Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Lisa, que estaba a punto de salir para ir a comer con Marcus Valentina, intentó tragarse los celos, la pena y el desconcierto. Estaba segura de que el interés que Jack demostraba por ella no era producto de su imaginación. Así que ¿de qué iba? No lo entendía. Tan pronto estaba discutiendo a grito pelado con Mai como se comportaba como si estuviera en el séptimo cielo. ¿Por qué? ¿Por qué? Aquellas preguntas sin respuesta no dejaron de darle vueltas en la cabeza hasta que llegó a Mao.

Diez minutos más tarde llegó Marcus. Alto, atlético, pero… ¡puaj! ¿Cómo podía Ashling…? Lisa esbozó una sonrisa de bienvenida, pero le resultó inusitadamente difícil desenterrar su habitual exceso de encanto.

– Hemos venido a comer, ¿no? -dijo Marcus casi con agresividad al sentarse enfrente de Lisa-. Lo que quiero decir es que me gustaría que disfrutáramos de la comida sin que me insistas todo el rato en que escriba la columna.

– Vale.

Lisa hizo un esfuerzo y sonrió, pero de pronto tenía la moral por los suelos. A veces su trabajo resultaba terriblemente humillante. Tenías que adoptar una actitud asquerosamente avasalladora, y tu piel tenía que ser más dura que la de un rinoceronte.

Se dio cuenta de que no le importaba que Marcus no hiciera la columna. ¿Qué más daba? No era más que una columna para una estúpida revista femenina. Aparte de unos someros comentarios sobre cuánto le gustaba la comida picante, Lisa dejó que la conversación quedara en un lúgubre suspenso.

Paradójicamente, cuanto más apagada estaba ella, más se animaba Marcus, y cuando iban por el segundo plato, Lisa se dia cuenta de lo que estaba pasando. Entonces empezó a sacarle el máximo partido a su reticencia.

– Dime, ¿qué tipo de artículo tenías pensado que escribiera? -preguntó Marcus.

Ella negó con la cabeza y agitó el tenedor.

– Disfruta de la comida.

– De acuerdo. -Pero poco después volvió a abordar el tema-: ¿Qué extensión te gustaría que tuviera?

– Unas mil palabras. Pero olvídalo, de verdad.

– Y ¿te has enterado de si podría distribuirse a otras publicaciones?

– Una de nuestras revistas australianas ha dicho que le encantaría publicarlo. Y también Bloke, nuestra revista masculina de Gran Bretaña. -Entonces entró a matar-: Pero Marcus, si no quieres escribir una columna, no pasa nada. -Sonrió con pesar-. Ya encontraremos a otro. No será tan bueno como tú, pero…

– Dime lo fantástico que soy -dijo él, sonriente-. Si me lo dices, la haré.

Sin inmutarse, Lisa dijo:

– Eres el tipo más gracioso que he visto en los tres últimos años. Tus números son una original mezcla de inocencia y perspicacia. Conectas estupendamente con el público y tienes un sentido del ritmo excelente. Firma aquí. -Sacó un contrato del bolso y se lo pasó.

– Un poco más -dijo él.

– Pese a que tus números tienen reminiscencias de Tony Hancock y… -¡Ostras! No se le ocurría nada más.

– ¿Woody Allen? -sugirió él-. ¿Peter Cook?

– Woody Allen, Peter Cook y Groucho Marx -prosiguió Lisa, sonriéndole con complicidad. Estaba convencida de que Marcus se sabía de memoria cada una de sus críticas-. Tu estilo es sin lugar a dudas vanguardista y modernista.

Confiaba en que Marcus lo encontrara adecuado. Porque si le pedía alguna explicación más de su gracia, lo único que Lisa podría decirle sería: «Tienes cara de bobalicón».

Cuando volvió a la oficina, Lisa se acercó a la mesa de Ashling y, con regocijo malicioso, anunció:

– ¿Sabes qué? Marcus Valentina ha accedido a escribir una columna mensual.

– ¿En serio? -balbuceó Ashling. El lunes por la noche parecía muy poco dispuesto a hacerlo. ¿Acaso no había…?

– Sí -dijo Lisa regodeándose-. Ha accedido.

Cuarenta minutos más tarde, Ashling, que hervía de rabia, se dio cuenta por fin de cuál debía haber sido su respuesta a Lisa. Debería haberle dicho fríamente: «¿Que Marcus va a escribir la columna? Debe de ser por la estupenda mamada que le hice anoche».

