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No tardaron en llegar al piso de Mai. Jack paró el coche y apagó el motor. Pero Mai no quería alargar aquella situación más de lo necesario.

– Adiós -dijo sacando las piernas del coche.

– Te llamaré -le prometió él.

– No hace falta.

Jack la vio alejarse con un nudo en el estómago: una niñita arisca con unos zapatos exageradamente altos. Mai introdujo la llave en la cerradura y entró en la portería. No miró atrás.

40

Cuando Lisa regresó de comer, se cruzó al salir del ascensor con Trix, que iba al cuarto de baño a aplicarse otra capa de maquillaje.

– Hola -dijo Trix-. Hay un tipo esperándote.

«Un tipo -pensó Lisa, molesta-. Como mínimo podía haberse enterado de quién era y qué quería.»

Natasha, su secretaria de Femme, habría sometido al desconocido a un intenso interrogatorio hasta saber el apellido de soltera de su abuela antes de concederle una audiencia con Lisa.

Y entonces sucedió.

Lisa entró en la zona de recepción, de camino hacia la oficina, y, sentado en el sofá, vio a la última persona a la que esperaba ver. Oliver.

Lisa chocó contra una pared invisible. Sintió una fuerte conmoción y empezaron a zumbarle los oídos. Lo había visto por última vez el día de Año Nuevo, y hoy era el 13 de julio. Todo el tiempo que llevaban separados se aplastó como un acordeón en menos de un segundo.

– Hola, nena -dijo Oliver con desparpajo.

Lisa se echó a temblar. La asaltaron varios pensamientos a la vez. ¿Qué ropa llevaba? ¿Estaba guapa? ¿Delgada? ¿Por qué había ido Oliver a su oficina? ¿Se había dado cuenta de que Lisa dirigía una revista de tres al cuarto?

– ¿Qué haces aquí? -se oyó preguntar.

Se quedó mirándolo fijamente, sin saber por qué lo encontraba a la vez tan familiar y tan extraño. Estaba paralizada, con un pie delante del otro; haciendo un esfuerzo, juntó las piernas tardíamente y echó los hombros hacia atrás.

– Tenemos que hablar.

Oliver sonrió y al hacerlo emitió destellos por todas partes: los dientes, el pendiente, la gruesa correa plateada de su reloj. Descruzó las piernas y se enderezó. Sus movimientos rebosaban elegancia.

– ¿De qué? -balbució ella.

Él soltó una de sus estruendosas carcajadas, aquellas capaces de romper los cristales de las ventanas.

– ¡De qué! -exclamó, sonriendo sin humor-. ¿A ti qué te parece?

Del divorcio…

– Estoy muy ocupada, Oliver.

– ¿Sigues matándote a trabajar?

– Estoy en la oficina, Oliver. Si quieres que hablemos, llámame a casa.

– Lo haría si tuviera tu número de teléfono.

– Podemos vernos después del trabajo. -Lo mejor que podía hacer era afrontar la realidad.

– Así me gusta… Estoy en el Clarence.

– ¿En el Clarence? Qué lujo.

– He venido a hacer un reportaje.

Lisa se sintió dolida.

– Entonces no has venido expresamente para verme, ¿no?

– Digamos que pasaba por aquí.

Lisa, temblorosa, intentó concentrarse en el trabajo, pero le resultó prácticamente imposible hacerlo: había olvidado el efecto que Oliver ejercía sobre ella.

– ¡Un paquete para ti!

Lisa se sobresaltó cuando Trix dejó caer un sobre acolchado en su mesa. Eran las fotografías de la sesión del sábado, y Lisa había dado en el clavo. Eran estupendas, pero ella apenas podía prestarles atención. Era como si tuviera la visión borrosa. Solo podía pensar en Oliver. Se habían separado con tanta aspereza, con tanta amargura. Él había estado muy desagradable con ella. Había dicho cosas espantosas.

– ¡Ashling! -Lisa hizo un gran esfuerzo para retomar el control de la situación-. Coge esta fotografía… no, esta… -Eligió la que más le gustaba, una en la que Dani posaba con aire taciturno entre Boo y Hairy Dave-. Pídele veinte copias a Niall y envíalas a las marcas más importantes. Ponles una etiqueta que rece: «Colección de otoño de Frieda Kiely. Número de septiembre de Colleen». Supongo que les impresionará -masculló, sin reparar en la expresión de perplejidad de Ashling.

