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Dios ayuda a quien se ayuda, y él iba a ayudarse a sí mismo si lograba reunir fuerzas para enganchar a los perros y preparar el trineo. Se tomaría la justicia por su mano. Alzó la copa y apuró las últimas gotas.

A nadie le sorprendió que Wilde fuera el primero en presentarse junto al palo de la bandera, el punto de encuentro de la expedición de búsqueda. Permaneció de pie junto a la motonieve, dando patadas al suelo para evitar que se le congelaran los pies. Alguien había colocado una tela de espumillón alrededor del asta y ahora se había pegado al metal. Michael dudaba que alguien fuera capaz de quitarlo de ahí, de modo que iba a ser Navidad para siempre en Point Adélie.

Alzó la mirada al cielo de un azul espléndido y cegador a pesar de las gafas de sol; tenía el mismo color que los huevos de Pascua que él pintaba de crío. Un ave de apagado plumaje gris pasó por delante de su campo de visión; dio media vuelta y bajó en picado hacia su cabeza. El periodista se agachó deprisa, pero le escuchó gritar de nuevo cuando giraba para efectuar otra pasada. Alzó la mano enguantada al recordar que los pájaros siempre elegían como objetivo el punto más alto de su blanco, pero el pájaro efectuó un nuevo vuelo rasante, y entonces Michael cayó en la cuenta de que no había nido alguno por los alrededores, al menos ninguno a la vista, ni tampoco carroña que el ave pudiera reclamar como propia. Enseguida se ajustó los cristales de las gafas para ver mejor a la gorjeante ave. ¿No sería Ollie por un casual?

Se escuchó un aleteo alrededor de la punta del asta, donde la Vieja Gloria ondeaba sin apenas hacer ruido al ritmo de la fría brisa, que se detuvo en lo alto del módulo de administración. Rebuscó en los bolsillos, donde encontró una barra de granola. Bueno, él sabía que los pájaros no eran especialmente tiquismiquis: comían de todo. Bajo la atenta mirada del ave abrió el envoltorio con cierta dificultad al llevar las manos enguantadas con aquellas enormes manoplas. Al terminar, sostuvo en alto la barrita para permitir que el págalo lo examinara a gusto y luego lo lanzó a unos metros de su posición. Eran aves carroñeras, por lo cual no iba a dejar pasar la ocasión; y así fue: en cuestión de un segundo, el pájaro se lanzó desde el tejado y se precipitó sobre la comida con el pico ya entreabierto. De un par de picotazos rompió la barra en varios trozos y empezó a zampárselos. Michael estudió al págalo con la esperanza de apreciar algún detalle que le permitiera saber si era o no Ollie. El ave se tragó el último trozo y el humano se acuclilló para observarle mejor.

– ¿Eres tú, Ollie? -preguntó.

El ave lo miró con unos negros ojos redondos y brillantes como cuentas, pero no huyó. Michael se quitó un guante pese a ser consciente de que no era lo más inteligente ni lo más sensato cuando se estaba cerca de un págalo omnívoro. El pájaro se acercó dando saltos hasta subirse gentilmente a la palma de la mano y esperar ahí subido.

– ¿Quién me lo iba a decir?

Le habría resultado difícil explicar la razón por la cual se le hizo un nudo en la garganta. Tal vez era la emoción de ver que el pequeño de la nidada había sobrevivido a la tormenta después de todo, o a que era una de las pocas cosas que había sido capaz de tocar para mejorar su destino. En su mente saltó la imagen de Kristin en la cama del hospital y luego en el funeral al que no había podido asistir. Imaginó un ramo de grandes girasoles amarillos alrededor de un ataúd. El ave le correteó por encima de la mano, y él deseó llevar algo más en los bolsillos para poder dárselo. Cuando se bajó, Wilde se incorporó y se disculpó:

– No hay más.

Y le mostró las manos vacías.

El págalo anduvo pavoneándose sobre el terreno circundante y al final abandonó la espera de nueva comida y salió disparado hacia el cielo como un cohete. Su benefactor le vio sobrevolar la zona para luego desaparecer en dirección a la caseta de buceo. Varios pájaros se reunieron con él en el cielo, y Michael se consideró un estúpido al sentirse como un padre, feliz de que su hijo fuera aceptado en el recreo por los demás compañeros de clase.

