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Y también tomó conciencia de que debía telefonear cuanto antes a la casa de los Nelson, en Tacoma. Deseaba tener noticias de cómo había tenido lugar el traslado y si había el menor indicio de recuperación por parte de Kristin ahora que estaba en su antigua casa. Él sabía a la perfección cuál iba a ser la respuesta, y también que sería Karen quien se la diera, pero aun así, tenía la sensación de que era su deber comprobarlo, y entonces se preguntó cuánto tiempo más iba a prolongarse todo aquello. Hasta donde él sabía de comas y estados vegetativos, Kristin podía seguir así de forma indefinida.

El tío Barney se sonó los mocos ruidosamente con un pañuelo rojo a escasa distancia de él cuando Murphy se puso a contar la historia de una colosal comida que Danzing se había metido entre pecho y espalda.

A continuación, Calloway se puso de pie para detallar una larga y divertida anécdota sobre la vez en que había intentado meter al difunto en un traje estándar de submarinismo. Betty y Tina hablaron de la gran ayuda que les había prestado mientras intentaban descargar unas muestras de hielo en medio de una tormenta furibunda.

Michael escuchó la ventisca que arreciaba y aullaba alrededor de las angostas ventanas y los ondulados muros de metal del módulo donde se hallaban. Podía amainar en una hora o prolongarse durante una semana. Algo sí había aprendido del Polo Sur: carecía de sentido apostar.

Murphy llevó la batuta al rezar un padrenuestro con voz entrecortada después de que hubieron hablado todos los presentes. Tras unos breves momentos de silencio, Franklin se sentó frente al piano de la esquina e interpretó una enardecida versión de Old time rock´n roll, el viejo éxito de Bob Seger, y uno de los temas favoritos de Danzing. Franklin logró darle a la pieza una interpretación llena de vitalidad y fueron muchos los que corearon el estribillo:

-Today´s music ain´t got the same soul. I like that old time rock ´n´ roll. Don´t try to take me to a disco… [15]

Cuando terminaron la canción, el tío Barney anunció que se marchaba a preparar una buena comida de sémola de maíz con carne en honor a Danzing. Lo serviría todo en el comedor.

Estaban saliendo cuando Murphy les hizo señales a Michael y a Lawson para que se acercaran:

– Eh, vosotros, ¿alguien ha visto a Ackerley por alguna parte?

Era muy fácil no percatarse de la presencia del Gnomo en una habitación incluso aunque estuviera presente, pues siempre se comportaba con gran sigilo y retraimiento, pero Michael debió admitir que no recordaba haberle visto.

– Probablemente les estará hablando a sus plantas y habrá perdido la noción del tiempo -replicó Lawson.

O´Connor asintió, dejando claro que pensaba lo mismo, pero dijo:

– ¿Os importaría ir a echar un vistazo y comprobar si está bien? Acabo de intentar hablar con él por el interfono, pero no lo coge.

A Michael le apetecía mucho reunirse con Charlotte y Darryl en el comedor, pues se le había ido el santo al cielo en lo tocante a las comidas tras pasarse el día entero en su cuarto tomando notas para el reportaje. Sin embargo, difícilmente podía negarse.

– No os preocupéis -apuntó Murphy-, os guardaremos algo de cena. -Se volvió hacia Lawson-. Por cierto, ¿cómo está tu pierna? ¿Aguantas bien de pie?

Michael recordó entonces las palabras de Charlotte: a Lawson se le había caído el equipo de esquí sobre el tobillo.

– Está bien, no da muchos problemas. Además, lo que no se usa, se atrofia.

Bill Lawson siempre tenía ese punto de más, ese toque de entrenador gritando consignas en la banda mientras se juega el partido clave de la temporada.

– Quizá prefieras usar bastones de esquí -terció Murphy-. Las rachas de viento alcanzan los ciento treinta kilómetros por hora.

Lawson se mostró de acuerdo, por lo que ambos se vistieron y tomaron unos bastones de la consigna de la oficina, y mientras todo el grupo se dirigía hacia el iluminado comedor, ellos dos se dirigieron en otra dirección, hacia la inhóspita y oscura explanada donde el viento levantaba pequeños ciclones de nieve y hielo y los zarandeaba de un lado para otro como si fueran simple hojarasca. Algunos golpes de aire fueron tan fuertes que Michael acabó estampado contra una pared o valla semienterrada, no logró identificarla, y se vio en la necesidad de esperar a que remitiera un poco la intensidad del vendaval para erguirse y continuar adelante, pero el huracán no cesaba nunca.