Pasados unos segundos, Lisa se dio cuenta de que Ashling seguía parada junto a su mesa.

– ¿Qué pasa?

– ¿No podríamos…? ¿No crees que…? Boo y Hairy Dave…

– ¿De quién demonios me estás hablando?

– De esos mendigos. Los de la fotografía -aclaró Ashling al ver que Lisa no tenía ni idea de a quién se refería-. ¿No podemos darles algo?

– ¿Como qué?

– No sé… Un regalo, algo… Por prestarse a posar en la fotografía.

En circunstancias normales, Lisa habría mandado a Ashling a paseo y le habría dicho que se controlara, pero estaba demasiado distraída.

– Pregúntaselo a Jack -le espetó-. Ahora, yo estoy demasiado ocupada.

Ashling cogió la fotografía y, nerviosa, llamó a la puerta del despacho de Jack Devine. Cuando él gritó «Pasa!», ¡ella entró, cohibida, y le explicó cuál era su misión.

– Lo hicieron sin poner ninguna objeción, no pidieron nada a cambio, y he pensado que deberíamos mostrarles de algún modo nuestro agradecimiento…

– Muy bien -la interrumpió Jack.

– ¿En serio? -preguntó ella, incrédula. Se había imaginado que Jack se reiría de su propuesta.

– Por supuesto. Sin ellos no habría fotografía. ¿Qué crees que les gustaría?

– Un sitio donde vivir -respondió Ashling, medio en broma.

– No tengo presupuesto para eso -repuso Jack. Lo dijo como si lo lamentara sinceramente-. ¿Se te ocurre otra cosa?

Ashling reflexionó y dijo:

– Dinero, supongo.

– ¿Treinta libras para cada uno? Me temo que no puedo ofrecerles más.

– Fantástico.

No era mucho, pero sin duda más de lo que ella había esperado conseguir. Al menos con aquel dinero Boo y Hairy Dave podrían pagarse un par de comidas calientes.

– Toma. Jack firmó un ticket y añadió-: Dale esto a Bernard.

– Muchas gracias.

Jack miró fijamente a Ashling durante dos o tres largos segundos y dijo:

– De nada.

A las siete en punto, como habían acordado, Lisa entró en el bar del Clarence. Oliver se levantó al verla.

– ¿Qué quieres tomar? ¿Vino blanco?

El vino blanco era la bebida preferida de Lisa, al menos cuando vivía con Oliver. Él no lo había olvidado.

– No -dijo ella con intención de herirlo-. Un cosmopolitas.

– Debí imaginármelo.

Lisa lo miró: corpulento, directo, enérgico, Oliver bromeaba alegremente con los camareros de la barra. ¿Por qué siempre ocupaba más espacio del que en realidad necesitaba? Sintió un ligero mareo: Oliver era tan familiar que ella casi no lo reconocía.

Cuando regresó con las bebidas, él fue directo al grano:

– ¿Ya tienes abogado, nena?

– Bueno…

– Los dos necesitamos un abogado -explicó él con paciencia.

– ¿Para el divorcio?

Lisa intentó adoptar un tono indiferente, pero en realidad era la primera vez que pronunciaba aquella palabra como una probabilidad real.

– Exacto -contestó él con seriedad-. Bueno, ya sabes cómo funciona esto…

En realidad no lo sabía.

– Nuestro matrimonio está irreparablemente roto, pero eso no basta para divorciarse. Necesitamos dar una razón. Si ya lleváramos dos años separados, no sería necesario. Pero como no ha transcurrido ese tiempo, uno de los dos tiene que demandar al otro. Por abandono, conducta irrazonable o adulterio.

– ¡Adulterio! -exclamó Lisa, furiosa. Ella siempre le había sido fiel mientras estuvieron juntos-. Yo jamás…

– Yo tampoco. -Oliver también fue categórico-. Respecto al abandono…

– Oye, fuiste tú el que me dejó a mí. -Se sintió encantada de poder culparlo.

– No me dejaste alternativa, nena. Pero podrías demandarme por eso. El único inconveniente es que para que puedas usar el abandono como causa de divorcio tenemos que llevar dos años separados, y creo que a ambos nos conviene solucionar esto cuanto antes, ¿no? -Le lanzó una mirada inquisitiva y esperó a que Lisa se mostrara de acuerdo con él.

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