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Montó unos focos enseguida y los situó alrededor del monolito. Era un día extremadamente frío y gris, y la luz artificial convirtió el sillar helado en un deslumbrante faro.

– Precisamente Betty y yo estábamos hablando… -se aventuró Tina-. Pensábamos que algo tan extraordinario tal vez debería conservarse intacto.

Michael estaba demasiado abstraído en el juego de luces como para responder a esas palabras. ¿De qué forma podría obtenerse la imagen de lo que descansaba dentro del témpano? El juego de luces y sombras, por no mencionar los reflejos del hielo, podían ser la muerte de una instantánea, pero bueno, eso formaba parte del desafío a su capacidad como fotógrafo. Se subió las gafas de sol hasta el gorro de lana para hacer una lectura precisa de la luz incidente.

– ¿No deberíamos ir un poco más despacio y sopesar todo esto con mayor detenimiento?

– ¿Qué hay que considerar? -preguntó el reportero.

– El proceso de extracción de esos cuerpos… Tal vez sean precisos medios de envergadura inexistentes en nuestros laboratorios. Me estoy refiriendo a rayos X o a una resonancia magnética.

– Darryl está convencido de tener todo el equipo y los recursos necesarios -contestó Michael, aunque se tomó un tiempo antes de responder. ¿Y si se estaba precipitando con eso? ¿Y si se infligía un daño que impedía demostrar la autenticidad de un descubrimiento casi milagroso?

– La cuestión no es sacarlos de ahí de una pieza -agregó Tina-. Eso es muy fácil. Lo complicado es conservarlos después.

¿Y si Darryl no sabía lo que se traía entre manos? ¿Y si la Antártida no era básicamente un enorme y gran frigorífico? ¿Qué ocurriría si no podían mantener los cuerpos a temperatura lo bastante baja como para evitar el deterioro posterior a la extracción?

Fueran cuales fuesen las respuestas a esas preguntas, en ese momento debía hacer su trabajo. El hallazgo no era sólo un bombazo para Eco-Travel Magazine, sino que el National Magazine Asward se ganaba con esa clase de reportajes. Debía prestar atención y no meter la pata. Antes de dejarlo correr, Joe Gillespie, su editor, se había lamentado de que hubiera vuelto de su tragedia en la cordillera de las Cascadas sin ninguna fotografía. A veces, Michael sospechaba que lo único que le interesaba a Gillespie era la primicia.

En cuanto hubo elegido el equipo y las cámaras adecuadas Michael tomó unas fotografías del contenido del témpano: primero del hombre, cuyo semblante seguía oculto en su mayor parte, y después de la dama. Era un trabajo peliagudo captar las características del hielo sin que los reflejos y la refracción perjudicasen la instantánea, pero a él le gustaba esa clase de retos. El material de calidad siempre era el más difícil de obtener. Tomó un par de docenas de fotos a las dos glaciólogas cuando volvieron al trabajo a instancias suyas y un par a Ollie cuando hizo acto de presencia para comprobar si las láminas de hielo desprendidas eran o no comestibles.

El viento soplaba con bríos renovados y la verja de metal se estremecía con virulencia a pesar de estar firmemente sujeta al suelo, produciendo un estrépito tal que resultaba difícil hacerse oír y Michael debía hablar a gritos con Tina y Betty para indicarles que se movieran a derecha o a izquierda, buscando la luz o la sombra. No tardó en percibir la incomodidad de ambas. Supuso que las reinas del hielo eran de ese tipo de personas poco aficionadas a ser fotografiadas y no les hacía gracia alguna ser objeto de publicidad.

– Sólo una más con el taladro de mano unos centímetros más arriba -le imploró a Betty, pues la actual posición del aparato ensombrecía el semblante de la Bella Durmiente.

Ella le complació y cambió la mano de posición mientras Michael se apresuraba a recolocar un foco de luz, desplazado por una racha de viento. La iluminación caía de pleno sobre el hielo y él se acercó todavía más a fin de que la instantánea recogiera la mayor cantidad posible de detalles y matices. Nunca se había visto con tanta nitidez el rostro de la joven, ya fuera cosa de los voltios de luz adicionales o fruto del trabajo realizado por Betty a lo largo de la mañana.

