– Más despacio -le previno al ver que él se ponía demasiado juguetón. Era una lata tener que dirigir cada movimiento, pero al menos Wayne se amoldaba a sus deseos.
Al cabo de un rato;Lisa deslizó las manos bajo las nalgas de él y dijo:
– ¡Más rápido! ¡Más rápido!
– Creía que querías ir despacio.
– Pues ahora quiero ir más rápido -dijo ella, jadeante, y Wayne obedeció.
En un arrebato de placer, Lisa le mordió en el hombro.
– ¡No me muerdas! -gritó él-. Dentro de un par de días tengo una sesión fotográfica de trajes de baño. No puedo presentarme con marcas.
– ¡Dios mío! -exclamó ella-. ¡Más fuerte!
Wayne aumentó la fuerza y la velocidad, golpeando con sus musculosas caderas contra las de ella.
– Creo… que voy a… -jadeó.
– Pobre de ti -le espetó Lisa en un tono tan amenazador que el inminente orgasmo de él se postergó de inmediato.
Después se quedaron tumbados en el suelo, jadeando y sin aliento. Momentáneamente saciada, Lisa examinó distraídamente las patas de la silla de madera de haya que tenía al lado. Había sido estupendo. Justo lo que necesitaba.
Siguieron tumbados en la moqueta azul hasta que el ritmo de su respiración se normalizó, y entonces Wayne empezó a dar señales de vida. Le acarició el cabello con ternura y dijo con tono soñador:
– Nunca he conocido a nadie como tú. Eres tan… fuerte.
Ella replicó con un cortante:
– ¿Hay minibar? Sírveme una copa. Voy al lavabo.
– ¡Vale!
Lisa casi no pudo entrar en el cuarto de baño, porque estaba lleno de productos cosméticos: champú, mousse de baño, lociones hidratantes y colonias. Aquello no le gustó nada. Qué presumido, pensó torciendo los labios. En el lavabo había varias botehitas de gel de ducha y crema hidratante, cortesía del hotel, y Lisa se prometió cogerlas antes de marcharse.
Cuando salió del cuarto de baño, él la guió hasta la cama y le puso una copa de champán frío en la mano. Se metió en la cama con ella, entre las frescas sábanas de algodón, y dijo:
– ¿Puedo preguntarte una cosa?
Por el grave tono de voz con que lo dijo, Lisa se imaginó que sería alguna de aquellas vulgares preguntas que se hacen los amantes: ¿Crees en el amor a primera vista? ¿En qué piensas? ¿Prometes serme fiel?
– Adelante -contestó Lisa bruscamente.
Wayne se apoyó en un codo, se señaló la frente y dijo:
– ¿Crees que esto que tengo aquí es un grano?
No tenía nada en la frente. De hecho, la tenía más lisa que el culito de un bebé, más suave que un melocotón, o que una balsa de aceite.
– Huy, sí -dijo ella con ceño-. Y muy feo, ¿verdad? Debe de estar infectado.
Wayne soltó un gruñido de angustia y sacó un espejito con el que evidentemente se había estado inspeccionando la frente mientras Lisa estaba en el cuarto de baño.
Ella soltó una carcajada.
– ¿Qué película dan en el circuito interno? -preguntó. No le apetecía hablar con Wayne mientras esperaba a que a él volviera a levantársele.
Entre asalto y asalto de sexo satisfactoriamente brutal miraron películas y bebieron champán del minibar. Hasta que saciados y exhaustos, se quedaron dormidos. Lisa durmió como un tronco y se despertó de un humor excelente, insistiendo en pegar un último polvo antes de arreglarse y marcharse.
Pero en el cuarto de baño, mientras se pasaba un dedo untado de dentífrico por los dientes, descubrió una cosa en la que no se había fijado la noche anterior: rímel y un lápiz de ojos. Qué asco. Ya le había parecido que Wayne tenía unas pestañas sospechosamente puntiagudas. Y estaba dispuesta a apostar a que también se teñía el cabello. De repente, Wayne dejó de interesarle.
Con todo, Wayne había quedado prendado de Lisa, básicamente porque tenía una gran inventiva en la cama y no estaba locamente enamorada de él.
– ¿Puedo volver a verte? -preguntó mientras ella se ponía el vestido blanco-. Vengo a Dublín a menudo.
– ¿Dónde he dejado mi bolso?
