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La caravana avanzó muy despacio sobre el hielo y pasaron diez minutos antes de que el periodista atisbara el cobertizo de inmersión, construido en medio de la nada. Una bandera blanquinegra flameaba al viento. La cabaña en sí debía de tener un color rosáceo, similar al del pálido cielo estival, pero no podía apreciarse, pues un par de miembros del personal de la base apilaban la nieve reciente alrededor de la misma para mantenerla a resguardo del viento. De hecho, el suelo descansaba sobre bloques de oba de treinta centímetros o sobre el mismo hielo.

Darryl asomó la cabeza por un lateral del spryte conforme se aproximaban y no dejaba de tamborilear con los dedos en las rodillas, presa del nerviosismo. Debían desvestirse y ponerse los trajes de neopreno dentro de la cabaña de inmersión, pues iban a cocerse vivos en cuanto se hubieran embutido dentro de los mismos a menos que pudieran sumergirse enseguida en el agua, que mantenía la temperatura estable alrededor de un grado bajo cero con independencia de la profundidad.

A juzgar por ese mostacho helado con forma de picaporte que asomaba desde la capucha forrada con piel, daba la impresión de ser Franklin quien les hacía señales con los brazos para que se detuvieran.

– Hace un día estupendo para bucear -saludó, mientras abría de un tirón la insegura puerta del spryte.

El biólogo bajó de un salto y se deslizó por la nieve con Michael pegado a sus talones mientras Franklin empezaba a descargar el equipo colocado en el trineo. Se dirigieron hacia el cobertizo de inmersión, cuyo interior parecía un horno después de haber caminado por el exterior. Había unos calefactores apoyados sobre unos soportes metálicos y grandes repisas acondicionadas para poner el equipo; las cuatro paredes estaban llenas de perchas.

Lo más destacable de todo era el agujero circular de casi dos metros de diámetro situado en el centro del cobertizo, como si de un jacuzzi se tratara. Habían puesto sobre el mismo una rejilla a fin de evitar cualquier accidente o una entrada prematura, pero Michael no pudo controlar la tentación de fijar la mirada en las expectantes aguas de intenso color azul, donde se balanceaban refulgentes bandejas de hielo.

– Hola, troncos -les saludó Calloway, un tipo seco con un pronunciado acento australiano-. Voy a ser vuestro monitor de submarinismo en el día de hoy. -Lawson y los otros le habían soplado a Michael que Calloway no era australiano de verdad, sino que se había hecho pasar por tal de joven para ligar con más facilidad, hacía muchos años, y en el camino no se había logrado desprender del deje-. Ea, poneos en paños menores y manos a la obra, que hay mucho tajo pendiente.

Eso era un eufemismo de órdago. Wilde había buceado muchas veces con anterioridad y estaba familiarizado con el prolongado proceso de equiparse, pero aquello sobrepasaba con mucho todas sus experiencia previas. Bajo la experta supervisión de Calloway, él y Darryl se enfundaron una primera prenda gruesa de polipropileno sobre la cual colocaron un mono de tejido aislante de Polartec Thermal Pro. Los dos amigos se habían puesto los calcetines determinados en el Programa Antártico de Estados Unidos, así como unos escarpines de nailon. Llegados a ese punto, el biólogo guardaba un parecido más que sospechoso con un elfo pelirrojo.

Acto seguido, Calloway les hizo entrega de un traje seco de color púrpura para que se lo pusieran por encima de toda aquella ropa interior.

– ¿A que hace una pizquita de calor? -preguntó Calloway, agitando la solapa abierta de su camisa.

– A lo mejor nos enteramos si lo repite -convino Michael con retranca.

– ¿A que hace una pizquita de calor? -repitió Calloway dócilmente.

Michael se había visto obligado a acostumbrarse a las humoradas inmaduras habituales de Point Adélie, muy frecuentes según su experiencia cuando los hombres se reunían en campamentos remotos.

Lo siguiente fue meterse dentro del traje seco propiamente dicho. Calloway lo sostenía en alto con orgullo, como un modisto en plena exhibición de su último diseño.