Había ocasiones en la Antártida en donde sólo deseabas quietud, paz, una tregua temporal por parte de los elementos, una oportunidad de que todo estuviera en calma para poder respirar hondo y alzar la vista hasta el cielo. El firmamento antártico podía ser realmente hermoso, parecía imposible concebir algo más perfecto siendo como era de un añil prístino, como un cuenco cocido a fuego lento hasta obtener ese esmalte de intenso color azul. Otras veces, como en el momento presente, el brillo de ese cuenco se había difuminado hasta convertirse en un fulgor mortecino tan vasto que resultaba imposible apreciar dónde se hallaban los límites entre aquel continente infinito y el vacío cielo, dónde estaba la frontera entre arriba y abajo.

Los bastones habían sido una gran idea. El periodista llegó a pensar que él no hubiera podido mantenerse en pie si no hubiera sido por ellos y que Lawson, con un tobillo dañado, no habría dejado de dar un traspié tras otro. De hecho, Wilde había tenido la precaución de caminar varios metros por detrás de su compañero, no fuera a caerse hacia atrás, echarse a rodar y le arrollara.

Si un remolino derribaba a alguien mientras andaba sobre una superficie helada, el desdichado no dejaba de rodar como una pelota hasta chocar contra algún obstáculo que al fin le frenaba. Una mañana había visto a un probeta llamado Penske, un meteorólogo, pasar dando vueltas por delante del módulo de administración hasta golpearse con el palo de la bandera, al cual se había agarrado como si le fuera la vida en ello.

De vez en cuando se frotaba los cristales de las gafas con los guantes para retirar los copos de nieve, y por un momento se le ocurrió la humorada de hacer una pequeña fortuna comercializando en el Polo Sur gafas protectoras con un pequeño limpiaparabrisas incorporado.

Tuvo ganas de llamar a Lawson para interesarse por su pierna en más de una ocasión, quería saber si estaba bien o prefería regresar, pero sabía que el viento iba a llevarse sus palabras nada más pronunciarlas y la temperatura era lo bastante baja como para que se le helaran y se partieran los dientes si mantenían la boca abierta demasiado rato.

Pasaron por delante del laboratorio de glaciología, donde Michael echó un vistazo por si veía a Ollie, pero el págalo ya había aprendido a permanecer dentro del cajón de embalaje durante noches como aquélla. También distinguió a su paso el de biología marina y el de climatología hasta que Wilde vio por fin cómo Lawson torcía hacia la izquierda y se encaminaba en dirección a una especie de gran remolque achaparrado al que la herrumbre había tiznado de rojo; descansaba sobre unos bloques de hormigón ligero fijados al permafrost y una luz brillante refulgía a través de los estrechos ventanales.

Lawson se detuvo a frotarse el tobillo dolorido debajo del tosco enrejado de madera que enmarcaba la rampa de subida e hizo señas a Michael de que se acercara. La puerta era una abollada placa metálica llena de rozaduras y cubierta por las desteñidas calcomanías de Phish, un grupo de rock.

Wilde llamó varias veces con el puño y, tras haber avisado de su presencia, empujó la puerta y se coló dentro.

Los cristales de las gafas se le empañaron de inmediato y debió subírselas sobre la frente a fin de poder ver; luego, se echó hacia atrás la capucha, apartó unas gruesas cortinas de plástico y las traspasó, encontrándose con un mar de estanterías y armarios de unos dos metros de altura, casi todos abarrotados de muestras de musgo y líquenes de la zona. En cada balda o en cada mueble era posible ver unos pocos rótulos blancos escritos con trazos delgados e inseguros. Unos tubos fluorescentes parpadeaban en el techo y en algún lugar de aquella impenetrable maraña de estantes sonaban unos bafles de baja calidad, reproduciendo el sonido metálico de guitarras en una interminable sesión de música improvisada.

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[15] La música actual no tiene el mismo sentimiento. A mí me gusta ese rock ´n´ roll de los viejos tiempos. No intentes llevarme a una discoteca.

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