Se oyó una ráfaga de estática procedente de la radio que había detrás de su asiento.
– Velocidad del viento, ciento veinte, nor-noroeste -informó una voz lejana-. Las temperaturas alcanzarán de cinco a quince grados bajo cero, y está previsto que suban hasta los… -Hubo una nueva interferencia y después la voz regresó, continuando-… centro de altas presiones moviéndose en dirección suroeste desde la península chilena hacia el mar de Ross.
– Parece que tendremos mañana un respiro -comentó el jefe, haciendo girar la silla y apagando el cacharro-, al menos por parte de este jodido tiempo. -Luego se volvió para enfrentarse a Michael de nuevo con un impreso en la mano-. El informe de la doctora Barnes -comentó poniéndose las gafas para leer en voz alta- dice: ‹La paciente, la señora Eleanor Ames, que se declara ciudadana inglesa de unos veinte años de edad -se detuvo, echando una ojeada a Michael por encima del borde de las gafas-, se encuentra en situación estable, con todas las constantes vitales estabilizadas en este momento. Muestra todavía signos de hipotensión y arritmias recurrentes, junto con una anemia extrema, que le será tratada definitivamente una vez finalicen los análisis de sangre›.
Abatió el papel.
– ¿Tienes idea de cuándo los terminará Hirsch?
– No.
– Que no se te note mucho, pero dale un empujoncito a ver si los remata de una puñetera vez.
– ¿Y no sería más eficaz si lo hicieras tú?
– No quiero levantar más sospechas de las que ya circulan por ahí -repuso Murphy-. Todo lo que él sabe es que debe analizar otra muestra de sangre, así que mejor lo dejamos como está. Y por si no lo has notado, el pelirrojo no se lleva nada bien con las figuras de autoridad.
Se recostó otra vez en el sillón, aún enarbolando el papel.
– De modo que éste es el primer documento oficial, fechado y todo, mira tú, que recoge la existencia de la Bella Durmiente.
– Eleanor Ames -le corrigió Michael.
– Ah, vale, llevas razón, la verdad es que es bastante real ya. -Guardó la hoja dentro de una carpeta de plástico azul con gestos deliberados-. Y en consecuencia, todo lo que suceda de aquí en adelante tendrá que quedar debidamente registrado -comentó-, o por otra parte podemos optar por no generar ningún documento, al menos de momento, y sin que circule ninguna información. En otras palabras, la elección es ésta: o no dejar registros escritos o soltar la boca. ¿Entiendes lo que quiero decir?
El reportero asintió.
– Lo último que necesitamos, lo último en este puto mundo, es tener más gente encima de la que ya se nos va a echar, desde la NSF a cualquier otra agencia a la que se le ocurra declararse competente en este asunto. Me he pasado dos años hasta poder cualificarme para obtener una pensión completa. No me gustaría tenerlos por aquí cumplimentando formularios y haciendo declaraciones. -Hizo un gesto en dirección a una tambaleante pila de papeles y formularios de aspecto oficial en una bandeja de oficina-. ¿Ves esto? Toda esta mierda no es más que jodida rutina. Imagínate qué ocurriría si se hiciera público lo que te he leído.
Michael se lo imaginaba la mar de bien. De hecho, ya se estaba preguntando qué era lo que le iba a decir, y qué no, a su editor, Gillespie, durante su próxima conversación.
– Estando las cosas como están, éste es el motivo de que te pida que te guardes para ti mismo todo lo que puedas. Y ya que estamos en ello, hazme un favor más.
– Haré cuanto esté en mi mano.
– Me gustaría que fueras el contacto, o como quieras llamarle, con la señorita Ames. Échale una mano a Charlotte y mantenme informado de lo que ocurra, qué tal va la paciente, qué hace, qué crees tú que debemos hacer. No me parece necesario decirte que no pienso que haya ocurrido jamás nada parecido a esto, en ningún otro momento y lugar, y no tengo ningún interés particular en difundir por ahí que está aquí a cualquiera que no lo sepa ya. Me gustaría llevar esto con calma, discreción y precaución.
