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– Me congratula saberlo, señor -repuso el criado mientras miraba de soslayo al resto del grupo.

– Lo que ahora necesitamos es un refrigerio.

– Sin duda, señor -replicó Bentley, sin ofrecerle nada más.

Algo iba mal, y Sinclair lo cazó al vuelo. Sospechaba que sus deudas habían llegado al punto donde el consejo directivo del club había puesto su nombre en la lista de morosos y le habían suspendido sus privilegios de socio.

Las damas estaban demasiado ocupadas deleitándose por el modo en que la luz del crepúsculo iluminaba las pinturas del ventanal del mirador, por lo que permanecían felizmente ajenas al problema, lo cual no podía decirse de Rutherford y Frenchie. Ellos debían de haberse olido la tostada y Rutherford parecía ya dispuestos a escoltarlos a todos de vuelta a su carruaje y llevarlos al Athenaeum, el club del que era miembro.

– ¿Podemos hablar un momento, Bentley? -pidió el teniente mientras llevaba aparte al criado, a quien nada más llegar adonde nadie podía escucharles le preguntó-: Me han puesto en la lista negra, ¿a que sí?

El criado asintió.

– No pasa de ser un simple error contable -repuso el teniente mientras movía la cabeza con pesar-. Lo solucionaré mañana a primera hora.

– Sí, señor, pero hasta entonces he recibido instrucciones…

El teniente Copley alzó una mano y acalló a Bentley de inmediato, luego, se llevó la mano al bolsillo y extrajo un puñado de billetes, eligió unos cuantos y se los entregó.

– Tenga, para mi cuenta… Entrégueselos al señor Witherspoon mañana. ¿Hará eso por mí?

– Sí, señor, por supuesto -respondió el criado sin contar el dinero y ni siquiera mirarlo.

– Buen chico. Ahora, mis compañeros y yo necesitamos una cena fría y unas botellas de champán aún más frías. ¿Podría hacer que nos lo sirvieran en la sala de invitados?

No era la mejor estancia del vetusto y enorme caserón del club, pero sí el único lugar donde estaba autorizada la presencia de mujeres. Bentley respondió que podría arreglarlo y Sinclair regresó junto a sus invitados.

– Por aquí -anunció mientras señalaba a las damas un pequeño corredor que daba acceso a lo que de hecho era un anexo. El club se había visto obligado a ello ante el creciente número de socios.

La habitación estaba desatendida cuando entraron, pero enseguida apareció un criado para descorrer los grandes cortinajes rojos de terciopelo y encender los apliques. En una de las esquinas descansaba un gran hogar de piedra coronado por una cabeza de alce disecada, y delante de la chimenea había una buena colección de sillones de cuero, sofás, y mesas de roble.

Las damas se sentaron en un corrillo debajo del gran candelabro y descansaron los pies sobre una gastada alfombra oriental.

– ¿Pedimos que enciendan la chimenea? -inquirió Sinclair, pero todos los invitados rechazaron la sugerencia.

– ¡Por amor de Dios, no! ¿Acaso no te ha bastado con la calorina que ha hecho todo el día? -saltó Rutherford mientras se sentaba en la silla más próxima a Moira, quien no dejaba de abanicarse los hombros y el cuello con el programa de carreras de Ascot-. Estoy rezando para que llueva de una vez.

El cielo había amenazado con una tormenta durante todo el camino de vuelta desde el hipódromo, pero aún no había caído ni una gota y el propio Sinclair agradecía el frescor de la estancia después de la sofoquina del largo viaje en carruaje.

Dos criados entraron a toda prisa y en un abrir y cerrar de ojos prepararon una mesa redonda para seis comensales con manteles de damasco azafranados, cristalería y un centelleante candelabro de plata. Cuando todo estuvo listo, Bentley asintió con la cabeza en dirección al teniente Copley, sentado entre Eleanor, a su derecha, y Moira, a su izquierda. Completaban el círculo Frenchie y Dolly: ésta lucía una cascada de tirabuzones ahora que se había quitado el sombrero; la hermosa joven no tendría más de veintidós o veintitrés años, pero llevaba una espesa capa de maquillaje a fin de ocultar lo que parecían ser marcas de viruela.

Sinclair alzó su vaso estriado en cuanto estuvo servido el champán.