La Bella Durmiente tenía la misma expresión que recordaba haber visto durante la segunda inmersión. Le maravillaba pensar que él hubiera creído que podía haber cambiado. ‹Es curioso la de jugarretas que puede gastarte la memoria›, se dijo mientras tomaba otras dos imágenes, pero no le valieron en cuanto se percató de que proyectaba su propia sombra en el plano, por lo que ladeó los hombros y se desplazó unos centímetros hacia un lado, y al encuadrar se dio cuenta de que algo había cambiado. Él tenía muy buen ojo para los detalles, sus profesores de fotografía siempre lo habían dicho, y también los editores, y estaba convencido de que se había operado un cambio en la imagen. Tal vez fuera algo efímero e insignificante, pero existía; volvió a suceder de nuevo cuando se puso en otra posición: las pupilas de la mujer se habían contraído.

Bajó la cámara digital para examinar una tras otra todas las fotografías guardadas en la memoria. Las había tomado desde delante, desde detrás, y desde todos los ángulos. El cambio era ínfimo, pero él seguía convencido de que lo había.

– ¡Te encontré! -oyó decir a Darryl por encima del traqueteo metálico de la cerca metálica-. Tienes una llamada de teléfono… Es una tal Karen. Te está esperando.-El biólogo entró y observó el trabajo de Betty y Tina en el bloque de hielo-. ¡Vaya, cuánto habéis avanzado!

Michael asintió y dijo:

– Que todo se quede como está, vuelvo enseguida.

– No creo que debas dejar encendidos los focos -replicó Betty.

La glacióloga estaba en lo cierto. Michael acomodó la cámara dentro del anorak y antes de dirigirse al módulo de la administración apagó los focos. El témpano pasó de ser una columna refulgente a un sombrío monolito.

CAPÍTULO VEINTIDÓS

11 de diciembre, 15:00 horas

– LO SIENTO -SE DISCULPÓ Karen-. ¿He interrumpido algo importante?

– No, no. Siempre estoy deseando tener noticias tuyas, ya lo sabes. -En realidad, tenía el corazón en un puño cada vez que se sentaba en esa sala para contestar al teléfono por satélite-. ¿Qué ocurre?

Wilde empujó la puerta con el pie hasta dejar cerrado el locutorio; luego, se agachó hacia una silla de ordenador sin brazos laterales.

– Pensé que debía informarte de que Kristin va a abandonar el hospital por si vuelves a telefonear allí.

Le subió la moral por unos instantes. ¿Kristin volvía a casa? Era una noticia estupenda, mas el tono de Karen no era alegre, lo cual le llevó a preguntar:

– ¿Y adónde va?

– A casa.

Volvió a quedarse perplejo. Eso era una buena señal, ¿o no?

– ¿Los doctores creen que ha mejorado lo suficiente como para volver a casa?

– No, en realidad, no, pero papá cree que sí.

Eso le encajaba a la perfección. El señor Nelson no era de los que permitían que ningún profesional le desviase de su camino.

– Papá cree que no están haciendo lo suficiente por ella… Se refiere a la terapia física y todo el rollo ese cognoscitivo… Al final, ha decidido contratar a su propio equipo y llevarlos a casa, donde él pueda controlarlos de cerca.

– ¿Quién va a estar al volante?

– A mí no me mires. Es la gran idea de papá, los demás sólo vamos en el coche.

Eso también le cuadraba con la dinámica de la familia. Sólo Kristin se había negado activamente a dejarse llevar, y aunque Michael no dudaba ni por un momento de cuánto amaba a su hija el señor Nelson, también veía que ese camino, definitivo e irrefutable, le permitía recuperar el control sobre ella por completo.

– ¿Cuándo va a suceder eso?

– Mañana, pero se han pasado toda la semana efectuando los arreglos: cama de hospital, aparatos de ventilación asistida, turnos de enfermeras…

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