. Lo más seguro es que se viera desviada de su curso y ¿Quién sabe cuánto tiempo estuvo navegando a la deriva hacia el sur? Además, el hielo se mueve, ya lo sabes.

– Pero ¿por qué? -inquirió Michael-. ¿Qué posible uso podían darle a eso, fueran donde fuesen?

El interpelado se rascó la cabeza, dejando de punta un mechón de pelo rojo.

– Ahí sí me has pillado. La sangre en mal estado no le es de utilidad a nadie, a menos que se use para alguna inoculación experimental.

– ¿A bordo de un barco? -saltó Michael.

– ¿Hace varios siglos? -remachó Charlotte.

Darryl alzó las manos en señal de rendición.

– No me miréis así, chicos. Tampoco yo tengo las respuestas, pero resulta difícil de creer que lo hallado en esa botella, el arcón y el cuerpo, o los cuerpos, no estén relacionados entre sí de algún modo.

– En eso sí voy a darte la razón -convino el reportero-. De lo contrario, sería la coincidencia más sorprendente de la historia marítima.

Su compañera también pareció estar de acuerdo en ese punto.

– Me da en la nariz que merecerá la pena tomar una muestra de sangre a la Bella Durmiente cuando lo permitan las circunstancias.

– ¿Y qué buscas? -quiso saber Michael.

– ¿Una concordancia? -replicó el biólogo, encogiéndose de hombros.

– ¿Y con qué pretendes compararla? ¿Con la sangre infectada de una botella? -saltó Michael, un tanto exasperado al ver que no le entendían-. ¿Pretendes decir que ella estaba guardando su propia sangre en botellas como souvenir?

– ¿O te refieres a otra cosa? -Intervino Charlotte-. ¿Sugieres que tal vez ella mantuviera una reserva de sangre disponible para algún propósito médico extraño?

– A veces, en la ciencia sabes qué buscas y dónde vas a encontrarlo -repuso Darryl, mirando alternativamente a uno y a otro en un intento de calmar las aguas-. Otras no tienes ni idea, pero encuentras una madeja y la sigues hasta ver dónde llega.

– Pues a mí me parece que la cosa va por un camino de lo más raro -respondió Michael, que se había puesto a la defensiva en todo ese asunto.

– Eso no puedo discutírtelo en este momento -admitió Darryl.

Charlotte soltó un suspiro y se dirigió a por el abrigo y los guantes.

– Yo me voy a la cama -concluyó-, y os aconsejo a los dos que hagáis lo mismo.

53
{"b":"195232","o":1}