– Lo más mejor de la tecnología: TLS, [12] tíos, trilaminado, y de tipo cordura. Tiene tres capas: la exterior de nailon protege del roce, la interior o impermeable, y la situada en medio. Se necesita mucho lastre para descender con un seco de neopreno, pero a medida que bajas, la lámina de neopreno se comprime y pierde flotabilidad. Con los trajes trilaminados, ésta se mantiene estable durante toda la inmersión al no comprimirse el tejido. Es más ligero que un seco de neopreno comprimido.

Michael se puso a forcejear con el traje de marras y le costaba concebir la existencia de algo más ligero que aquella cosa; empezaba a sentirse como el hombre Michelín del anuncio, y eso fue antes de que se pusieran manos a la obra con el que seguramente era el paso más restrictivo de todos: la protección de la cabeza y el rostro.

El falso australiano hurgó en el talego que Franklin le había traído hasta extraer dos capuchas de buceo negras de la marca Henderson: les cubrían todo el rostro, salvo un espacio alrededor de los ojos y de los labios. Una fina tira de neopreno corría por encima de la abertura de la boca. Michael se sintió un ladrón cuando se puso el pasamontañas, y encima de todo eso tuvo que ponerse una capucha de látex. Calloway tuvo que ayudarles para que lograran meter la cabeza y bajar la capucha hasta el comienzo del traje seco anaranjado, donde se adhirió como una ventosa y le convirtió definitivamente en una longaniza embuchada de color naranja.

– ¿No puedes apagar eso? -le pidió Darryl, señalando con el brazo el calentador más cercano-. Voy a morirme.

– Sin problemas, colega. Debí hacerlo antes. -Apagó ambos radiadores-. Estaréis fuera de aquí en cuestión de unos minutejos -añadió a fin de infundirles ánimo a ambos.

Luego les ayudó a enfundarse unos guantes de alpinismo y después, unos guantes secos de caucho. A continuación se pusieron unos pesados arneses, pues un submarinista siempre subiría hacia arriba sin la ayuda de un lastre adecuado. Finalmente, fijó el arnés de los trajes los tanques de acero ScubaPro de dieciocho litros, sin olvidar los reguladores para ajustar la presión del aire de la botella y que el buceador lo respirase por la boquilla. Michael apenas era capaz de moverse.

– ¿Algún último deseo antes de poneros las máscaras faciales? -preguntó Calloway.

– Date prisa -urgió Hirsch con voz entrecortada.

– Recordad, nada de tomároslo con pachorra ahí abajo… Tenéis una hora, nada más.

Se refería tanto a la reserva de aire como la capacidad del cuerpo humano para soportar unas temperaturas tan extremas incluso buceando con un equipo tan completo.

– ¿Habéis bajado ya las trampas y las redes? -preguntó Darryl mientras forcejeaba en su intento de ponerse las aletas de caucho sobre los escarpines.

– Yo mismo las coloqué ahí abajo hará cosa de dos horas. Están atadas a los cabos del agujero de seguridad. Que se os dé bien la pesca.

– Antes de que nos olvidemos, voy a necesitar eso de ahí -observó Michael, e hizo un gesto hacia la cámara submarina que había olvidado encima del revoltijo de sus ropas.

– Aquí la tienes -dijo Calloway, entregándosela-. Si ves alguna sirena, sácale una foto para mí.

Dicho eso, ajustaron las máscaras faciales de la forma más cómoda posible y verificaron el funcionamiento del regulador. Luego, Hirsch dio una palmada en la espalda de Calloway. Mientras Michael deslizaba los pies dentro de las aletas y sujetaba la linterna al cinturón, Darryl levantó la rejilla de seguridad que cubría el agujero de inmersión y cuando su compañero se dio la vuelta, él ya se había sumergido. Calloway palmeó a Michael en la espalda y levantó el pulgar en señal de aprobación. El reportero metió los pies en el agua y se dejó caer para deslizarse y bajar por el agujero.

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[12] Acrónimo de Trilaminate Extra Tenacity.

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