– Por Canción de ruiseñor, noble yegua y generosa benefactora.

– ¿Por qué sólo compartes conmigo los presentimientos ruinosos? -preguntó Frenchie, haciendo referencia a la pelea de perros, mientras le guiñaba un ojo.

Sinclair rompió a reír.

– Tal vez me haya cambiado la suerte. -repuso, volviéndose ligeramente hacia la señorita Ames.

– En tal caso, por la suerte -brindó el capitán, aburrido de tanta cháchara, y vació su vaso de un trago.

Eleanor sólo había probado el champán una vez antes de aquella ocasión, cuando el alcalde del pueblo había celebrado su elección con los granjeros y comerciantes, pero ella estaba segura de que debía beberse despacio. Inclinó el vaso y se humedeció los labios. Estuvo a punto de estornudar por culpa de la burbujeante espuma fría, de hecho le sorprendió que estuvieran fríos tanto el vaso como el dulce licor, que probó con la punta de la lengua. Bebió un sorbito de champán y observó a través del cristal cómo subían las burbujas. La imagen le recordó los hervores que en ocasiones veía a través de la capa de hielo que cubría el río. Había algo hipnótico en ese borboteo y cuando apartó la mirada de las burbujas, descubrió lo mucho que a Sinclair le divertía su concentración.

– El champán es para beberlo, no para mirarlo -bromeó.

– Eso, eso -voceó Rutherford mientras rellenaba su vaso y el de Moira.

El capitán se inclinó mucho para escanciar y ella se vio obligada a pegar la espalda al respaldo para hacerle espacio, concediéndole una mejor vista de sus encantos.

La realidad había decepcionado a Eleanor: ella se había preguntado a menudo qué habría en el interior de unos clubes tan impresionantes y había imaginado un ambiente mucho más suntuoso, con capas de pintura dorada en los adornos, finos muebles franceses y sillas tapizadas con sedas y satén. Y aunque la estancia era espaciosa y de altos techos con vigas, tenía más aspecto de pabellón de caza que de palacio.

Los criados sirvieron una serie de platos fríos -lengua de ternera, carne de añojo servida con gelatina de menta y galantina de pato al jengibre- bajo la estricta supervisión de Bentley. Los oficiales regalaron los oídos de sus acompañantes femeninas con la narración de las proezas de la brigada. Los tres militares formaban parte del 17º regimiento de lanceros del Duque de Cambridge, formado en 1759, y desde entonces, como declaró el capitán sin dejar de enarbolar un trozo de pato trinchado en el tenedor, «nunca ha estado lejos del fuego de los cañones».

– Y más tiempo metido en los fregados que fuera de ellos -agregó Le Maitre.

– Y así volverá a ser en breve -declaró Sinclair.

La señorita Ames sintió una punzada inesperada de inquietud. La situación en Oriente no dejaba de empeorar. Rusia había declarado la guerra al Imperio Otomano del Sultán Abd-ul-Mejid so pretexto de un conflicto religioso en la ciudad de Jerusalén. Las naves de Nicolás I destruyeron a la flota turca a orillas del mar Negro, en la localidad de Sinop. Como el capitán Rutherford explicó a las damas, «se temía que el oso ruso se pusiera a nadar en el mar Mediterráneo si no se le frenaba en tierra firme». Era preciso atajar de raíz semejante desafío al dominio británico de los mares, universalmente aceptado.

Eleanor apenas se enteró de esa explicación, pues tenía un conocimiento mínimo de lo tocante al extranjero incluso a niveles de geografía, dado que su educación se había limitados a unos pocos años de asistencia a clase de una academia local para señoritas, donde se hacía más énfasis en asuntos relativos a la etiqueta y al porte que en temas intelectuales, pero aun así, era perfectamente capaz de captar la avidez y el entusiasmo con que sus acompañantes masculinos acogían la perspectiva de una batalla. Su bravura le maravillaba. Frenchie había sacado del bolsillo una pitillera de plata con el emblema grabado del 17º de lanceros, una calavera, símbolo de la muerte, encima de dos tibias entrecruzadas con dos palabras inscritas: «O Gloria». La pasaron de una mano a otra y cuando llegó a Eleanor, ella retrocedió por instinto, y luego la cogió para entregársela apresuradamente a Sinclair.

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