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Pasó una semana. Y otra, y otra. El ritmo de trabajo seguía frenético. Aunque todo el mundo trabajaba en el número de septiembre, Lisa ya había empezado a preparar los números de octubre, noviembre e incluso diciembre.

– Pero si aún estamos en junio -protestó Trix.

– De hecho, estamos a 3 de julio, y el período de gestación de una revista es de seis meses -replicó Lisa con altivez.

Surgían obstáculos por todas partes. Pese a que habían hecho cientos de llamadas a diversos agentes, Lisa no había conseguido contratar a nadie para la sección «Cartas al famoso». Aquello era terriblemente frustrante, y Lisa pensaba que todo sería diferente si ella siguiera trabajando para Femme. Entonces un hotel de Galway se enteró de que pretendían incluirlos en el artículo sobre los dormitorios sexis y amenazaron con demandarlos.

La moral del personal subió brevemente cuando Carina, una de las colaboradoras, consiguió una entrevista en profundidad con Conal Devlin, un atractivo actor irlandés con pómulos prominentes y barba de tres días. Pero la moral cayó en picado cuando Conal Devlin apareció en el número de julio de Irish Tatler, relatando en una entrevista los abusos sexuales de que había sido víctima en la infancia (lo cual se suponía que le guardaba a Carina en exclusiva).

– ¡Nos han robado la exclusiva! -Lisa estaba furiosa-. ¡Qué cabrón! ¡Cómo se atreve a tratar a mi revista como plato de segunda mesa! -Ahora tendrían que anular el artículo, y además tendrían que reorganizar la página sobre cine, pues en ella hacían una elogiosa crítica de la nueva película del actor-. Ponedla por los suelos -ordenó Lisa-. Decid que es una mierda. Ashling, encárgate tú.

– ¡Pero si ni siquiera he visto la película!

– Y ¿qué?

Todos los logros costaban un gran esfuerzo. Lo único en que todo el mundo estaba de acuerdo era en que Lisa era una jefa durísima. Estaba muy segura de lo que quería. Y tres horas más tarde, cuando tenías un artículo a medio escribir, estaba igual de segura de que no lo quería. Hasta el día siguiente, cuando decidía que lo quería otra vez. Trabajabas como un negro con un artículo, te lo rechazaban y llorabas por él; luego te lo volvían a incluir, te lo volvían a descartar; después te lo cortaban por la mitad y te lo aceptaban. El excelente artículo de Ashling sobre los cosméticos para el cabello fue rechazado, recortado, vuelto a redactar y restituido tantas veces que Ashling lloró cuando Lisa volvió a incluirlo por enésima vez.

– ¿Puedes reescribirlo? -le pidió a Mercedes, sollozando-. Si lo leo una sola vez más, me muero.

– Claro, mujer. Si tú llamas por teléfono a la histérica de Frieda Kiely para hablar de la sesión fotográfica del sábado.

Lisa seguía adelante con la amenaza de repetir el reportaje sobre Frieda Kiely.

– Ashling, Trix y Mercedes, cancelad vuestras citas para el viernes por la noche porque vamos a trabajar el sábado -anunció Lisa-. Necesitamos gente para llevar la ropa, ir a buscar cafés y esas cosas.

Hubo un clamor de protesta, pero no sirvió de nada.

– Es una negrera -se lamentó Ashling una noche cenando en Mao con Marcus-. La tía más mandona que he conocido en mi vida.

– No te reprimas -la animó Marcus mientras le llenaba la copa de vino-. Adelante, desahógate a gusto.

– ¡Uf! -Ashling se pasó la mano por el pelo, desesperada-. Es que es tan prepotente. Por lo visto no le importa que los demás tengamos nuestra propia vida fuera de su maldita revista. Y ¿cuándo se supone que dormimos? ¿Cuándo se supone que comemos? ¿Cuándo ponemos la lavadora?

Cuando terminó, Ashling se había bebido casi toda la botella de vino, y se encontraba mucho mejor.

– ¿Has visto? ¡Estoy loca de remate! -exclamó. Tenía las mejillas sonrosadas-. ¡No, por favor! Ya he bebido demasiado. -Intentó impedir que Marcus le sirviera el vino que quedaba.