– Pero ¿tu plan consiste en dejarla confinada en la enfermería? -inquirió Michael-. Porque te aseguro que se le va a ir la olla ahí dentro. Al menos a mí me ocurriría seguro.
– Ya veremos, lo que hagamos dependerá de cómo vayan las cosas, y no antes de haber obtenido más información de Darryl y Charlotte.
– ¿Y qué hay de su compañero, el hombre al que ella llama Sinclair? -le urgió el reportero-. Si las predicciones mejoran, ¿podríamos regresar a Stromviken para buscarle?
– Mañana mismo, si el tiempo no lo impide. Entonces a lo mejor podemos organizar una partida de búsqueda. -Lo cierto es que sonó como si no tuviera el más mínimo interés en ello; Wilde sospechaba que guardaba la esperanza de que ese Sinclair, que desde su punto de vista no era más que otro marrón de cuidado, desapareciera sin más-. A lo que me refiero es a que vayamos a cosa por vez -continuó Murphy-. Si asumimos que ella es quien dice que es, y dice que es…
– Me he roto la cabeza para buscarle otra explicación a todo esto -le interrumpió el reportero-. Créeme, lo he intentado de veras.
– Bueno, vale, sigue intentándolo -replicó el jefe O’Connor-, pero si lo asumimos así, y continuando la línea del argumento, pensamos que tienes razón, ¿qué pasaría si ella se contagia de algo procedente de alguien de por aquí, algo para lo que no esté inmunizada?
Michael no había pensado en aquello y se le escapó una exclamación ahogada.
– ¿Te das cuenta? -insistió Murphy, alzando las manos-. Éste es el tipo de cosas que hemos de considerar. Quiero decir, no soy médico, pero diablos, si lo fuera, sabría qué hacer respecto a Ackerley.
Michael también había estado preguntándose sobre este asunto. No se había hecho ningún anuncio de su muerte, y era sólo cuestión de tiempo el que alguien se diera cuenta de que nadie había visto al escurridizo Gnomo durante bastante tiempo.
– ¿Y qué es lo que has hecho con el cuerpo? -le preguntó Michael.
– Está almacenado en frío -repuso Murphy-. Se lo he comunicado a su madre, ya que vive con ella, allí en Wilmington, pero la verdad, estaba tan empanada que no he conseguido hacérselo entender. No he realizado ningún informe oficial, porque es lo segundo que pasa, y teniendo en cuenta que ocurrió tan de seguido a lo de Danzing, ya me puedo dar por contento si no aparece una maldita delegación del FBI a investigar. -Una repentina racha de viento sacudió todo el módulo hasta los bloques de cemento sobre los que se apoyaba-. Por eso le pedí a Lawson que fuera allí y limpiara el laboratorio de botánica, y que intentara proteger aquello en lo que estuviera trabajando.
Parecía una decisión buena, e incluso loable, pero Michael se preguntaba si habría alguien en la base capaz de mantener todas las plantas vivas, especialmente aquellas orquídeas con sus largos y delicados tallos. Todo en la Antártida parecía conspirar contra la supervivencia, contra la vida, y conforme se acercaba el momento de su marcha, sólo podía pensar en aquello, en la única persona que el frío eterno había protegido realmente, acogiéndola en su seno.
– Y no olvides lo que te he dicho sobre esa mujer, la tal Ames -le gritó Murphy-. Trátala con guante blanco en todo momento.
Michael se dejó caer por la enfermería por si ella estaba despierta y consciente. No quería parecer un pretendiente inoportuno, pero al mismo tiempo deseaba desesperadamente conocer su historia. Llevaba a cuestas, en su mochila, sus cuadernos y bolígrafos de reportero y una grabadora del tamaño de una palm. Dudó sobre si llevarse o no su cámara, pero le pareció que era un poco indiscreto y le daba miedo incomodarla. Así que decidió que las fotos podían esperar.
Sin embargo, se dio cuenta de que no había escogido la mejor ocasión. Tocó en la puerta cerrada, a pesar de que la enfermería generalmente estaba abierta de par en par, y escuchó a Charlotte apresurarse en el interior.