Entonces oyó un rugido procedente de la explanada de detrás del módulo de administración y enseguida aparecieron Murphy, Lawson y Franklin montados cada uno en una motonieve. A Michael le recordaron a una de esas partidas al mando de un sheriff, en especial cuando se percató de que iban armados: Murphy llevaba un arma en la pistolera y el cañón del rifle de Franklin asomaba por el compartimento de carga.

– Pensé que era una partida de rescate, no un equipo SWAT [17] -comentó el periodista.

El jefe O´Connor le dedicó una mirada de significado inequívoco: «Madura», pero contestó con más suavidad.

– ¿No has estado nunca en los Boy Scout? Uno siempre debe estar preparado. -Tomó un fusil lanzaarpones de su reserva y se lo entregó. Michael notó que Lawson también llevaba uno-. Nos dividiremos en dos grupos cuando lleguemos a Stromviken -anunció Murphy en voz alta para hacerse oír por encima de los motores al ralentí-. Franklin y yo peinaremos el lado de la costa. Bill y tú revisaréis la factoría. Y vigilad vuestros movimientos -dijo antes de bajar el visor del casco-, el año pasado ya perdí a un probeta en una zanja y, la verdad, no me apetece sufrir otra baja más.

Bajó el visor y salió disparado como un loco en medio de un ruido atronador.

Franklin se acomodó sobre su propio vehículo, una motonieve de la marca Arctic Cat, y dijo:

– Mejor será ir en fila de a uno. Así estaréis seguros de que el suelo es firme.

Se puso en marcha y Lawson le siguió. Las motonieves eran máquinas potentes de doscientos cincuenta kilos de peso y un manillar similar a las bicicletas de montaña.

Michael se ajustó bien la capucha al casco y verificó el enorme faro y el antiniebla. Se acomodó en el asiento y le dio al acelerador, haciendo rugir al motor de cuatro tiempos. Las puntas de los esquís se levantaron cuando el tractor oruga se hundió en la nieve y él salió disparado tras la estela de Lawson. Pilotaba una Arctic Cat, una máquina que guardaba poca relación con la que tuvo de crío, una de las primeras Ski-doo de dos tiempos. Podía sentir debajo del cuerpo todos los caballos de potencia de aquel aparato, por no mencionar la resistente suspensión. Él estaba acostumbrado a sentir todos los baches e irregularidades del hielo, pero sobre aquel vehículo era como sobrevolar un paisaje nevado en una alfombra voladora.

Y por mucho que viera mantener la formación en fila india a Murphy, Franklin y Lawson, ése era el peligro: en cualquier momento podía formarse una fisura en el hielo y tragarse entero a cualquiera de ellos. Lawson le había puesto al corriente de la situación con todo lujo de detalles en la Escuela de la nieve, al poco de llegar a la estación científica, y aunque en su posición estaba de más conocer las diferencias entre grietas marginales, radiales, longitudinales, transversales y rimayas, sí valía la pena recordar que las últimas nieves podían haber formado una capa que impidiera detectarlas a simple vista, y no era difícil que se hubiera formado una suerte de puente en la parte de arriba, uno capaz de soportar el paso del primer hombre, pero no el del segundo, momento en que se abría un cañón de heladas paredes azules y cien metros de altura, al fondo de los cuales había un lecho de agua salada congelada donde la temperatura rondaba los cuarenta grados bajo cero. Eran pocos quienes habían caído dentro de una fisura y habían vivido para contarlo, y en todo caso, no de una pieza, pues siempre había que amputar algo.

Michael intentó seguir el trazado de los esquís, lo cual no siempre resultaba posible, pues a veces no eran visibles y otras no dejaban de ser un destello más apagado en alguna zona donde la nieve de la superficie -suavizada por el incesante soplo del viento- estaba más removida.

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[17] Acrónimo de Special Weapons and Tactics (armas y tácticas especiales) usado para designar a un equipo de asalto pesado.

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