¿Por qué aquellas cosas nunca se le ocurrían en el momento adecuado? ¿Por qué siempre se le ocurrían al cabo de varias horas?

37

Marcus llamó por teléfono a Ashling el jueves e inició la conversación diciendo:

– ¿Haces algo el sábado por la noche?

Ella sabía que tenía que fastidiarlo, atormentarlo, tomarle el pelo, hacerse rogar, hacerle sudar.

– No -contestó.

– Estupendo. Te invito a cenar.

A cenar. Un sábado por la noche: qué combinación tan significativa. Significaba que Marcus no estaba enfadado con ella por no haberse acostado con él. También significaba, por supuesto, que más le valía a Ashling acostarse con él esta vez. Brotó en ella la emoción. Y también un poco de ansiedad, pero a esa ya le pegaría un buen mamporro en la cabeza.

Ashling admitió, con cautela, que aquello iba por buen camino. Marcus la trataba muy bien, y pese a que ella sentía la consabida angustia, en realidad no era por nada que hubiera hecho él. Desde la primera vez que vio, a Marcus en el escenario había empezado a producirse una regeneración en el paisaje interno de Ashling. Tras su ruptura con Phelim, había decidido mantenerse alejada de los hombres; le interesaba más recuperarse del disgusto que reemplazar a su novio.

Pero siempre había tenido intención de volver a entrar en el juego en cuanto estuviera en forma. Y la llamada de Marcus le había hecho brotar pequeñas flores de esperanza que le hacían pensar que quizá hubiera llegado ese momento. Por fin salía del estado de hibernación.

Lo más curioso era que hibernando se estaba de maravilla. Una vez despierta, de pronto la asaltaron las preocupaciones respecto a su edad, el tictac de su reloj biológico y la clásica angustia de las treintañeras que seguían solteras. Era el síndrome «¡Mierda! ¡Tengo treinta y uno y aún no me he casado!».

Cuando Joy le preguntó qué iba a hacer el sábado por la noche, Ashling decidió poner a prueba su nueva vida.

– Mi novio me ha invitado a cenar -dijo.

– ¿Tu novio? Ah, te refieres a Marcus Valentina, ¿no? ¿Te ha invitado a cenar?-. Joy estaba celosa-. Conmigo los hombres lo único que quieren hacer es emborracharse. Nunca me llevan a comer. -Hizo una pausa, y Ashling intuyó que su amiga estaba a punto de decir alguna barbaridad-. Lo único que mi novio me mete en la boca -prosiguió Joy con melancolía- es la polla. ¿Te das cuenta de que si Marcus te invita a cenar un sábado por la noche significa que quiere acción? Acción -repitió enfatizando la palabra-. Nada de trucos como el del otro día; ya no podrás utilizar la excusa de que al día siguiente tienes que madrugar para ir al trabajo.

– Ya lo sé. Y ya me ha empezado a crecer el pelo de las piernas.

Ashling sabía exactamente qué iba a ponerse el sábado por la noche. Lo tenía todo pensado, hasta la ropa interior. Todo controlado. Y de pronto le cogió manía al pintalabios. Hacía años que utilizaba el mismo color, y cada vez que se le acababa la barra se compraba otra igual, solo porque le sentaba bien. ¡Qué tontería!

Las mujeres que trabajaban en revistas daban a los pintalabios el mismo trato que a los hombres: cuando uno se terminaba, se compraban otro diferente. Ashling necesitaba un pintalabios nuevo que la redefiniera. Era imprescindible que encontrara el adecuado, y hasta entonces no se sentiría bien.

Pasó toda la mañana del sábado buscándolo con empeño obsesivo, pero ninguno la convenció. Todos eran o demasiado rosas, o demasiado naranjas, o demasiado mates, o demasiado brillantes, o demasiado oscuros, o demasiado claros. Fantaseando con ser otra persona, se probó uno rojo oscuro de vampiresa y se miró en el espejo. No. Era como si llevara catorce horas de juerga y el vino tinto se hubiera solidificado en sus labios. Compuso una sonrisa y vio que parecía el conde Drácula. La dependienta se le acercó y dijo: «Te queda fenomenal».

73
{"b":"115864","o":1}