– Ánimo -insistió él-. Acábatelo. Necesitas recobrar fuerzas.

– Gracias. Ostras, la verdad es que me encuentro mejor -confesó Ashling apoyándose en el respaldo del banco-. Episodio psicótico concluido; ahora me portaré como Dios manda.

Mientras se tomaban el café, especularon sobre los otros clientes. Les gustaba aquel juego: atribuían historias, o vidas enteras, a la gente que veían a su alrededor.

– ¿Y aquel? -Marcus señaló a un hombre de mediana edad y rostro curtido, de sandalias y calcetines, que acababa de entrar en el restaurante.

Ashling reflexionó y dijo:

– Un sacerdote que vuelve a casa de las misiones para pasar las vacaciones -declaró.

A Marcus le hizo mucha gracia.

– Tienes sentido del humor, ¿eh? -dijo con admiración. Luego señaló a dos jóvenes que bebían chocolate caliente y se partían un pastel de queso-. ¿Qué me dices de aquellos dos?

Ashling batallaba con su conciencia. Quizá no debiera pronunciar su opinión, pero el vino venció y finalmente dijo:

– Está bien, aunque no sea políticamente correcto decirlo, deduzco que son homosexuales.

– ¿Por qué?

– Porque… bueno, por muchas razones. Los hombres heterosexuales no quedan para comer: quedan para beberse unas cervezas. Y no se sientan frente a frente, sino lado a lado, y evitan mirarse a los ojos. Y eso de partirse un pastel… Los heterosexuales no lo hacen por miedo a parecer mariquitas. Los gays no tienen tantos complejos.

Marcus entrecerró los ojos y dijo:

– Ya. Pero mira, llevan pantalones de piel, y esos cascos que hay en el suelo son suyos. ¿Y si te dijera que son dos motoristas holandeses o alemanes que viajan por Irlanda?

– ¡Claro! -De repente Ashling lo había entendido-. ¡Son extranjeros! Los extranjeros pueden partirse un trozo de pastel sin que nadie los tome por homosexuales.

Unos años atrás ella había tenido un ligue de un fin de semana con un chico suizo que se había comido en público un merengue de frambuesa con una naturalidad encantadora.

– Es un poco triste para los irlandeses -comentó Marcus.

– Sí, claro.

Ambos rieron; el calor que Ashling notaba en el plexo solar hacía juego con la tibieza de la mirada de Marcus.

Ahora mismo la vida no parece tan dura, admitió Ashling.

El sábado por la mañana Ashling se presentó en el estudio a las ocho y media, arrastrando dos enormes maletas llenas de ropa que había recogido en la oficina de prensa de Frieda Kiely la noche anterior. Era la primera vez que asistía a una sesión fotográfica y, pese a su resentimiento, no podía evitar estar emocionada y sentir curiosidad.

Niall, el fotógrafo, y su ayudante ya habían llegado, así como la maquilladors. Hasta Dani, la modelo, estaba ya allí (lo cual hizo que Lisa la mirara con desprecio, pues las verdaderas modelos siempre llegaban con un retraso de varias horas).

– ¿Quién dirige la sesión? -preguntó Niall.

– Yo -contestó Lisa.

Mercedes puso cara de querer estrangularla. La editora de moda era ella; se suponía que ella tenía que dirigir la sesión.

Lisa, Niall y la maquilladors se apiñaron alrededor de Dani mientras Lisa explicaba sus ideas. Pese a que Niall las consideró «geniales», Ashling y Trix se miraron con perplejidad cuando Dani estuvo preparada. Le pusieron uno de aquellos extravagantes vestidos de Frieda, le pintaron manchas de barro en la cara y le pusieron paja en el largo y negro cabello, y luego la colocaron en un sofá de piel blanca y cromo. Tenía un trozo de pizza a medio comer a su lado y un mando a distancia de cromo en las manos. Se suponía que estaba viendo la televisión. Se hablaba mucho de «ironía» y «contraste».

– Está ridícula -le susurró Trix a Ashling.

– Sí. No entiendo nada.

Los preparativos duraron una eternidad: el material, la iluminación, el ángulo en que Dani estaba tumbada en el sofá, la caída de los pliegues del vestido…

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