– Allí. ¿Puedo volver a verte?
– Sí, claro. -Lisa metió un gorro de ducha, cuatro pastillas de jabón, dos botellitas de gel de ducha y tres de crema hidratante en el bolso.
– ¿Cuándo?
– A finales de agosto. Mi fotografía saldrá junto al editorial de Copeen.
Wayne, tapándose recatadamente con la sábana, ofrecía un aspecto tan vulnerable y desconcertado que Lisa se ablandó y dijo:
– Ya te llamaré.
– ¿De verdad?
– Te he mandado un cheque por correo. Seguiré respetándote por la mañana. -Esbozó una sonrisa burlona mientras se pasaba un cepillo por el pelo y se miraba en el espejo-. No, claro que no te llamaré.
– Pero entonces… si no lo decías en serio… ¿por qué lo has dicho?
– ¡Y yo qué sé! -repuso Lisa poniendo los ojos en blanco-. Tú eres un hombre. Fuisteis los hombres los que inventasteis las reglas. ¡Adiós!
Lisa bajó ágilmente la escalera de la entrada del hotel, con los codos y las rodillas en carne viva de follar en la moqueta, y paró un taxi. Tenía el tiempo justo para ir a casa y cambiarse de ropa antes de ir al trabajo.
Se sentía estupendamente. ¡Maravillosamente! El que dijera que un polvo de una noche con un desconocido te hacía sentir sucia y vulgar, se equivocaba. ¡Hacía una eternidad que no se sentía tan bien!
36
Después de su noche de sexo, Lisa llegó muy dinámica a la oficina.
– Buenos días, Jack -dijo alegremente.
– Buenos días, Lisa.
Lo miró fijamente. No detectó ningún brillo en sus ojos; su expresión era la habitual. No había ninguna señal que indicara que le había molestado que se hubiera acostado con Wayne Baker, pero Lisa le había visto la cara antes de marcharse. Estaba picado; ella no tenía ninguna duda.
Así que… ¡manos a la obra! Llena de entusiasmo, Lisa decidió que quería poner todos los aspectos de la revista a punto, y ya. Hablaba de hacer un número piloto. Aquella prometía ser una semana muy dura.
– Quiero todas las secciones fijas preparadas: cine, vídeo, horóscopo, salud, columnas… Luego echaremos un vistazo a lo que todavía nos falta.
Llegaban muchos ejemplares para la prensa de libros que se iban a publicar en septiembre, así como vídeos y CD. En teoría, todos aquellos artículos gratis parecían emocionantes, pero en realidad no servían para nada si no eran lo que a ti te gustaba. Hubo una breve pero intensa discusión entre tres personas con motivo de un CD afrocelta, pero los demás no le interesaban a nadie.
– Gary Barloes. No -dijo Trix, dejándolo de nuevo en el montón-. Enya. Ni loca. -Lo dejó también-. David Bowie. Bah. ¿Woebegone? ¿Y estos quién demonios son? Puede que no estén mal. El cantante es guapo. ¡Me quedo este! -gritó dirigiéndose al resto del personal.
– ¿A alguien le importa que me quede este? -preguntó Ashling levantando un best seller.
– No creo -dijo Lisa con una risita burlona.
Pero no era para Ashling, sino para Boo; se aburría tanto que estaba dispuesto a leer cualquier cosa que cayera en sus manos.
Las guerras de los tipos de letra duraron toda la semana. Lisa y Gerry mantenían un aferrado pulso por el aspecto de la página de libros.
– Demasiados adornos y ningún contenido -protestó Gerry acaloradamente.
– ¡Pero si nadie lee libros! -le gritó Lisa-. ¡Por eso tenemos que conseguir que la página resulte sexy!
Todo salía mal. A Lisa no le gustó la ilustración que había encargado para la columna de la chica corriente de Trix. Según ella no era lo bastante «sexy». Gerry se cargó un archivo y perdió el trabajo de toda una mañana. Y el artículo que había escrito Mercedes sobre un salón de belleza acabó en la papelera porque el miércoles, a la hora de comer, se pasaron al depilarle las cejas a Lisa.
– He trabajado mucho en este artículo -se quejó Mercedes-. No puedes descartarlo así como así.
– No lo estoy descartando -le espetó Lisa-. Lo estoy eliminando. Si vas a trabajar en una revista, al menos podrías aprender la jerga.